Revista Dedal de Oro N° 64
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 64 - Año XI, Otoño 2013

LINTERNA-TURA

SIN RETORNO
RODRIGO PAYÁ GONZÁLEZ. Ingeniero en Acuicultura, Productor audiovisual y Máster en Gestión Ambiental
Luna Llena Azul - Fuente :  Wikimedia Commons.

La sensación de ansiedad era parecida a la que tendría un músico en su día de debut y nos comenzó a invadir cuando estábamos tranquilos en nuestros cubículos, en espera silenciosa. Zarpamos con un nudo en todas partes del cuerpo. De un momento a otro nos íbamos a quedar inconscientes, entrando en esa bruma blanca que ya conocíamos de los ensayos de viaje, para estar fuera del mundo por un instante eterno que en tiempo terrestre sería de unos segundos y en tiempo absoluto unos dos millones de años. Durante el entrenamiento todo era concentración, sin tiempo para la reflexión. Ahora en este momento de pausa todas las cosas luchaban dentro de nuestras mentes por acomodarse y buscar un sentido, una reafirmación, la esencia de la flecha. Y la inercia era más fuerte que los seres.

Llegando a Sapirna, que así se llama el planeta, la recepción fue bastante mediocre, fría y distante. Costó que nos tomaran en serio, aun cuando proviniéramos de una academia reconocida y progresista. Lo más probable es que nos consideraran unos bichos raros tratando de dominar un arte inexistente, salvo por algunos gritos de audacia previos, de algunos visionarios, atávicos y enraizados que nos motivaban a seguir con el goce de lo románticamente posible.

¿Por dónde se agarra el chancho cuando anda corriendo despavorido? Así se nos daba la realidad. Y si no cumplo o no termino no importa, la muerte me pillará donde sea su voluntad. Ese era nuestro espíritu.

Ingenieros en Colonización nos titularon. Tenemos que hacer brotar la vida en proyección sobre este planeta desconocido y que plantea más cosas de las que básicamente conocimos en nuestros estudios. Nuestra base de conocimiento se remitía a esbozos burdos, rígidos, de vivencias parecidas y ahora nos tocaba experienciar. Para qué hablar de las diferentes actitudes, que no llegaban a ser teorías, que abrazábamos cada uno en su propio reflexionar. Lo más parecido a nuestro sentir era tener solo una llave inglesa para podar un árbol, o ser carne de cañón, o primer panqueque siempre desechable. Por dónde empezar, no lo sabíamos, salvo que debíamos aplicar ciertas técnicas de desarrollo de la vida y su consecuente sucesión.

Nuestros predecesores eran casi todos ecólogos y ecosociólogos. Habían desarrollado técnicas también en base a conocimientos dispersos y generales, con cierto éxito. Quizás por eso nos recibían con frialdad, como creyendo que llegábamos a quitarles lo obtenido. Pero lo cierto es que la economía manda, y a nosotros nos contrataban compañías grandes, interesadas en la explotación de los recursos. Había mucho por hacer todavía.

Nos dispersamos por los distintos rincones del planeta, buscando buenos empleos en condiciones muy diversas. Había trabajo en selvas, montañas, mares y miles de locaciones emparentadas con alguna actividad económica. El trabajo era de perros, cabeza gacha y malos sueldos. Pero a cada uno de nosotros se le había ocurrido estudiar esta extraña profesión, sin obligación alguna, solo con sueños como alimento. Empezamos a vivir la cruda realidad: empleadores tiranos, horarios descabellados y mucha soledad. Al cabo de unos meses algunos trajeron a sus parejas con distintos resultados, tratando de inyectarles algo de espíritu colonizador. Se produjeron separaciones, adulterios, nuevas parejas, en fin, grandes remezones, ¿o era simplemente la vida que habíamos elegido, y que en ocasiones no nos calzaba? No lo sabíamos porque no había experiencias anteriores. Un profesor, un médico, un obrero puede contarte cómo es su vida. En nuestro caso íbamos a ser nosotros los que relatáramos en el futuro a los que vendrían.

Años, años, años. Décadas. Pasaron diluvios, terremotos, depresiones económicas, muertes, en fin, la vida. Seguimos en Sapirna, que es unas seis veces más grande que la Tierra. En los primeros años hubo muchas deserciones, como las primeras filas de infantería recibiendo los cañonazos del enemigo en la carne. Algunos derivaron a trabajos accesorios menos remunerados, pero más seguros, con contratos indefinidos y horarios fáciles, todos relacionados con la administración. Otros se aventuraron en el comercio, la salud alternativa, hasta la artesanía. La mayoría se devolvió a la Tierra a buscarse la vida. Mi amigo José Luis dio botes y rebotes hasta que se puso a hacer lo que en la infancia había conocido: sus padres comerciaban con hardware y él les ayudaba. Y todos los que abandonaron la Ingeniería en Colonización más o menos fueron retornando a lo seguro, lo aprendido en la infancia o juventud. En algunas ocasiones nos preguntamos dónde quedaron esos soñadores y si acaso el espíritu sobrevivió a la vida brutal. Teníamos fe en que cambiaríamos el futuro de las personas, sería algo grande. Creo que poco se logró y los que ahora llegan son más cuadrados, más tecnócratas que nosotros. Nuestros sueños siguen aferrados a una roca para que no se los lleve la corriente. A veces nos topamos a la vuelta de la esquina y nos reconocemos debajo de esas canas y esas barrigas. Entonces hablamos mientras se enciende una pequeña fogata en nuestro interior, donde por unos instantes nos calentamos juntos las manos y compartimos un anticuado cigarrillo.

 
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