Revista Dedal de Oro N° 65
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 65 - Año XI, Invierno 2013

OTRO MUNDO ES POSIBLE

PROPUESTAS Y ALTERNATIVAS AL INSOSTENIBLE MODELO ACTUAL DE PRODUCCIÓN Y CONSUMO.
OTRAS LÓGICAS PARA EL BIENESTAR DEL PLANETA, LA NATURALEZA Y LOS SERES HUMANOS.
PABLO PAÑO YÁÑEZ - (pablopaoyaez@yahoo.es)
(Doctor en Antropología sociocultural, Universidad de Barcelona; postgrado en Ciencias Sociales, ILADES, Chile)
ILUSTRACIÓN DE BANKSY.
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ILUSTRACIÓN DE BANKSY.
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ILUSTRACIÓN DE BANKSY.
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Ante la convicción de cada vez más personas en el mundo entero de que la situación ecológica y social del planeta se aboca hacia un colapso en breve (2-3 décadas) si no existe una reacción que cambie el modelo actual de relación entre personas y medioambiente, son muchas las iniciativas que en el campo local se han puesto en marcha y que obtienen resultados óptimos a pesar de que a los grandes medios de comunicación no les interese promoverlos. Son iniciativas incipientes, habitualmente con pocos recursos (a la vez demostrando que los recursos económicos concebidos por este modelo mercantil no son indispensables para iniciativas que precisamente apuntan a superarlo) y en proceso de constante mejora en cuanto a experimentar alternativas que resuelvan una relación más sana entre medioambiente y personas. Así, aunque asumamos la complejidad de vivir en un planeta vivo y diverso con más de 6.000 millones de humanos, se hace evidente que cambiando ciertas lógicas impuestas nos acercaríamos a realidades mucho más sustentables, que podrían garantizar la supervivencia de todas las generaciones venideras, así como las de las especies animales y vegetales, sin la amenaza de colapso a la que el actual modelo económico-productivo-político nos expone.

De hecho, esta misma reflexión nos lleva a reformular conceptos habituales de las últimas décadas impuestos por las élites económicas, académicas y políticas. Por ejemplo, cuando hablamos de desarrollo, ¿a qué desarrollo nos referimos? ¿Al financiero, tan improductivo y tan inequitativamente distribuido que, por ejemplo, sitúa a Chile entre los 5 países más desiguales del planeta? ¿Al medioambiental, cada vez más simplificado por las múltiples especies que desaparecen; más deforestado, más contaminado, más privatizado, más lejano de su autoequilibrio? ¿Al tecnológico, cada vez más volcado a investigaciones sobre ámbitos como el control de las personas, la elaboración de sustancias nocivas, los armamentos, la alteración genética sin poder prever si tendrá efectos dañinos para quienes consuman esos productos? ¿Al educativo, acaso con una orientación mayoritaria hacia formaciones especializadas no integrales ni hacia el bien público, y con clara ausencia de elementos valóricos que la presidan (donde el propio lucro en la educación es uno de sus grandes exponentes)? ¿O quizá al desarrollo de culturas que cada vez muestran síntomas más inquietantes, como individualismo, indiferencia, hedonismo, egoísmo, consumismo o nuevas patologías propias de esta época (estrés, anorexia, bulimia, etc.) de dudosa aportación a la mejora social e individual?

Resulta tan complejo sostener los reales beneficios que ese modelo de desarrollo nos aporta, que muchas personas, por ejemplo en nuestro propio país, convendrían en que habitamos en una nación que muestra desde lo educativo, ecológico, sanitario, social y otros campos, un muy alto grado de subdesarrollo, en la medida que promueve lógicas que atentan contra las personas, así como contra nuestro entorno animal y vegetal. Sin dudas, eso se opone diametralmente a la idea de mejora colectiva fundamentada en la búsqueda de una mejor calidad de vida de las personas y seres vivos. Haber asumido tan acrítica e irreflexivamente que desarrollo, crecimiento, progreso, desde esa visión reductivista solo asociada a lo económico y cuantitativo, tenía tan poco que ver (y hasta era opuesto) a la felicidad y calidad de vida de las personas y la preservación del medio, nos aboca ahora a un escenario de riesgos donde conviene ser especialmente asertivos y colaborativos en intentar revertirlo, tanto desde iniciativas individuales como colectivas a escalas local y global.

