Revista Dedal de Oro N° 62
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 62 - Año XI, Primavera 2012

SABIDURÍA ORIENTAL

I CHING : EL LIBRO DE LAS MUTACIONES
JUAN PABLO YÁÑEZ BARRIOS, EDITOR DE DEDAL DE ORO.
Los 8 signos, conceptos, imágenes, principios fundamentales, del yin y yang
LOS 8 SIGNOS, O CONCEPTOS, O IMÁGENES, O PRINCIPIOS FUNDAMENTALES,
SURGEN DE LOS OPUESTOS ORIGINALES: YIN Y YANG.

En sus orígenes, el I Ching o Libro de las Mutaciones fue un conjunto de signos con fines oraculares, cuyo objetivo no se dirigía -como sucede en el mundo occidental- al ser (o al por qué) de las cosas, sino -como sucede desde siempre en Oriente- a los movimientos cambiantes (o al cómo) de esas cosas. Se parte de los dos signos originales que contiene todo oráculo (el sí y el no, el yang y el yin), se sigue por los ocho signos básicos en que se fundamenta el I Ching (padre, madre, tres hijos y tres hijas), y se llega, en una evolución de siglos, a los 64 signos actuales, cuyos trazos son factibles de mutar, de manera que cada uno de esos signos puede convertirse en cualquiera de los otros según las determinantes de una persona consultante en un momento y un lugar dados. De libro puramente oracular, con el tiempo pasa a convertirse también en libro de sabiduría. Llegó un momento -con el rey Wen y su hijo el duque de Chou- en que ya no se trataba de aceptar la respuesta oracular como un destino independiente de la persona, de modo que ésta no tenía más que esperar pasivamente a que se cumpliese lo anunciado por el oráculo. Surge la pregunta: ¿Cómo actuar ante tal situación? Se introduce así un factor que induce al individuo a determinar su conducta ética ante una situación dada, de modo que la conducta de la persona se hace parte activa de la situación global en la que está implicado. De observador, el individuo pasa a ser coautor del destino. La tradición china considera a cuatro santos o sabios como los autores del I Ching o Libro de las Mutaciones: Fu Hi, el rey Wen, el duque de Chou y Confucio. A Fu Hi (3300 A.C.), figura mítica más allá de la memoria histórica, se le atribuye la invención de los primeros grafismos o signos del I Ching. El conjunto de los 64 signos actuales provienen del rey Wen (1000 A.C.), quien lo surtió de los Dictámenes, consistentes en breves sentencias o juicios. El duque de Chou -hijo del anterior- proveyó al libro de los textos aplicados a los trazos individuales, auténticos consejos de conducta, aspecto fundamental en el uso del I Ching como libro de sabiduría, en que el consultante pasa de un rol pasivo a uno activo en la determinación del destino. Por último, Confucio (siglo VI A.C.) -y también algunos discípulos- hacen las últimas contribuciones al texto definitivo. Para consultar el oráculo se recurre a 50 varillas de milenrama o a tres monedas. En cualquiera de estos dos sistemas el consultante actúa según un método determinado que se fundamenta en lo que en Occidente se denomina como azar, y que en Oriente se considera como un suceso determinado según innumerables factores ambientales, siendo fundamentales tanto la conciencia como el inconsciente del consultante que maneja las varillas o monedas respectivas.

Los 64 signos (hexagramas) del I Ching
LOS 64 SIGNOS (HEXAGRAMAS) DEL I CHING SE GENERAN A PARTIR DE LOS 8 PRINCIPIOS FUNDAMENTALES (IMAGEN PÁG. 38). ELLOS SE COMBINAN DE TAL FORMA QUE REPRESENTAN 64 SITUACIONES TÍPICAS DE LA VIDA HUMANA. CADA SITUACIÓN EVOLUCIONA HACIA ALGUNA DE LAS OTRAS 63 SEGÚN LOS ENUNCIADOS DE CADA UNA DE LAS 6 LÍNEAS QUE COMPONER UN HEXAGRAMA. AL CONSULTAR EL ORÁCULO, SE PUEDE OBTENER UNA RESPUESTA DE UN SOLO SIGNO (UNA SITUACIÓN) O UNA RESPUESTA QUE EVOLUCIONA DESDE UNA SITUACIÓN INICIAL A OTRA FINAL.
La eterna escritura indescifrable Poema de Jorge Luis Borges

Las leyes y cosas que la ciencia establece como verdades, son verdades hasta que la ciencia las reemplaza por otras verdades. La filosofía, por su parte, no establece verdades, sólo intenta cazarlas interpretando al mundo de mil maneras. La religión sólo le sirve al respectivo fiel, y sus verdades son sólo aproximaciones de las personales verdades de sus profetas. Esta última clase de verdad –la personal- es la única inalterable: la verdad propia, aquella que surge de la experiencia personal. El que se basa en su experiencia siempre tiene razón, pero… sólo para sí mismo.

