Revista Dedal de Oro N° 67
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 67 - Año XII, Verano 2014

LINTERNA-TURA

HUACA DEL CERRO PELADEROS
Cuento originario de CECILIA SANDANA GONZÁLEZ
Profesora de Historia y Geografía, cajonina desde siempre.
Ilustración de Onii Planett para el cuento Huaca del Cerro Peladeros.

Las huacas son santuarios de altura de la cultura inca, son lugares sagrados de los indígenas peruanos, donde están más cerca del padre Sol, denominado Inti, para poder realizar sus ofrendas.

Si bien los incas son indígenas peruanos, ellos a lo largo de su historia se transformaron en un imponente imperio, el único en su categoría en América del Sur, a cuyo territorio van a llamar Tawantinsuyo, apoderándose de una enorme superficie de tierra. A la zona sur se le llamaba Collasuyo. A medida que estos hombres, mujeres y niños van avanzando en el territorio que actualmente es Chile, se apoderan a través de la paz o la guerra de las tribus que aparecen en su camino, las dominan e imponen sus ritos y costumbres, entre ellas el establecimiento de las huacas.

El Cajón del Maipo fue uno de esos lugares donde los incas llegan para quedarse, lo dicen los diversos santuarios de altura que hasta el día de hoy mantienen un aura de energía extrema y cuidan de nuestro pueblo; se trata del cerro El Plomo, el cerro Licán y el cerro Peladeros.

El cerro Peladeros se caracteriza por ser la última huaca establecida por los incas en el territorio, es el santuario más extremo, el último lugar de rituales, ya que hasta aquí no encontraron mayor resistencia por parte de los indígenas de nuestro territorio; más al sur, sin embargo, se van a topar con la sociedad mapuche, quienes son una frontera para cualquiera que los quiera subyugar.

En el cerro Peladeros han sido hallados restos arqueológicos importantes (andinista chileno Luis Krahl) que denotan los ritos allí realizados.

Hace muchos años un arriero cajonino recorrió esta ruta, don Lucho, le decían. Los arrieros son hombres solitarios, son buenas personas pero ariscos, a raíz de esa soledad que ellos han escogido como compañera de vida. Se caracterizan por ser mal genio pero muy respetuosos de la naturaleza y de los ciclos de ella, porque tienen claro que la vida está en sus manos. Ellos matan animales para comer, cortan ramas secas para calentar sus huesos, conocen las medicinas que la tierra les ofrece en su caminar, les temen a los espíritus y respetan los lugares sagrados de todos los dioses, católicos o indígenas.

Un día don Lucho llegó a la cima del cerro Peladeros, detrás de unos animales que se habían escapado, tapado con su manta de castilla y el sombrero cubriendo su cara. Ascendió a caballo, las nieves eternas demoraban el tranco, pero solo lo apuraba la ida del sol. Llegó a la cima, observó calmadamente la inmensidad de la creación, dio gracias a Dios por darle la oportunidad de estar allí y venerar semejante imagen, se bajó del caballo y se sentó en una piedra; con el pie derecho hizo un hoyo en la nieve, donde encontró para su sorpresa una figura brillante del color del sol, la tomó con sus manos partidas, la miró sin cesar y vio que se trataba de una llamita de oro. La figura cabía en su mano, se contentó tanto que se le caían las lágrimas de alegría; si bien entendía que se trataba de una figura indígena, que se encontraba allí cumpliendo una misión, la codicia fue mayor, y hasta pensó en seguir buscando oro hasta hacerse rico, claro que sin contar su verdad a nadie. Rió de alegría, se revolcó en la nieve; su caballo lo miraba extrañado, y el azul del cielo con la nieve quemaba su piel y sus ojos.

Decidió descender hasta alguna caleta para pasar la noche; no había encontrado sus animales pero encontró oro, y pensaba que al venderlo podría pasar varios meses metido en una cantina, acompañado de alguna chiquilla bonita.

De noche, entre las rocas con una fogata que calentaba un trozo de charqui y agua para una buena choca, sin saber de dónde, apareció un hombre rebozado de cueros y se sentó frente a él… ¡Qué susto más grande! ¡Si pensó que era el diablo en persona! Pero no se movió del lugar, y le preguntó con voz trémula que de quién se trataba… El hombre destapó su rostro, y dijo ser el cuidador de los tesoros de aquella montaña, que debía devolver aquello que se había llevado, de lo contrario muchas almas lo perseguirían. El viejo no entendía nada, mientras el hombre desaparecía de la escena.

El miedo no le permitió hablar, pero deshacerse de lo único de valor que había encontrado en su vida era demasiado. Ensilló el caballo y partió cuesta abajo. Pasaron los días y los sueños no lo dejaban dormir; pasaban los días y escuchaba voces; pasaban los días y no se podía levantar. Allí comenzó a comprender que su codicia lo llevó a destruir algo que él siempre respetó, que eran los santuarios de los antiguos habitantes de estas tierras, de los chiquillanes, de los incas… Decidió entonces devolver lo saqueado, y su vida volvió a la normalidad.

Estas huacas hasta el día de hoy nos envían las energías necesarias, cuidan de los seres humanos y de la naturaleza, del río Maipo que nos da la vida, cuida su caudal y cuida su color.

 
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