Precisamente por la convicción de esos riesgos y por el deseo de construcción de otros modelos, se ha dado la proliferación de corrientes críticas de personas que se organizan en la búsqueda de alternativas. El simple hecho de visualizar los escenarios de destrucción a los que nos estamos acercando, ha puesto en funcionamiento desde hace décadas iniciativas múltiples en todos los ámbitos temáticos y rincones del planeta: el de mejorar los sistemas políticos haciéndolos profundizar en su democratización (democracia participativa con la capacidad de decisión y cogestión de ciudadanos preparados y responsables para participar de la gestión de lo público), la mejora medioambiental mediante múltiples intervenciones, preservando nuestros ecosistema (ONGs, grupos organizados, etc.), por las energías renovables, no contaminantes y más autosustentables; contra la manipulación publicitaria y psicológica de los consumidores y orientado hacia un consumo responsable y sostenible; por el control y fiscalización de los sistemas políticos y las corporaciones económicas privadas en su cumplimiento de normativas que respeten el bien público; por la no discriminación, la defensa y organización de la diversidad como valor de las relaciones hacia sociedades más integradas e igualitarias; por una educación de calidad, gratuita, que fomente el pensamiento autocrítico, reflexivo y social; etc.

Todas con un denominador común: el esfuerzo colaborativo hacia la denuncia y reversión de las principales expresiones negativas del modelo actual, hacia la construcción de alternativas democráticas que apunten hacia sociedades y economías más justas que no atenten contra el medioambiente. Para ello, la combinación mixta de intervenciones en el campo local que apunten hacia un cambio de lógica global se alza como el mecanismo que articule los diferentes niveles del territorio mediante múltiples y diversas alternativas locales adaptadas a cada marco específico que, a su vez, contribuyan a revertir y transformar esa tendencia global impuesta por el modelo capitalista.

Con "erres" de Reconstrucción

Tras la revisión profunda que desde una crítica constructiva se ha hecho del modelo productivista, se imponen con claridad las formas y prácticas que debemos instaurar para ir avanzando hacia un modelo mucho menos agresivo con el medio y con los propios seres humanos, y que de forma mucho más equilibrada aporte a su preservación en el tiempo. No es casual que todas comiencen con el vocablo "re", en la medida que pretende reorientar, reconducir y revertir las actuales lógicas. El aprendizaje acumulado y la comprobación de los excesos de este modelo actual nos deberían permitir la construcción de esa nueva lógica superando los planteamientos erróneos que lo han regido. Se trata de lógicas que deben actuar de forma integral y articulada, a diferentes escalas para lograr sus efectos. De forma aislada o minimizada, como en algunos casos se plantean en la actualidad, su efecto se hace insignificante (el reciclaje parece el mejor ejemplo: si lo practicamos sin reflexionar sobre nuestro consumo, no cambia prácticamente nada y hasta nutre nuevas empresas que hacen de él un nuevo negocio). Por tanto, la forma en cómo lo hagamos es fundamental y apunta siempre a construir una alternativa, por mucho que ello implique contradecir la lógica actual predominante que constantemente nos aconseja la continuidad del modelo vigente. Revisémoslas una a una poniendo algunos ejemplos que resulten explicativos en nuestro marco nacional y a la vez en diferente medida al alcance de cualquiera de nosotros en nuestra vida cotidiana.

REDUCIR. La primera consigna pasa por dimensionar que nuestro consumo es en ciertos casos excesivo e innecesario. Reflexionar sobre las implicaciones para el medioambiente y demás habitantes del planeta, sin duda nos orienta hacia limitar aquellos usos más superfluos a los que habitualmente nos induce el modelo económico y publicitario. El agua es quizá el ejemplo más relevante por lo central que resulta para la vida en todas sus dimensiones: aun siendo tan vital y escasa en el planeta, desperdiciamos muchísima de diferentes formas: la derrochamos (por ejemplo, un vaso de agua para lavarse los dientes es infinitamente menos cantidad que dejar la llave abierta mientras lo hacemos) y la contaminamos (botar aceite por el lavaplatos contamina cientos de litros que si lo contenemos en un frasco y lo botamos a la basura podemos evitar). Otra gran variante de la reducción pasa por las horas de trabajo. Un modelo menos orientado al productivismo requerirá menos horas de trabajo en pro de una mayor calidad de vida. Si estamos cuestionando que producir tanto nos haga más felices, posiblemente requerimos trabajar menos en conseguirlo, y sin duda se debe revisar hacia qué orientamos nuestro tiempo y trabajo, en búsqueda de sentidos mucho más sólidos, como la sociabilidad y la mejor convivencia, y no el simple consumo individualizado. Existen muchísimas prácticas que no pasan por un consumo tan alto de materias y energía, y que por lo demás revertirían en la calidad de vida. Planteamientos más sencillos en nuestra vida cotidiana sin duda reducirían parte de lo superfluo del consumo actual.