El biólogo y bioquímico británico Rupert Sheldrake -autor del libro Una nueva ciencia de la vida- escribe: "…la creencia en la objetividad de la ciencia es como un dogma para muchas personas modernas…" Los científicos conocen métodos verdaderos para operar un corazón o para llegar a la luna, pero no saben la verdad del porqué del riñón o de la luna. Esto hace que mucha gente -incluso científicos- acepte la existencia de un mundo más allá del mundo de la ciencia. Por ejemplo, Hawking sostiene que, en el ámbito de los agujeros negros, es posible la inversión del tiempo, de manera que ese sueño eterno del ser humano -viajar al pasado- tiende a hacerse posible. Esto da la razón a la literatura de ficción, es decir, la ficción se revela como verdad… Puede decirse que la magia deja de ser magia cuando la ciencia descubre el truco natural que la hace posible. (¿Acaso hoy en día no anda muchísima gente haciendo magia por las calles con un aparatito que llevan en sus manos, sin cables, que le permite acceder al planeta entero en sonidos y en imágenes? ¿Qué es eso sino magia?)

Hay una constatación moderna que está implícita en afirmaciones que datan desde varios siglos antes de Jesucristo, sobre todo en las filosofías y religiones orientales: el hecho de que el observador -aquel que realiza cierto experimento- es un factor determinante en el resultado de ese experimento. Es decir, la mente del observador influye en el resultado de lo que se pretende observar como fenómeno independiente y objetivo. Si hablara una voz, sería como si dijera: "Esto es así porque no se trata de un fenómeno autónomo, sino de un fenómeno determinado por innumerables factores, entre ellos tu propia mente de observador". En otras palabras: cada uno de nuestros pensamientos influye en la conformación del todo -que muta constantemente- y la respuesta al porqué de las cosas no tiene un carácter masivo, sino personal. Por eso, la experiencia personal es fundamental para la vida interna de cada uno de nosotros.

Todo el universo confluye en un "aquí-ahora", incluso yo con mi pensamiento, para que algo suceda o se defina tal como sucede o se define. En este contexto, no existe la objetividad de la ciencia, que separa para poder comprender cada cosa en sí misma, aislada del resto de las cosas del mundo. Existe una íntima interdependencia entre los sujetos de una relación, sea lo que sea el sujeto -hombre, animal, cosa, idea- y sea como sea la relación -consciente, inconsciente, voluntaria, forzada-. Esta reciprocidad de cada cosa con el todo y del todo con cada cosa da la idea de una unidad elemental y primordial. Aquí, el inconsciente colectivo de Jung adquiere un gran significado, en un mundo entendido como un todo inseparable e interdependiente, cuyo porqué -o cuya razón de existir- es crearse a sí mismo en un inacabable "aquí-ahora".

(Esto recuerda al panteísmo, en el que todas las cosas son prolongaciones de Dios y vuelven a él. Siendo todas las cosas prolongaciones de Dios –incluso los humanos-, Dios es todas las cosas. Dios se autocrea creando todas las cosas, y se autocrea también a través de la acción humana. No se trata de que los humanos estén creando a Dios; se trata de que Dios crea a los humanos para autocrearse a través de la acción de aquellos.)

Un libro

El origen del libro I Ching se sitúa en la China de hace 3000 años, siendo quizás el libro más antiguo y, hoy en día, una de las obras más influyentes en la humanidad, después de evolucionar por milenios a través de la investigación, la interpretación y la complementación humanas. La cultura china se fundamenta en la sabiduría del I Ching, que, además de ser un libro de estudio de los principios que rigen el mundo, puede consultarse oracularmente con el fin de obtener una orientación respecto a los cambios que experimentan las cosas del mundo y respecto al mejor comportamiento frente a estos cambios para lograr objetivos determinados. La persona que consulta el libro es determinante de la respuesta que se obtenga, y la enseñanza principal del libro se refiere a la mutación constante de todas las cosas de la vida, incluso la de la persona que consulta el libro. Pero no todo es mutación: los signos que contiene el libro se refieren a imágenes fijas que, en su interactuar, provocan los movimientos de ese cambio perpetuo. Es decir, se parte de imágenes fijas para llegar al movimiento, al cambio, a la manifestación de la vida. Esa imagen fija se concibe como una idea, y de esa idea, de ese concepto, de ese principio, surgen las cosas materiales que conforman el mundo en movimiento. Por tanto, cuando yo consulto el Libro de las Mutaciones, me contacto con las imágenes fijas y sus interrelaciones, y me informo de sus condiciones potenciales –incluida mi propia psique- en el momento de la consulta, para desde allí entender los acontecimientos generados por esas condiciones.

