La
Ley de la Entropía ¿Por Qué Envejece Todo:
Nosotros, La Tierra, Hasta el Magnífico Sol?
Esta
ley sacrosanta, misteriosa y bastante aterrante, expresa
la tendencia natural hacia el desorden, la desorganización
y la pérdida de energía que tiene todo el
universo desde su creación. ¿Envejece el universo?
¿Está llegando a los límites de su
expansión para luego comenzar a contraerse? Exhalación...
inspiración... latido de corazón gigante. |
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La entropía,
o Segunda Ley de la termodinámica, es la ley del trabajo,
del esfuerzo, de la mortalidad, de la finitud. ¿Por qué
envejece todo: nosotros, la Tierra, hasta el magnífico
Sol? ¿Por qué cuesta tanto trabajo mantener la
guatita llena y... más difícil aún... el
corazón contento, una salud decente, o darle sentido
a la vida? Hasta mantenerse erectos (quiero decir, de pie) y
caminar tiene su costo energético. ¿Por qué
no se ordenan y limpian las cosas naturalmente, en vez de desordenarse
y ensuciarse? Hacer todos los días el aseo de la entropía
en nuestro hogar y en nuestro propio cuerpo es un proceso cotidiano
sumamente instructivo... Parirás con dolor y te ganarás
el pan con el sudor de tu frente... Todos estos son ejemplos,
expresiones caseras de la entropía.
De hecho,
tan fuerte es esta tendencia en el universo conocido, que los
científicos se quiebran la cabeza tratando de entender
cómo el proceso biológico, la vida, logra llevarle
la contra, o, más bien dicho, cómo logra danzar
con la entropía, para desarrollarse... En nuestro planeta
el Sol es nuestra fiel fuente de energía, de luz y calor,
que permiten que se den aquí el orden, la organización,
la vida... Siempre y cuando exista capa de ozono, atmósfera,
agua líquida, nubes. Porque si no, el sol mata, destruye,
desintegra. Pero, con sol y todo, igual hay que ganarse la vida
con el sudor... y esto vale para todo lo viviente.
Los científicos
dicen que el Sol es la fuente de neguentropía, o de entropía
negativa, de la biosfera, que posibilita lo que nosotros hemos
estado llamando sinergia, y que entendemos como la capacidad
de cooperación, la capacidad de simbiosis, que tiene
lo viviente; la capacidad que tienen las sub-partículas
nucleares, los electrones, los átomos, las moléculas,
los amino-ácidos, las proteínas, de atraerse,
enlazarse, conjugarse, meterse unas dentro de otras; de encadenarse
e ir armando formas de vida más grandes, más complejas.
Lo viviente, aparte de algunos seres humanos, no teme las interrelaciones,
las interdependencias y las interregulaciones. Debiéramos
decir: no teme la simbiosis, forma más alta de mutualismo,
de dependencia mutua entre organismos, sistemas, o partes constituyentes
de un todo. La imagen que se nos viene a la cabeza es la de
un animal viviendo dentro de otro, como el cangrejo del erizo,
donde ambos derivan beneficios. Parásito es el que arremete
a su anfitrión para su exclusivo provecho, terminando
por destruirlo. Esto existe en la naturaleza, pero es menos
común... Cambia mucho la visión que se tiene de
la realidad si uno se da cuenta que la biosfera entera es una
complejísima simbiosfera; que la sinergia del sistema
está basada en complejas y numerosas formas de simbiosis.
En efecto, la atmósfera depende, es parte, de la exhalación
de los océanos y de los bosques y selvas: los bosques
y selvas absorben el agua de la lluvia y de los ríos
con sus raíces, luego evapotranspiran las nubes, las
mandan de vuelta a los cielos; exhalan oxígeno, absorben
dióxido de carbono... La verdad es que la atmósfera
es la selva y los mares, y estos a su vez son la atmósfera.
Es por esto que al destruir la floresta tropical lluviosa, y
los bosques en general, secamos la Tierra y cambiamos el clima,
además de alterar muchas variables biosféricas
más, tales como los intercambios gaseosos o el nivel
de los mares. El clima, los océanos y las selvas son
sistemas mutuamente dependientes que han coevolucionado hacia
esta forma de íntima simbiosis para lograr mayor cooperación.