REUTILIZAR y RECICLAR. Se trata fundamentalmente de alargar el tiempo de vida de los productos para reducir el consumo y evitar el despilfarro. Parece claro que uno de los grandes cambios que el modelo productivista en las últimas décadas ha introducido es la lógica de usar, botar y comprar nuevamente. Explicábamos en el artículo anterior cómo se ha logrado eso mediante la introducción consciente de la obsolescencia de los productos y servicios que consumimos. Aún así, todavía son muchas las cosas reutilizables o, en su defecto, al menos reciclables, si así nos lo planteamos. Afortunadamente, el ingenio humano lejano a las lógicas mercantiles nos lo demuestra también habitualmente. Ejemplos como maceteros, lámparas, ladrillos ecológicos que, entre tantas otras cosas, podemos hacer con esos envases desechables que masivamente impone el mercado y que están saturando la naturaleza, son alternativas que nos orientan. Además de optar directamente por materiales más limpios y menos contaminantes e infinitamente reciclables y reutilizables como el vidrio. Por último, siempre será al menos un daño menor utilizar envases reciclables -dándonos ese mínimo trabajo de llevarlos y guardarlos- que comprar cada vez uno nuevo que se convertirá, una vez lo utilicemos, en basura que demorará siglos en reinsertarse en la naturaleza.

RELOCALIZAR. Esta lógica apunta a revertir otra de las prácticas extendidas y más insostenibles del modelo actual. Se nos hace creer que, contando evidentemente con el dinero necesario, podemos consumir todo aquello que queramos, aunque eso suponga depredación e insostenibilidad para el planeta. Consumir productos que implican grandes gastos de energía (y por tanto de contaminación) y trasladarlos hasta nuestros hogares se ha convertido en una práctica tan habitual como irreflexiva e insostenible. Consumimos fruta o hasta agua de otros países, lo que implica grandes transportes, cuando en nuestro entorno podemos encontrarlos con un coste para el planeta infinitamente inferior. En este sentido, esta práctica es un llamamiento a la autosuficiencia local con el fin de satisfacer parte de las necesidades prioritarias disminuyendo el consumo en transporte. Sin duda ello implica algo de esa "simplicidad voluntaria" a la que el modelo decrecentista apela reiteradamente. ¿Seríamos capaces a estas alturas y habituados a este consumo dilapidador de recursos, de abastecernos básicamente de productos de nuestro entorno y de temporada? Pensemos por ejemplo en la fruta. Comer una fruta fuera de la temporada exigirá necesariamente trasladarla desde lejos, y con ello, aumentar seriamente su coste para el planeta (que guarda muy poca relación con el coste monetario que el mercado nos dice que vale). ¿Será tan alto el esfuerzo de volver a las prácticas de nuestros antepasados de consumir principalmente frutos de temporada (que por lo demás habitualmente serán más sabrosos) y con ello no contribuir a ese despilfarro innecesario de energía? ¿Será tan impensable plantearnos que en algunos hogares de ámbito rural, semirrural o incluso urbano (los huertos urbanos son un gran ejemplo que prolifera en las ciudades del mundo entero) retomemos el autocultivo de hortalizas, con lo que ello tiene de ahorro, garantía de sanidad en la medida que usemos semillas autóctonas no manipuladas y sin pesticidas nocivos, y hasta de satisfacción por recuperar un cierto grado de autosuficiencia que no pase por el mercado? Como vemos, una parte importante se iniciaría, sin duda, simplemente por planteárselo tras reflexionar que, también sin lugar a dudas, se trata de una buena práctica que nos ayuda a revertir esta lógica insostenible que atenta contra la dinámica natural del planeta.

Junto a estas, más al alcance de todos nosotros, a continuación solo anunciamos otras de carácter algo más estructurales (y que por tanto exigirían una intervención clara y decidida desde los Estados e instituciones públicas), que asociadas a las primeras, sí garantizarían la introducción de otras lógicas de actuación real para la construcción de alternativas que reviertan las prácticas actuales más insostenibles:

RECONCEPTUALIZAR. Encaminado sobre todo a la nueva visión que se propone del estilo de vida, calidad de vida, suficiencia y simplicidad voluntaria ya mencionadas.

