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PERSONALIDADES.
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La
más
grande y tierna de las contradicciones
ORDEN
DEL CAOS
En
las dos columnas anteriores hemos comentado las leyes
de la termodinámica, que son dos de los pilares
básicos que sustentan el edificio teórico-práctico
de la ciencia “occidental”. De acuerdo con
estas leyes, el universo tiene que haber sido creado
en un momento dado, y ahora envejece, expandiéndose
a gran velocidad. Como la gran energía original
se está disipando en todo el universo -dicen
‘nuestros’ científicos- a nivel macroscópico
y microscópico hay, en consecuencia, una tendencia,
una “gravedad” hacia la desorganización,
hacia el desorden, hacia la muerte; naturalmente cuesta
más crear y organizar que destruir. A
pesar
de esto, muchos elementos y fenómenos del universo
logran integrarse como cuerpos gracias a su infinita
e innata capacidad de co-operar y de armonizar entre
ellos. Gracias a esta integración, que tiene
mucho de divino y milagroso, y que
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“...nuestro
propio cuerpo: esta galaxia de partículas, átomos,
moléculas, células, tejidos, órganos,
substancias, energías, mensajes sutiles que van
y vienen a increíbles velocidades...”
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es por lo tanto incomprensible, como
todo
lo sagrado, estos cuerpos o sistemas logran llevarle la contra
a la entropía y subsistir por períodos de tiempo
que dependen de la dimensión del sistema. Galaxias
y sistemas solares se forman -se ‘re-producen’-
y viven millones de años hasta su des-integración.
Basta ‘meditarnos’ nuestro propio cuerpo: esta
galaxia de partículas, átomos, moléculas,
células, tejidos, órganos, substancias, energías,
mensajes sutiles que van y vienen a increíbles velocidades...
para extasiarnos de asombro con la sinergia (capacidad de
cooperación) que existe entre todos estos fenómenos
y elementos, y que resulta en que nuestro ser no se desintegre,
literalmente.
La explosión
del Aleph
Claro
que uno no puede tragarse las ‘leyes’ científicas
textualmente, dogmáticamente, como verdades absolutas
para todos los espacios y todos los tiempos. Existen demasiadas
contradicciones y ‘hoyos negros’ en nuestro
ansioso saber. Por ejemplo, entre seriesísimos académicos
la teoría más en boga sobre la creación
del universo es la de la gran explosión: el universo,
como el “Aleph” de Borges, estaba concentrado
en un punto sin masa ni volumen. De pronto, en algún
orgasmo, o ataque de furia, o intoxicada de inspiración,
la Deidad -alguna voluntad creadora fuera de toda nuestra
comprensión y que tendría que haber existido
en la sombra detrás de la Nada- hizo estallar esta
Nada. Se supone que este universo del que formamos parte,
desde lo más cercano hasta lo más lejano que
alcanzan los telescopios y radiotelescopios más poderosos,
proviene de esta energía y materia que surgió
de la nada y que ha ido expandiéndose desde la no-dimensión
hasta las insólitas dimensiones que le percibimos
hoy al Cosmos. Isaac Asimov explica que si esta teoría
fuera correcta todo el universo sería como la delgada
capita de goma de un globo de cumpleaños al ir inflándose.
Uno se pregunta qué vacío vertiginoso tendría
que ir quedando ‘adentro’ de este universo/globo,
y adentro de qué monumental vacío se está
expandiendo el, para nosotros, ya infinito universo.
LA
MÁS GRANDE Y TIERNA DE TODAS LAS CONTRADICCIONES
Las mononas
teorías humanas, siempre tiernamente llenas de contradicciones.
Aquí se nos da el caso de que la teoría más
actual y científica sobre la creación del
universo contradice en forma suicida las leyes básicas
de la física en la que se sustenta la ciencia “occidental”.
¿Cómo se puede haber producido esta creación
a partir de la nada? Gregory Bateson, en “Mente y
Naturaleza”, escribe: “Nunca pude aceptar el
primer paso de la historia del Génesis: ‘Al
comienzo la Tierra era sin forma y vacía’.
Esta tabula rasa habría establecido un formidable
problema de termodinámica para el próximo
billón de años. Quizás si la Tierra
nunca fue más tabula rasa que un cigote humano -un
huevo fertilizado.”
Es
notable que la Biblia y la ciencia están de acuerdo,
ambos en la tabula rasa primordial y en la súbita
explosión creativa. Otras cosmologías postulan
un universo eterno, increado, tan incomprensible como el
creado en una explosión. Al respecto, Hector Orrego,
en “Carta de un Padre Desorientado” escribe:
“La idea de un universo eterno, sin comienzo ni fin,
sin creación y sin creador, no es simple, va contra
la evidencia actual en el sentido que parece haber habido
una explosión primordial que dio comienzo al universo
en el cual ahora vivimos. Esta consistió en una inconcebible
liberación de energía que se produjo en un
instante cósmico, violando todas las leyes de la
termodinámica... lo que es difícil de explicar
es como se generó esa inmensa masa de energía”...
Energía... que al estallar... se transformó
en materia... dentro de un espacio inexistente... Bendita
nuestra ciencia tan mitológica, tan metafórica,
tan contradictoria como los mejores mitos, en los que cualquier
ser o cosa se transforma sorpresivamente en cualquier otro
ser o cosa: el héroe en cóndor o mariposa,
el coyote en un hombre burlón, el espíritu
de un salmón en bellísima ondina desnuda de
larguísimo pelo negro, la Nada en Todo. Realmente
falta que la ciencia reconozca su humana limitación,
su tierna imperfección, sus inciertos tanteos de
lo sagrado. Quizás si así, en nuestra cultura,
pasara a ser más importante con-vivir sinérgicamente
con toda la biosfera que saber e interrogar a la Naturaleza
con cierta desesperada, impotente e incluso brutal furia
en busca de la Verdad absoluta.

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