Así me explico yo, en breves palabras, la función oracular del I Ching. El hecho real, personal, determinante, válido sólo para el consultante, es que experimentando con el I Ching "yo puedo tomar decisiones fundamentales para mi vida". La respuesta me muestra el camino de menor resistencia para obtener algún logro que me es importante o para orientarme frente a algún acontecimiento que me afecta. Yo soy un polo fundamental de la respuesta.

¿Cómo es posible lograr esto? Decíamos que la mente humana influye en las cosas, o que lo interno determina, al menos en parte, a lo externo. Desde este punto de vista, un científico está imposibilitado de ser objetivo en el resultado de su ciencia al influir involuntariamente con su presencia y su pensamiento en el resultado de sus investigaciones. Si esto es así, ¿por qué el consultante del I Ching podría estar impedido de crear una respuesta válida -que se entiende como tal sólo para él- al consultar el libro? El consultante, al trasmitir su intención, está estableciendo una relación entre él y los signos (o símbolos, o imágenes) en el libro, relación que tiene las mismas características que la que se establece entre el científico y su experimento. Ambos actúan para averiguar algo y ambos obtienen una respuesta. El científico recurre a sus instrumentos para llevar a cabo su experimento del mismo modo que el consultante del I Ching recurre a los suyos: o tres monedas de ciertas características o cincuenta varillas de milenrama. Además, el científico maneja sus instrumentos de una manera preestablecida, al igual que el consultante del I Ching.

En este punto, sin embargo, se produce una diferencia. El científico actúa siguiendo una lógica, un camino racional, con la intención de obtener un resultado que, según sus creencias, será objetivo e independiente de su propia persona. El consultante del I Ching, en cambio, maneja sus monedas o sus varillas de un modo que, según el entendimiento occidental, pertenece al dominio del azar: simplemente las tira al aire o las combina aleatoriamente. Por eso, el resultado debería pertenecer también al azar. Hay que considerar, sin embargo, que este azar, bajo la visión de la cultura oriental en que el libro y su método de adivinación se gestó, pertenece al dominio de la "magia" cósmica que un día, des-cubierta por la ciencia, dejaría de ser "magia", porque entonces sería entendida por el intelecto humano. Son dos formas de entender el mundo: o se lo entiende como múltiples realidades objetivas y separadas unas de otras o como múltiples situaciones subjetivas e interdependientes, a semejanza de una gran red que, si es alterada en un punto, trasmite esa energía de alteración hasta el más remoto de sus rincones.

El funcionamiento de cualquier oráculo sólo puede explicarse en el segundo de los casos. Las relaciones establecidas entre el observador y lo observado -sea lo que sea el observador y sea lo que sea lo observado- interactúan de tal modo que, mirado desde un ángulo junguiano, se conectan dentro del fenómeno de la sincronicidad. Así sucede entre el físico y su experimento o entre el consultante del I Ching y el libro. En este último caso, el hecho de que sólo el consultante mismo pueda decidir si hay afinidad entre la pregunta formulada y la respuesta obtenida, confirma que ciertas respuestas fundamentales pueden ser captadas solamente en el ámbito individual. Efectivamente, afirmo que sólo mediante la experiencia directa se puede entablar una relación confiable y segura con el I Ching.

Personalmente, comencé a trabajar con el I Ching a mediados de 1989 y hoy –23 años después y desde hace ya muchos años- es para mí un método esencialmente confiable para orientar mis decisiones, a menudo trascendentes, en caso de duda. Lo consulto sólo cuando realmente lo necesito. El I Ching es como un guía, uno que muestra el camino para llegar a ser autónomo. A veces me pregunto si no seré yo mismo enseñándome a mí mismo al comunicarme con mi propia sabiduría interna, con mi propio subconsciente y mi propio inconsciente, que, en definitiva, están conectados con la trama total de la existencia. Al respecto, cito al I Ching: El hexagrama El Retorno aplicado a la formación del carácter contiene diversas sugestiones. Retorna lo luminoso: contiene así el consejo de que uno se vuelva atrás, hacia la índole luminosa de su más íntima disposición original, apartándose de la confusión caótica de las cosas exteriores. En el fondo del alma se verá entonces lo divino, lo uno (…) Reconocerlo, reconocer lo uno, equivale a conocerse a sí mismo en su relación con las fuerzas cósmicas (…)

Esto no es un privilegio: el I Ching está al alcance de quien quiera. Se trata de una elección personal, y el resto es estudio, práctica, experiencia. Eso es: experiencia personal, la única valedera. Bien dice el dicho popular: "La experiencia ajena no sirve".

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