REESTRUCTURAR. Adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores, como por ejemplo, combinar ecoeficiencia y simplicidad voluntaria.

REDISTRIBUIR. Con respecto al reparto de la riqueza, sobre todo en las desiguales relaciones entre el norte y el sur, asumiendo que cualquier territorio del planeta tiene implícito en su seno este aspecto simbólico de un norte -sector beneficiado por unas condiciones que impone- y un sur -sector más deprimido y menos pagado en esa relación desigual-.

REEVALUAR. Se trata de sustituir los valores globales, individualistas y consumistas por valores locales, de cooperación y humanistas.

RECUPERAR la huella ecológica sostenible. Superar las prácticas contaminantes y riesgosas. Ejemplos como la minería -que contamina irreversiblemente suelos y cauces de agua- y la energía nuclear, son claros y básicos, junto a otros miles que se deberían replantear.

REDUCIR los transportes e internalizar los costes mediante ecotasas apropiadas. Si se cobrara por los productos el verdadero coste que tienen para la naturaleza y las personas que los producen, se haría insostenible su pago y con ello se contribuiría a un reequilibrio de producción y consumo.

RESTAURAR la agricultura campesina.

REDESTINAR los beneficios de la productividad a reducir el tiempo de trabajo y a crear empleos dignos.

REDUCIR el despilfarro de energía.

RESTRINGIR fuertemente el espacio publicitario.

REORIENTAR la investigación tecnocientífica hacia fines transparentes y demostrables de utilidad para las mayorías, la naturaleza y el planeta en pleno.

REAPROPIARSE del dinero mediante la existencia combinada de varios tipos de monedas (de intercambio, locales, a escala, etc.) con restricción de aquella financiera o mercantil anónima y especulativa.

REFRACCIONAR el espacio financiero mundial para garantizar que la economía de forma restringida se base en la producción y no en el manejo improductivo de los capitales económicos.

Como vemos, son múltiples los caminos para acercarse a formas más equilibradas de relacionarnos con la naturaleza y nuestro planeta, formas que a la vez son mucho más respetuosas con el trato entre las personas, poniendo el acento en la aceptación de la diversidad como base de unas normas que velen por el respeto mutuo. Ello pasa, como hemos ido revisando en esta trilogía de artículos, por apelar a unos cuantos valores centrales. Debe existir una ética que ponga en el centro la vida, por encima de otras lógicas, como la ganancia, el lucro, la desigualdad, impuestas por el afán predominante de instrumentalizar a un sector mayoritario de la humanidad, a la naturaleza y, en definitiva, a todo el planeta. Asimismo, es claro que debemos plantearnos en nuestro actuar unos límites: no podemos dilapidar y restar a las generaciones venideras y demás seres vivos este riquísimo y diverso planeta como si nos perteneciera; no podemos creernos que la naturaleza se compra con dinero, que no deja de ser una lógica muy reducida e interesada de cómo plantear nuestra existencia y organización en el planeta. Finalmente, apelar al sentido común. Si el mundo es finito, cuidémoslo en esa medida. Si las personas y los seres vivos son centrales, preservémoslos en todos los sentidos. Promovamos la honestidad de no provocar cosas, como que los productos estén programados para fallar, o que la gente crea que la felicidad va asociada al consumo y no a su convivencia, a las buenas relaciones con los otros y con el medio. La vida puede ser mucho más simple de lo que este modelo nos induce a hacer para lograrla. Y esa simpleza implica menos esfuerzos y menos destrucción, lo que conlleva preservar un planeta suficientemente dotado si se actúa colectivamente con sentido común.

Ante la lógica que tantas veces e interesadamente se nos insiste, de que "el hombre es un lobo para el hombre" y que nos encontramos plenamente presididos por "la ley del más fuerte", emerge demostradamente que, por mucho que esas lógicas existan, el trabajo colaborativo de las personas y en equilibrio con la naturaleza ha sido en la historia de la humanidad el principal motor de la evolución humana1, como se afirma desde múltiples voces y a lo largo del planeta entero. Sin lugar a dudas otro mundo es posible, solo es cosa de querer ponernos a aportar cotidianamente en construirlo. Nuestro planeta, nuestras futuras generaciones podrán contarlo solo si somos capaces de actuar al respecto.

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1 Tal cual demuestran con claridad en sus investigaciones autores como Humberto Maturana y Francisco Varela.

 
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