Revista Dedal de Oro N° 60
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 60 - Año X, Otoño 2012
HISTORIA
DOS JÓVENES JAPONESES
PADRES INDISCUTIDOS DEL ARROZ EN CHILE
Antonio Gil

El soterrado y muchas veces descarado racismo de nuestro país, a menudo nos lleva a tener que esconder la Historia o a maquillar buena parte de ella para ocultar errores y supinos desaciertos. Cosa que la empobrece y la vuelve ridícula a los ojos de la posteridad, especialmente cuando sus yerros tienen origen en las intolerancias y la ignorancia proverbial de unas supuestas clases dirigentes , siempre miopes, siempre cortoplacistas, siempre una piedra en el zapato de Chile.

Transcribimos aquí estas líneas para hacer justicia póstuma y sacar de las sombras a hombres que venidos de lejos, nos permiten hoy poner en nuestras mesas el más clásico de los acompañamientos de carne, huevos, pollos y tomates. Leemos en una reseña titulada Breve Historia del Arroz en Chile, cómo el especialista Roberto Alvarado nos narra: "Comercialmente el arroz se empezó a cultivar en Chile en 1937 y en forma experimental en los años 20 en tierras que hoy ocupa la V Región con rendimientos iniciales que alcanzaban los 40 quintales por hectárea, que luego bajaron a 20-25 quintales y que hoy promedian los 50 quintales". Magnífico. Pero ignora, sin embargo, el señor Alvarado, que esto sólo fue posible gracias a la abnegada y meticulosa colaboración de un grupo de modestos agricultores japoneses avecindados en Chile.

El primero de ellos es Minosuke Hata, quien llega a Perú a los 17 años. Había nacido en Fukushima en 1899. A pesar de su juventud, arriba como traductor por haber estudiado español durante el período de enseñanza media. Procedía de una familia de raigambres militares y de reconocido prestigio dentro de las esferas gubernamentales. Minosuke termina trabajando en el Consulado de Chile a cargo de Onofre Bunster. En 1918, Bunster regresa a Chile y lo trae al fundo "Yaquil", propiedad de su hijo Álvaro Bunster, para que experimente el cultivo del arroz y de la caña de azúcar. Por entonces, el cultivo del arroz y su consumo estaba generalizado en el Perú gracias a las enseñanzas y costumbres aportadas por los chinos. En 1923, Hata se casa con una joven chilena: María Ernestina Moya. Los experimentos que lleva a cabo Hata con la caña de azúcar fracasan rotunda y definitivamente. Mejores resultados se logran con el arroz, aun cuando la semilla traída
FOTO DE ARCHIVO DE HOMBRES JAPONESES VESTIDOS CON TRAJES DEL PERIODO HEIAN (794-1192). PLANTAN BROTES DE ARROZ EN LA CEREMONIA "OTAUE" EN EL TEMPLO SINTOISTA SUMIYOSHI, EN OSAKA, EL 14 DE JUNIO DE 2010. ESTA CEREMONIA SE REMONTA AL SIGLO III Y SE CELEBRA CADA AÑO EN ESE DÍA, AL COMIENZO DE LA ESTACIÓN DE LAS LLUVIAS. EFE/TOMOFUMI NAKANO. (WWW.EFEVERDE.COM)
del Perú, aparentemente, se resiste al clima de la región y sus rindes y calidad se presentan excesivamente bajos. Ante ello, la experiencia se dio por terminada y, en los años que siguieron, Hata se dedica a la jardinería dentro del fundo. Silencioso y prolijo, cuida los crisantemos. Los lirios. Los tulipanes. Ensimismado. Con la mente puesta en los recuerdos de su lejano archipiélago.

Casi diez años más tarde, en 1939, pequeños sembradíos de este arroz cultivados por campesinos de la zona para consumo familiar, serán observados por otro gigante japonés instalado en Chile, Sone, cuando éste viene a probar suerte con este cereal, pero ahora con semilla japonesa, en las tierras de "Paniagua". Para entonces, Hata ha llevado su experiencia y esfuerzos a la zona de Talca (Séptima Región) donde los buenos resultados alcanzados dan pie para que varios agricultores de la zona comiencen a cultivarlo con criterios comerciales. Hata se constituye, así, en el japonés pionero en cultivar el arroz en Chile, aun cuando su nombre no aparezca en los anales correspondientes por no ser el gran señor propietario de los predios. Y porque quizá aún resonaban los ecos racistas del Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura Nº 32 que en 1906. Cuando se solicita una pequeña colonización japonesa, expresaba: Hay, desgraciadamente, ciudadanos chilenos distinguidos por su ilustración e influyentes por su situación política, que han llegado a preconizar las excelencias de la emigración japonesa, alegando que los japoneses no son los chinos... Pero tratándose de inmigración, es decir, de inocular en el país un germen nuevo, de traer gente que ha de quedarse firme, de mezclar sangre, hábitos, ideas i tendencias; chinos y japoneses resultan lo mismo; son la raza amarilla con sus inconvenientes físicos i sus aberraciones morales.

Por otro lado, en las actas del Senado y en la prensa, pueden leerse los argumentos esgrimidos por los legisladores encargados de denigrar la petición: La inmigración nipona lleva a todas partes su espíritu tradicional de aislamiento, no se mezcla jamás con el elemento autóctono, con un fondo religioso-imperialista que lo hace creer en la superioridad de la raza. Es una raza que se multiplica en progresión geométrica, de modo que mil familias producirían, a corto plazo, graves cuestiones demográficas y conflictos de toda especie y naturaleza. Constituiría, por lo tanto, un grave peligro para Chile.

El peligro, a la luz del tiempo, no habría sido otro que el de contar con productos de alta calidad, como el arroz que hoy comemos los chilenos.

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