Encabezado Dedal de Oro
EL TREN: A TRAVÉS DE DEDAL DE ORO

Extracto de "Patrimonio Cajonino " - Dedal de Oro N°50, Por: Equipo de RedacciÓn

Foto de los rieles bajo la lluvia

Al atardecer del martes 25 de agosto de este año 2009, una locomotora reparada y un carro restaurado del tren patrimonial del Cajón del Maipo fueron puestos en movimiento sobre rieles después de 30 años de olvido. Sucedió en la estación El Melocotón, obra del puñado de perseverantes del Proyecto Ave Fénix, que detuvo la Agonía del Tren. Esa tarde de martes estaban presentes sólo los más "íntimos" participantes y los colaboradores cercanos al proyecto, junto al puñado de trabajadores que ha puesto todo para llevarlo a cabo. Allí estaban: Lucho y su señora Angélica con su nieta Catalina; Martín con su padre Armando, sus hermanos María Paz, Dante y Claudio y dos sobrinos también llamados Dante y Claudio; Héctor, Derek, Pepe, Antonio, Arturito -el único trabajador de El Melocotón-, Raúl, Sergio, Rafael y algún otro amigo. a continuación, presentamos un texto cuyo autor estaba en ese tren en movimiento con el ánimo de "informar" pero que, finalmente, "se fue en la volá"… este sentir personal va dedicado a todos aquellos que estaban presentes en esa cautivante ocasión y que han contribuido al renacer del trencito...

Locomotora Jung J-4 tirando del carro con pasajeros.
Foto de Nitram Odallem Zaìd


Pasajeros emocionados asomados a las ventanas del carro.
Foto de Nitram Odallem Zaìd

Hace algunos días anduve en el tren de mi niñez después de… ¿quizás cuarenta o cincuenta años? Fueron no más de cien metros por una línea recién puesta. El viaje era dentro de la estación de El Melocotón y duró dos o tres minutos. Tiempo eterno, natural-mente. Era un carro resplandeciente, recién restaurado, y en tres minutos viajé por la eternidad a lo largo de mi niñez, a lo largo de mi pubertad, a lo largo de mi adultez y de toda una vida; viajé a través de muchos lugares, de muchas memorias, de muchas alegrías y tristezas… El trencito se detuvo metros más allá, pero yo aún sigo viajando. Desde pequeño me sucede eso, que el tren detiene su marcha y yo sigo viajando.

No sé si será un recuerdo o simplemente una imagen sacada de la fantasía, pero creo que la primera vez que me subí al trencito, de chico, de una mano me llevaba mi madre y de la otra mi padre. Cuando me cansé de mirar por la ventanilla, hincado sobre el asiento de madera, ella me puso en su falda y me dormí mecido por el vaivén. Vi muchos paisajes por esa ventanilla, parajes que pasaban volando y que aún pasan por mis ojos de adulto, por la diversidad de la vida siguió avanzando por muchos años, y yo seguí creciendo, haciéndome grande, envejeciendo… Esas ruedas metálicas cantaban un eterno chikichiki chikichaka que me sonaba a "siguesigue lavidaeslarga". (Quizás, la vida no es tan larga.) Aquella vez nos detuvimos en muchas estaciones. En la vida también hay muchas estaciones, como en todo viaje.

De adolescente también anduve en el tren del Cajón del Maipo cuando me arrancaba del colegio y me venía a la gran casona familiar de fachada roja colonial. Recuerdo una vez (y esta no es un a imagen de fantasía) que descubrí a una chica poco menor que yo sentada muy correctita mirando por la ventanilla un traslúcido paisaje exterior bajo una fresca lluvia de primavera. El tren, para mí, iba a gran velocidad (aunque no creo que haya sido tanta). La chica se dio cuenta de que yo la miraba y, de algún modo, se las arregló para decirme que no. Con los ojos me dijo que sí, pero al mismo tiempo me dijo que no, que debíamos permanecer separados. Es inexplicable cómo a veces en la vida uno queda impedido de compartir con gente que uno quiere. Hay personas que uno ha visto y que se quedan por siempre ahí, en la retina, muy claras, tan cerca pero tan lejos. Aún veo la figura de esta chica, bien plantada, sentada en el tren; y la veo después, ya caminando por el andén de San José, su estampa alejándose -de la mano de una rígida mujer mayorcomo trazos de tinta destiñéndose bajo la lluvia.

En todo viaje uno piensa en sus proyectos, esperanzas, fantasías, sueños, encuentros, separaciones, entendimientos, malentendidos... También se piensa en el odio y el amor. En todo viaje se piensa de todo. La vida desfila. En este reciente viaje de tres minutos eternos yo no iba solo en esa joyita de carro. Por suerte, junto a mí había gente jubilosa como yo. Había por lo menos una niña (uno siempre quiere enseñarles a viajar a los niños) y había una madre, o dos, y muchos padres y algunos abuelos y abuelas... El tren, en cien metros y tres minutos, paró en infinitas estaciones, todas las del mundo, de mi mundo de varias décadas de vida. Yo sé muy bien que cada viajero se detuvo en sus estaciones. Cada uno de ellos revivió su propia experiencia. Todos nos mirábamos y nos sonreíamos, todos estábamos unidos en ese pequeño gran viaje, pero sabiendo que cada cual tiene sus propias pausas y detenciones.

Cuando en mi imaginación el tren paró junto al andén por el que una vez avancé mirando al primer amor de mi vida desapareciendo como una escritura de tinta bajo la lluvia, sentí nostalgia. En el recuerdo vi días de nieve y días de sol mezclados, de modo que el camino entre la estación y la casa parecía de chocolate derretido y crema blanca. Me bajé. Me acerqué a mi vieja casona colorada familiar de toda la vida. Desde su fachada moví mi mirada hasta el humo negro de la locomotora detenida a la distancia, pasando por el pastel de merengue y chocolate de los campos. De pronto sentí sueño y, sobre todo, un misterioso bienestar. ¿Qué hacer? ¿Quedarme en casa o andar en tren, detenerme o seguir viajando? Es lo mismo, porque el vaivén de la vida es un viaje que me mece, me acurruca, me acaricia. Adormecido, veo pasar arbustos raídos, tierrales, un río café con leche, cerros altos, cerros bajos, quiltros, cactus, flores, lluvia, sequía cajonina…

El viaje aún no termina, pero hoy, a mi edad, pareciera que su recorrido va por un tiempo de días más cortos. Hace un rato el inspector del tren, en este interminable viaje de tres minutos, se acercó a mi asiento y me dijo: "Siguesigue-lavidaeslarga, hastaeldía-quetemueras, nuncaestarde-noteasustes". No le contesto. Sólo me quedo mirando por la ventanilla el paisaje de flores rojas, amarillas, verdes y azules que en ese momento nos lleva -a todos los que viajamos en el tren- por la armonía de los sueños reales...

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