Revista Dedal de Oro N° 60
Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 60 - Año X, Otoño 2012
ERMITAÑO
"NO SOY UN GALLO PELEADO CON LA HUMANIDAD"
J.P.Y.B.

EL ERMITAÑO VIVE DESDE HACE 26 AÑOS CORDILLERA ADENTRO, JUNTO A UN ESTERO. ESE RINCÓN DE LA MONTAÑA QUE ÉL HOY HABITA, LUGAR EN QUE SIEMPRE HA HABIDO VEGETACIÓN Y ESPÍRITU CORDILLERANO, RUMOR DE AGUA Y ECOS SIN ORÍGENES, NIEVE EN INVIERNO Y SOL QUEMANTE EN VERANO, Y, SOBRE TODO, UNA SOLEDAD APARENTEMENTE INHÓSPITA, DE PRONTO FUE DOMESTICADO POR UN SER HUMANO QUE "POR CASUALIDAD" LO DESCUBRIÓ COMO SU HÁBITAT NATURAL MÁS ALLÁ DEL TIEMPO. LO VISITÉ VARIAS VECES DURANTE FEBRERO Y MARZO DE ESTE 2012 Y CONVERSAMOS LARGAMENTE. DE TODO LO QUE ÉL DIJO SURGIÓ ESTE TEXTO, POR CIERTO INSUFICIENTE PARA COMPRENDER A CABALIDAD SU EXPERIENCIA, PERO QUE NOS ACERCA AL ALMA DE UNA PERSONA QUE SE ATREVIÓ A DEJAR UN MUNDO QUIZÁS BANAL POR OTRO CRUDO Y VERDADERO EN EL QUE SURGIÓ EL SENTIDO REAL DE SU VIDA.

Infancia y adolescencia

Nací el 43, aprendí a leer a los cinco años y de ahí no paré más. Mis lecturas de joven me fueron muy útiles posteriormente. De joven leí a Romain Rolland, a Herman Hesse, Emilio Salgari, Julio Verne… Pero no sólo leía literatura, sino también aprendizaje sobre cosas prácticas y… desde que me desilusioné de las creencias establecidas –y esto fue poco después de la primera comunión, ja ja ja- me dediqué a buscar y me llamaron la atención las filosofías orientales, por carecer de dogmatismos. Me enrollé con lo beatnik y descubrí mucha influencia de la filosofía oriental, la búsqueda de uno mismo, un viaje al interior, y eso me interesó. Leí a Alan Watts y otros.

Viví mi infancia en Vallenar, hasta los 12 ó 13 años. Allí despertó mi conciencia, en el entorno virgen del desierto florido. De chico, tenía el sueño de vivir, ya de mayor, en una cueva, porque ahí abundaban los socavones. De allí llegamos a Santiago y después de un paréntesis en una casa paradisiaca, mientras mi viejo tuvo una buena posición económica, hubo un cambio muy brusco en la vida de mi familia. Las cosas se complicaron, mi viejo perdió su estatus y terminamos viviendo en una población marginal, en Carrascal, donde tuve un acercamiento fuerte al ambiente delictual. No alcancé a ser delincuente, pero sí tuve enfrentamientos con el medio y terminé ganándome la vida jugando pool por dinero. Como tenía habilidad, terminé haciéndome un cierto prestigio como jugador, y al mismo tiempo tenía una aureola de choro. Para refugiarme de esa realidad, que para mí era dura, violenta, tenía un mundo íntimo, la lectura, que yo matizaba con poesía. Ese periodo está lleno de anécdotas, pero lo esencial es que no me sentía a gusto, quería salirme, vivía con pesadillas. De ese tiempo es mi amigo Wenceslao, que hoy tiene una tienda de artesanías en El Canelo. Cuando él tenía que pasar por mi calle se pasaba a la vereda del frente porque nos tenía susto, éramos los patos malos. Después nos encontramos en la Escuela de Bellas Artes y nos hicimos amigos, tuvimos Taller juntos, y hoy tenemos una amistad de más de cincuenta años.

Escuela de Bellas Artes

A los 19 años participé por primera vez en una feria de arte, una exposición de artes plásticas en el Parque Forestal. Compartí stand con la Violeta Parra, y entre otros estaba Gutenberg Martínez como compañero de stand. Ahí conocí gente que me incentivó para cambiar de ambiente. Se dieron las condiciones, porque para mi familia se arregló la situación económica, pudimos cambiarnos de barrio. Nos fuimos a las antípodas del lugar en que vivíamos, a Manquehue, que era potrero. Había unas poblaciones ahí de la Caja de Empleados Particulares, alguna que otra mansión y lo demás era campo. Me sentí a salvo del ambiente, dejé de ir a los billares, de ver a mis amigos. Fue cuando opté a Bellas Artes. Mi vida académica había sido bastante accidentada –me habían expulsado prácticamente de todos los colegios por mala conducta- y entré a Bellas Artes con una licencia secundaria falsificada. Esto a mí me gusta remarcarlo, porque señala el hecho de que yo no buscaba una profesión, un título, sino aprender. Y aprendí. Me hice el favorito de los profesores, sobre todo de los de taller. Eso marcó otra etapa en mi vida, empieza otro ciclo. Estuve siete años en Bellas Artes. El plan duraba seis años, pero me aproveché de que tenía el favor de los profesores y podía ingresar a las salas cuando quería, incluso tenía llave de los talleres. Me especialicé en dibujo con el maestro Villaseñor, que era el mejor maestro de dibujo académico. Mi maestro de pintura fue don Augusto Eguiluz. También fui alumno de Balmes y de la Gracia Barrios. Con ella tuve croquis varios años y con Balmes estuve un año, pero no me satisfizo para nada el curso de él porque era demasiado abstracto para mí. Yo soy un gallo no teórico. En este nuevo ciclo empecé a tener un orden para mis lecturas, porque en este ambiente se barajaban nombres, como los poetas malditos, y me encontré con gente que tenía un bagaje cultural más amplio –o más conciso digamos, porque el mío también era amplio- y empecé a leer más sistemáticamente.

