Texto
y dibujos: Paz Gabriela.
Mi
nombre es Gabriela Cepeda, tengo 19 años y llegué
a vivir a San José de Maipo hace tres años.
Desde niña me ha cautivado la literatura. Me encanta
tanto leer como escribir, y es así como, a los
ocho años, me atreví a comenzar una entretenida
historia. Se trataba del Diario de Vida de una niña
llamada Macalecha. Muchas tardes, en vez de salir a jugar,
preferí crear un mundo para este personaje. A mis
doce años, terminé un libro de no más
de sesenta hojas que nunca he publicado. Todo quedó
en un computador, pero al imprimirlo, algo ocurrió
con el equipo, que me dejó unas pocas páginas
y borró el libro del disco duro. Ahí quedó
todo, sin volverse a recuperar. |
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Me dediqué
a escribir poesía, cuentos, ensayos y otras cosas. Quiero
ser una buena escritora y creo que es preciso recobrar mi primera
creación
¿Cómo me he dado cuenta
de que recobrarla es primordial? Lean el siguiente cuento.
Macalecha
es mi pequeña niña, de pelo crespo y largo, ojitos
de aceituna y una sonrisa deslumbrante y traviesa. Nació
en una tarde amarilla mientras yo estaba en mi mundo. Me sumergí,
con lápiz en mano, en un viejo cuaderno y me descubrí
en ella por primera vez. Disfruté todo aquel día
con sus juegos de ocho años, igual que yo. Y por la noche
le mostré a mis padres mi nueva amistad, pasión
y creación. Desde entonces, el cuaderno verde se transformó
en mi juego favorito. Le regalé tanta vida, que una noche
pude darme cuenta de que, en mi inocencia, había creado
el principio de mi existencia.
Aquella noche el sonido de la lluvia acompañaba mi sueño
liviano. Yo soñaba con paisajes y sucesos que jamás
he podido explicarme. Al menor ruido, abrí mis ojos.
Me asustan las noches de lluvia en el Cajón del Maipo,
pensé. Y a pesar del golpe de las gotas en el techo,
oí un sonido más cercano... Al darme vuelta noté
una página moviéndose, y quise abrir más
mis ojos. Me olvidé del sueño.
-¿Ey?
-escuché una voz delgada. Me asusté, mi corazón
se aceleró, sentí un calor en la cabeza y oí
también mis latidos. -¿Puede alguien ayudarme?-.
Era otra vez esa voz.
Entonces
me alejé del cuaderno verde, asustada y asombrada. ¿Era
o no era lo que estaba pasando? Hasta que logré ver un
brazo, ese que yo había pensado antes. Una cabeza de
cabello crespo y largo... Me apresuré en prender la luz.
-¿Ma-Macalecha?
-tartamudeé procurando hablar bajo.
-Ay, sí... -dijo ella con su último esfuerzo,
y salió de la escritura. Se sacudió el vestido
y miró mi dormitorio detalladamente. Yo, viéndola
en miniatura y con vida, sentí emoción, locura,
susto y ganas de llorar.
-¡Eres como te escribí! -le dije contenta-. Pero...
no entiendo, han pasado tantos años...
-Sí, sí, sí -interrumpió-, más
de diez años. Y te has quedado pegada en esos poemas
de amor y miedo, ¡pero bah! -Se sentó sobre el
cuaderno que estaba en una silla, justo delante de mí,
y dijo he venido a salvarte, lo cual me sorprendió.
-¿Cómo? ¿A salvarme de qué?
-Parece extraño. Bueno, he venido a salvarte de ti. Yo,
sentada en la cama, me tomé la cabeza con las manos,
miré esos libros de historia, ese uniforme, la mochila,
y volví a mirar a Macalecha. Tomé el reloj...
-No entiendo. ¡Mira, son las tres de la mañana!
me quejé -. ¿Eres o no eres?
-¡Claro que soy, tú me hiciste ser! me corrigió
sonriendo, y se quedó un momento en silencio.
Yo,
temblando de miedo y frío, le pregunté si la podía
tomar. Lo hice con cuidado y la senté en mi almohada.
Se veía tan pequeña... ¡y qué sueño
tenía! Cerré los ojos, pues el sueño me
había atacado de pronto. Al hacer el intento de despertar,
noté que Macalecha no estaba. Toqué la almohada,
pero nada... Entonces me sentí extraña, tonta
y fantasiosa. Qué bruta eres, me dije, duérmete
si es que quieres estar bien en tu trabajo mañana.
La
mañana siguiente. El día comenzaba. Apurada me
levanté y preparé, sin decir a nadie lo que había
pasado. Camino al trabajo intentaba explicarme cómo y
por qué había pasado aquello. Será mi inconsciente,
y el que extraño tanto a mi Macalecha. Tal vez ya es
tiempo de sacar ese cuaderno verde y continuarlo... Pero no
tengo tiempo, tengo tanto que estudiar y trabajar...
Después
de un agotador día llegué a mi casa en el Cajón
del Maipo, a las seis de la tarde, y me propuse tomar los libros
de historia. Debía estudiar. Mientras me organizaba,
entre mis adornos, noté un movimiento. ¡Ay no,
es verdad!, me dije, y luego me quedé tiesa esperando
a ver qué pasaba.
-Hola.
-Apareció Macalecha.- Tienes tanto cachureo aquí,
que se puede jugar a las escondidas muuuuucho tiempo. ¿Y
Ahora qué vas a hacer?