Y no olvidemos
que toda la energía del sol que mueve a toda la biosfera,
incluidos los benditos seres humanos, entra al sistema exclusivamente
a través de los organismos fotosintéticos, es
decir las plantas y el fitoplacton de los océanos, que
mágicamente pueden absorber directamente la energía
del sol y transformarla en substancias proteínas,
azúcares y grasas- que al ser ingeridas por otros organismos,
incluidos nosotros, nos traen la neguentropía del sol
a nuestros cuerpos. Es decir esa energía que nos permite
seguir integrados, danzando al medio de la entropía que
nos rodea como un huracán y que siempre amenaza con devolvernos
al caos original, al descanso termodinámico que es la
muerte. ¿Qué más mutualismo entre nosotros
y el sol y las plantas que éste? ¿Qué más
dependencia? Con razón muchos seres humanos adoran ambos,
al sol y a las plantas. No es para menos. ¿Cuándo
fue la última vez que saludaste al sol o a una planta
con respeto, amor y gratitud, con asombro? Todavía es
tiempo.
Si nos percibimos
a nosotros mismos como pequeños sistemas, nos daremos
cuenta que somos mutuamente dependientes con muchísimas
otras cosas, seres y fenómenos de la biosfera. También
somos el clima: lo modificamos, sin querer queriéndolo.
Muy concretamente, el clima, y la calidad del aire de la Tierra,
dependen de nosotros los humanos, y nosotros obviamente dependemos
vitalmente del clima, aunque se nos olvide en nuestras casitas,
donde el agua sale de una llave, donde el calor del sol brota
de algún tipo de calefacción que quema alguna
forma de sol empaquetado (leña, carbón, gas licuado,
petróleo). Nuestro sistema, como individuos y como especie,
y el sistema clima, son mutuamente dependientes, conforman una
simbiosis. Todos estos son fenómenos sinérgicos.
Ahora, para
qué decir de todo lo que cazamos, criamos y cultivamos
para subsistir. (Es fácil olvidar nuestra dependencia
biosférica en este aspecto cuando nuestro alimento lo
cosechamos, lo compramos en los supermercados, sin
más esfuerzo que el del empujar el carrito y pagar).
Esta también es una relación de dependencia mutua,
pero, en el caso de agroindustria comercial, totalmente explotativa,
esta relación ha llegado a ser un parasitismo. La relación
del sistema urbano-industrial-tecnológico-militar-comercial
-de todos los que vivimos dentro de este sistema- con la biosfera
entera es, querámoslo o no, un feroz y primitivo parasitismo.
En este caso sólo el ser humano deriva aparente provecho
de la interrelación, mientras que el resto de la biosfera
lo estamos degradando a ojos vistas alrededor nuestro. Se sabe
que en este momento se están extinguiendo cantidades
de especies animales y vegetales a un ritmo aterrante. Sin comentarios...
Como dijo el Jefe Seattle hace ciento cincuenta años,
esta pérdida no es tan sólo material; es pérdida
del espíritu mismo de la Madre Tierra, de nuestro propio
espíritu.
Los antropólogos
que estudian a los pueblos arraigados de los Andes, concluyen
que la relación que ellos tienen con los animales que
hacen posible su mundo, con las llamas y alpacas, con los cuyes,
e inclusive con los equinos y bovinos, y con los cultivos de
los que ellos dependen, es mucho más cercana a una cooperación,
a una simbiosis, que a la explotación de los animales
y plantas que es común y casi incuestionable en nuestra
cultura.
Como decíamos
antes, de toda la biosfera, las plantas son las únicas
que parecen recibir el sol, el sustento, pasivamente, sin aparente
esfuerzo. Igual ellas tienen que ganarse su espacio y su tiempo:
sufren sequías, inundaciones, incendios, los efectos
de erupciones y todo tipo de fluctuaciones del medio ambiente,
así como el hambre de animales, insectos y, hoy más
que nunca, la voracidad de los seres humanos. Nada es regalado
en el sistema biológico, a pesar de que todo está
a la vez ahí regalado. Cuesta ganarse la cuota de materia,
energía, información y otros, que son necesarias
para mantenerse vivos y... ser felices (¿?)
