Recopilado
por Julio Arancibia O.
Este
relato recoge una experiencia vivida por algunos pobladores
de San José de Maipo hace más de treinta años,
alrededor de 1970. El hecho inexplicable ocurrió
en el sector cercano a la actual medialuna del pueblo, donde
hoy vive un grupo de trabajadores de una empresa de aguas.
Nos concentraremos en los pasos que esa noche dio Don Javier,
uno de los pobladores. Cuando la noche fría comenzaba
a tejer su manto de cristal sobre el pueblo, Don Javier
acostumbraba ir a buscar los caballos que pastaban a la
orilla del río.
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Esa
noche partió a buscar a dos de ellos, y avanzando por
la penumbra miraba las formas que se entremezclaban en la oscuridad
y escuchaba los mil sonidos de las criaturas nocturnas que vivían
allí. Apuró el paso, para estar lo más
pronto posible de vuelta en su hogar, junto a su linda esposa.
A Don Javier no le gustaba nada tener que salir a buscar siempre
los mismos caballos en la noche, pero como eran de su mujer,
a quien amaba mucho, lo hacía con placer.
Cuando
ya pudo distinguir los caballos pastando cerca del río,
tuvo la sensación de que la noche se aquietaba y que
los sonidos dejaban de existir. Una extraña calma envolvió
todo. Don Javier amarró los caballos a una soga que llevaba
consigo y retrocedió hacia el camino que lo conduciría
de vuelta a casa. Al notar que los sonidos habían disminuido
y que el silencio era solamente interrumpido por sus ingratas
pisadas en las hojas secas y la hierba, tuvo miedo. El miedo,
creador de esperanzas y de vidas preocupadas, le asaltó
repentinamente en su corazón de hombre insensible al
temor, que, según él, sólo podía
reposar en el alma de las mujeres. El nerviosismo, como borbotones
de agua estancada, se le acumuló en la garganta y le
ahogó un fuerte grito que quería nacer a la noche.
Entonces avanzó hacia el camino que le conducía
hacia la seguridad de su casa, con los caballos detrás
de él.
Iban
adelante con paso seguro y cuidadoso, pero, estando ya cerca
de su hogar, Don Javier notó que los caballos se resistían
a seguir avanzando. Por más que los golpeaba y amenazaba,
estos se negaban a continuar, hasta que se echaron a tierra
paralizados por un extraño horror animal. De nada le
sirvió a Don Javier maldecirlos o conjurar al mismo demonio
para que los hiciese caminar. Entonces se sentó junto
a las bestias. Se sentía cansado y el miedo aún
le perseguía, y en los oídos sentía el
zumbido de mil abejas pegajosas de miel. El silencio le arrullaba
hasta ponerle los pelos de punta. Sentía que algo iba
a pasar. Y pasó, pasó algo que él jamás
hubiese imaginado: en ese instante comenzó a temblar
fuertemente. La tierra quejumbrosa se rebeló contra la
quietud y el temblor se apoderó de aquella zona. Don
Javier escuchó unos gritos que venían de las casas
de los vecinos, que estaban frente a él y sus paralizados
caballos. Entonces intentó moverse, pero sus piernas
ya congeladas no le respondieron. Quería levantarse y
huir...
De
repente, cuando creyó que el temblor había cesado,
miró con atención hacia el camino. Con gran espanto,
como las restantes personas que cerca de allí se habían
levantado a mirar, vio una forma negra, como de hombre, avanzando
por el camino, precedido por un sonido de cadenas. La altura
del espectro era cercana a los cinco metros, y al avanzar bramaba
como un viento ronco de muerte y horror. A raíz de todas
estas impresiones, Don Javier perdió el conocimiento,
y cuando despertó se encontró con que el sol acariciaba
su rostro y que su esposa e hijos lo miraban ansiosamente. Al
levantarse y ser conducido a su casa, junto con los ya recuperados
caballos, le contaron todo lo sucedido la noche anterior, de
cómo el diablo o un espectro maldito había recorrido
el camino de la vecindad, bramando en un lenguaje incomprensible
y causando la conmoción y terror con las cadenas que
arrastraba.
Con
el paso del tiempo este relato se hizo exclusivo de los pocos
que lo habían vivido. Fue como un secreto. La gran mayoría
de aquellos pobladores murió, otros se fueron del lugar,
no viéndoseles más por el Cajón del Maipo
y sus alrededores. Don Javier también murió, y
se dice que siempre en las noches, hasta el día de su
muerte, oía las cadenas y bramidos de aquel ser de oscuridad
y temor, como si en la noche de la aparición se hubiese
ocultado en su alma para desaparecer de aquel entorno para siempre.
Nadie lo volvió a ver nunca más.
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