-Pensé que me estaba volviendo loca, Macalecha. ¿Por
qué desapareciste?
-Porque tenías sueño. Me vine a jugar con tus
aritos. Son lindos. -Ella era muy risueña.- ¡Ah!,
tienes razón: te estás volviendo loca.
-¿Entonces no eres de verdad? -dije, y ella cruzó
sus bracitos. Yo me acerqué para que nadie me escuchara:
también podían pensar que estaba loca.
-¡Pucha, mírate! ¿Qué problema hay
en volverse loco? Te estás poniendo adul..., o sea, paranoica,
amiga mía.
Yo
me olvidé de los libros y de los planes de hacer tantas
cosas. A cambio, preferí quedarme conversando con Macalecha.
-Podrías acompañarme -dijo.
-¿Adónde? -pregunté extrañada. Con
qué más me saldría el destino.
-A tu cuaderno verde. -La miré de reojo, eso para mí
ya era demasiado.
-Ah... quieres leerlo... te entiendo, también echo de
menos esas historias divertidas...
-¡No, no, no! -interrumpió una vez más-.
Entra conmigo al libro.
-Macalecha, ¿me ves? -le pregunté para regañarla.
-Sí...
-¡Cómo voy a meterme ahí! -me aceleré.
La situación me hacía sentir alegre y ridícula.
-Pues, igual a cómo yo salí -dijo convencida la
pequeña. Y no sé cómo, ella tenía
razón: llegué al mundo de Macalecha.
-¿Qué vamos a hacer aquí? -pregunté.
-Jugar, disfrutar y, sobre todo, conocer la maravilla que escribiste.
Me
tomó de la mano y me llevó a su casa. Conocí
a la familia que creé, a los amigos que imaginé,
incluso a la nana de Macalecha. Sueños iban y venían,
eran los míos y los de mi amiga. Y era tal la simpleza
de mis ocho años, que me asombré de lo que había
escrito entonces. Y nos fuimos a las páginas en que Macalecha
iba de vacaciones al Cajón del Maipo, donde yo vivía.
Corrimos por campos inmensos, en invierno llenos de nieve, en
verano repletos de flores. Esa libertad de jugar sin pensar
en cómo hacerlo, de subir la montaña sin pensar
en el cansancio. Porque en mis escritos de niña no mencioné
el cansancio, ya que estaba llena de energías y ganas
de vivir. Llegué a sorprenderme tanto, que afloró
en mí la niña que había obligado a dejar
atrás, la espontaneidad con que avanzaba y actuaba. Olvidé
ese disfraz de adulto. Fui feliz. Cuando la tarde terminaba,
llegamos a una muralla negra. Macalecha paró de inmediato.
-¿Qué pasa? -le pregunté. Ella se escondió
tras de mí.
-Ese es un vacío -respondió.
-¿Cómo? -Me extrañó ver un vacío.
No era parte de mi creación.
-Y me da mucho miedo -dijo Macalecha-. Pero es algo que quería
mostrarte.
Nos
alejamos y nos sentamos en una roca, frente al río. Mientras
éste nos cantaba, Macalecha me explicó la situación.
-Aquel vacío lo has dejado tú, cuando tenías
trece años y dejaste de construir un destino-. Bajó
la mirada-. Es entendible, te apasionaron más los poemas,
pero ese no es el problema.
-¿Cuál es? -pregunté bastante preocupada.
-El problema es que desde hace un tiempo hemos empezado a borrarnos.
Tus poemas están desapareciendo y tú te estás
muriendo -dijo. Hubo un silencio. Entonces miré el cielo,
me sentí mal y suspiré.
-¿Por qué, creadora mía?
-¡Ay, Macalecha, no tengo tiempo, pero es que no puedo
alargar más las horas! -me lamenté-. ¡Y
es que ando tan cansada...!
-¿Por qué no has cultivado tu escritura? -una
vez más interrumpió. -Es así como hemos
de morir las creaciones... y como han de morir los creadores...
-Macalecha, no entiendo -la miré frente a frente.
Por
el cielo pasaron los sueños que había visto antes.
Me estaban siguiendo, querían jugar. Seguí conversando
con mi niña.
-Te has olvidado de tu pasión -dijo directa y con verdad,
como todos los niños-, y te has encerrado en la historia
de tu mundo. No es malo, pero desde aquí todos sentimos
tu sufrir. Porque no hallas la belleza de la fantasía
y no te es posible pensar ni inventar... Si olvidaras las cosas
vanas, te darías cuenta de lo más grande que has
hecho. Deja la tristeza, ven a crear...
-...Crear una nueva historia más humana... lloré,
y cerré los ojos.
Al
despertar, eran las tres de la mañana. Yo estaba en la
cama y afuera no paraba de llover. Junto a mis aros vi a Macalecha,
mi pequeña niña, que estaba durmiendo. Con el
alma, y tremendamente satisfecha, volví a dormir. A la
mañana siguiente callé otra vez. ¿Quién
me iba a creer? Me lancé sobre el cuaderno verde, recuperé
la historia de Macalecha y mía, que había pausado
a mis trece años, y volví a crear poemas después
de casi un año. Desde entonces, cada vez que estoy en
mi mundo recuerdo mi primera y más grandiosa creación.
Aquella que nació una tarde amarilla y regresó
a salvarme diez años después. He recobrado mi
verdad, han vuelto mis sueños. Ya no hay más vacíos
ni en la vida de Macalecha ni en la mía. Me han salvado
de mí.
DdO
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