Gregory
Bateson, uno de los pioneros papachos de la ecología
profunda, insistía en que todo ser humano debiera ser
educado para entender muy bien la Ley de la Entropía,
y así darse cuenta de lo milagroso y laborioso que ha
sido y sigue siendo el desarrollo de la biosfera... casi cuesta
arriba. Es evidente que cuesta mucho más crear, organizar,
que destruir. Con una motosierra, de poderoso motor contaminante,
en contados minutos se echa abajo una Araucaria milenaria. De
mil maneras, en segundos, se troncha una vida humana. Con las
bombas atómicas, en un relámpago furioso, podríamos
destruir la presente biosfera, nuestros cinco millones de años
de historia, con todos sus apagones extinciones
masivas- de lo viviente incluidos.
Muchas degradaciones
irreversibles que estamos infligiéndole al sistema biológico
son también expresiones de la entropía. El petróleo
que estamos quemando lo perdemos para siempre en nuestro tiempo
geológico. Esos gases tóxicos que provienen de
su combustión ya no pueden volver a transformarse en
petróleo... Algunos de los deshechos radioactivos que
están produciendo los reactores nucleares tienen vidas
activas de millones de años. ¡Qué legado
que estamos dejando a generaciones venideras y al futuro de
toda la biosfera!: la radioactividad concretamente desordena
entropiza- el finísimo trabajo, el tejido genético,
la simbiosis de las moléculas, que ha permitido el florecimiento
y desarrollo de todas las formas de vida que conocemos. Estamos
maltratando, degradando, envejeciendo prematuramente nuestra
propia biosfera, nuestro propio cuerpo macroscópico,
incrementando en forma contundente y notoria, como si lo hiciéramos
a propósito, la entropía natural de la biosfera.
La entropía no es mala, tal como la muerte tampoco lo
es; al contrario, incomprensiblemente, la entropía, en
su justa medida, es uno de los polos entre los cuales se genera
la vida. El otro es la sinergia.
SINERGÍA
Danzando,
entonces, con la entropía, muchos elementos y fenómenos
del universo logran integrarse como cuerpos dentro de cuerpos...
la armonía de las esferas... gracias a su infinita e
innata capacidad de cooperar y armonizar entre ellos. Gracias
a esta integración, que tiene mucho de divino y milagroso,
y que es por lo tanto incomprensible, como todo lo sagrado,
estos cuerpos o sistemas logran subsistir por largos períodos
que dependen de la dimensión del sistema. Galaxias y
sistemas solares se forman se reproducen- y viven billones
de años hasta su desintegración. Basta meditarnos
nuestro propio cuerpo: esta galaxia de partículas, átomos,
moléculas, células, tejidos, órganos, líquidos,
sustancias, energías, mensajes sutiles que van y vienen
a increíbles velocidades... para extasiarnos de asombro
con la sinergia que existe entre todos estos fenómenos
y elementos, y cuyo resultado es que nuestro cuerpo, literalmente,
no se desintegre en este mismo instante, y que pueda vivir ochenta
o cien años...
De la misma
forma podemos meditar en la asombrosa sinergia que mantiene
la unidad, la vida, de toda la biosfera. (Y del sistema planetario,
y de la Vía Láctea... y del Cosmos). Actualmente
muchos seres humanos en la Tierra están sumándose
a las fuerzas entrópicas del universo. ¿Cómo
podría ser este planeta si la humanidad, consciente,
artística e ingeniosamente, nos sumáramos a la
sinergia? Igual habría trabajo, dolor y muerte, pero
en otras condiciones... Podríamos transformar este planeta
en un vergel sin fronteras... y viajar... por el espacio infinito,
espiraleando con las galaxias, irradiando luz y calor, y música,
trinos de pájaros y carcajadas de niños, y el
eterno ruido blanco de innumerables cascadas, torrentes y olas
cristalinas.
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