Recopilado
por Julio Arancibia O.
Por
el año 1800 llegó a la Villa San José
un joven español llamado Bartolomé, hijo de
un aristócrata residente en
Santiago. Una tarde que paseaba a caballo por las polvorientas
calles de la villa, unas jóvenes, al verle, suspiraron,
pero éste no les prestó atención. El
cura párroco le llamó y le reprendió,
diciéndole:
-Bartolomé, se comenta tu extraña actitud.
No correspondes a ninguna de las mujeres que se han enamorado
de ti.
-Reverendo Félix -exclamó Bartolomé-,
¿no estarán acaso enamoradas de mi dinero?
-Ten cuidado respondió el sacerdote-.
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El
amor puede tocarte y hacerte sufrir como ha hecho con estas
niñas que te adoran. Bartolomé dio media vuelta
y se fue. Una tarde primaveral, mientras miraba el sol esconderse
tras el cerro de La Isidora, Bartolomé se acordó
de Matilde, su novia, la que él tanto amaba y que le
había abandonado en plena ceremonia de matrimonio. Después,
cabalgando, salió por los cerros. Esa noche no pudo dormir.
Se
levantó y preparó su caballo para bajar al pueblo.
Allí, ninguna alma osaba interrumpir la tranquilidad
nocturna de la Villa San José. Bartolomé vio que
las puertas de la Iglesia estaban abiertas de par en par. Lleno
de presentimientos, ingresó al recinto, y grande fue
su sorpresa al ver a una pálida joven de cabellos largos
y brillantes como los rayos de la luna. La hermosura de esta
mujer llegaba a ser inquietante, pues inspiraba el vértigo
en la sangre. Alrededor de esta aparición, una densa
niebla blanquecina se apoderaba de todo. La misteriosa mujer
se le acercó y él se arrodilló.
-¿Quién eres?
La mujer lo encegueció con su luz y Bartolomé
cayó inconsciente en el suelo. Al despertar, vio que
el sacerdote y el sacristán le miraban con extrañeza.
-¿Qué haces aquí?
-Padre, la he encontrado, la mujer más bella que hubiese
podido ver en este mundo, me ha dejado completamente enamorado.
-¿Cómo pudiste entrar? ¿De qué mujer
me hablas? ¿No habrás venido borracho hasta aquí?
-¡Por supuesto que no! De verdad, padre, la vi. Las puertas
estaban abiertas y yo ingresé para ver qué sucedía,
entonces ella apareció frente al altar...
-Puede ser causa de la borrachera respondió el
sacristán.
-No, padre, yo la vi gritó Bartolomé y salió
enfurecido del templo.
Pasaba
el tiempo y en el pueblo crecía el rumor de que el joven
español enloquecía. Bartolomé no prestaba
atención ni siquiera a las amenazas del cura, que le
recriminaba salir a altas horas de la noche. En efecto, el muchacho
solía salir con la esperanza de encontrar a su joven.
Y un día, ya en la próxima primavera, ella se
le apareció nuevamente. Entonces no pudo contenerse,
y le habló:
-¡No sé quién eres! ¿Puedo amarte,
me amarías a mí?
Ella, espectro de luz, que parecía estar viva y que no
lo estaba sin estar tampoco muerta, exclamó con voz de
aguas de vertiente:
-Ningún mortal ha venido a ver cómo sigo sufriendo
por lo que no pude ser en vida, pero tú has venido y
te has enamorado de mí...
-Entonces dime qué eres...
-Soy un demonio que fue mujer -dijo ella, y sus ojos verdes
brillaron a la luz lunar.
-Seas lo que seas -respondió él con voz temblorosa-
igual te amaré siempre.
Ella se acercó y le acarició el rostro. Él
sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo,
pero que le dio una agradable sensación.
-¡Eres tan dulce y distinto a todos los demás hombres!
-dijo ella, y de su boca parecía que brotaban rayos de
luces-. ¡Por eso te amaré siempre, y aunque nadie
te acepte, yo te aceptaré para darte la eternidad de
la vida inmortal!
Bartolomé estaba embelesado escuchando esa clara voz,
que vibraba como agua de manantial. Ella le abrazó y
le iba a besar cuando...
El sacerdote y el sacristán ingresaron con cruces, gritando:
-¡Vete de aquí Satanás, esta es la casa
del señor!
La bella doncella desapareció. Bartolomé se quedó
llorando.
-¿Por qué la han expulsado?
-¡Porque es un demonio el que amas! -respondió
lleno de ira el sacerdote.
El
tiempo hizo lo suyo. La muchacha-demonio no volvió y
Bartolomé enloqueció. Una noche de primavera,
sin embargo, algunos años después, cuando las
flores exhalaban sus suspiros de amor, muchos vieron al loco
joven español con su prohibida amada al borde de un precipicio,
besándose y desapareciendo bajo las aguas del río.
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