Marihuana

Uno de los motivos por el cual me alejé de Bellas Artes fue la marihuana. Nos influyó el hecho de estar fumando, al extremo de que el grupo se deshizo y mucha gente se metió en escuelas abstractas, en el Pop art. Yo me quedé pegado en lo académico, pero me di cuenta de que no tenía motivaciones, ganas de pintar, y me fui de viaje. Estuve seis meses viajando con la intención de vencer la adicción. Yo no creía que mi problema fuese grave, a pesar de que se me estaba distorsionando la realidad y me disgregaba mucho. Pero era sólo marihuana, porque entre mis lecturas de adolescente tuve la suerte de encontrar, en una oferta de libros viejos ahí en los Juegos Diana, un libro que me sirvió muchísimo, "Pueblos, razas y venenos", del rumano Mircea Eliade, en el que explicaba todo lo relativo a las drogas, los opiáceos, los narcóticos y las drogas blandas. Entendí lo que eran las drogas fisiológicas, que te pueden destruir, y entonces nunca me metí con ese tipo de cosas, como coca. Un rechazo natural a algo que yo ya sabía que era destructivo.

La hierba yo la tomaba como algo inocuo, hasta que me di cuenta de que me debilitaba mucho y que estaba dificultando lo que yo quería, que era encontrar mi camino dentro de la expresión plástica. Por eso hice ese viaje de desintoxicación. Estuve mochileando por el norte de Chile y cuando volví me encerré en mi casa tratando de ordenarme un poco. Pero por esas cosas de la vida alguien me invitó a la inauguración de una exposición y entonces rompí mi claustro. Ahí conocí a la mujer que iba a ser mi compañera durante mucho tiempo. Me fui a vivir con ella y encontré otro espacio para la creatividad. Yo ya tenía 26 años. Viviendo con ella había que parar la olla y me enrollé haciendo artesanía, cada vez más fina, hasta que llegué a ser maestro joyero, y al mismo tiempo pude completar mis conocimientos sobre cerámica, tallado en madera, fotografía química, porque realmente estaba en un claustro feliz, que duró cinco años, desde el 68 hasta el 73, año del Golpe. Entonces hubo que cambiar la manera de vivir. Nos dedicamos a ayudar a las víctimas de la Dictadura a salir de Chile, los que estaban en peligro de ser eliminados o caer presos. Trabajamos un poco la clandestinidad y al final nos dimos cuenta de que nos íbamos quedando solos. Mis amigos, mis puntos de venta, eran gente de izquierda. Yo trabajaba mucho en la Peña de los Parra, y toda mi gente se iba al exilio. Al final no nos quedó otro recurso que irnos nosotros también, el primero de mayo del 74. Y ahí empieza otra etapa, otro ciclo.

Exilio

Primero estuvimos seis meses en Cambridge y después nos fuimos a Homburg Saar, en Alemania, con el ex marido de mi mujer, donde estuvimos otros seis meses, y después nos fuimos a París, donde nos quedamos tres años. Al final de la estadía en París nos separamos, ella y yo. Ella se fue al sur y yo me quedé en París, y después ella se instaló en Barcelona. Yo también paré allá y nos reencontramos y convivimos de nuevo un par de años, hasta que ella se volvió a Chile. Yo me quedé en Barcelona casi seis años. Ahí tuve un encontronazo con un chileno que me estafó y tuve que salir prófugo de la justicia y refugiarme de nuevo en París. Un chileno típico, muy sinvergüenza, que me estafó en una cierta cantidad de dinero, lo que para mí fue muy duro. Este gallo me hizo esa cochinada y mi autoestima se fue al carajo, y la única manera de recuperarla era pescar al huevón y sacarle la cresta, que fue lo que hice. Como se ve, ahí no hay mucho budismo zen, ja ja ja, pero yo creo que el Tao estuvo bien aplicado, ja ja ja. Estuve un año y medio más en París, esta vez sin las garantías del principio, cuando ganaba bastante bien en una estadía plena, realizada, con buenos contactos. La segunda vez fue en plan clochard. Después recibí aviso de Barcelona de que mi problema se había resuelto, sólo me habían declarado culpable de "falta", una multa de 20.000 pesetas que pagó mi abogada, una chilena que me defendió gratis porque yo había salvado a su marido durante el Golpe. Esa fue la única persona que me devolvió la mano. Ella es una muy buena amiga mía, a pesar de ser abogada, ja ja ja. De los demás, que eran como noventa, nunca más se supo. Ahí me quedé como un año más en Barcelona, trabajando de cocinero para un amigo a cambio de alojamiento. Él se había separado, comía en restoranes, le salía muy caro y era insano. Entonces comíamos los dos, mucho más sano y con la mitad de lo que él gastaba. A mí se me da bien la cocina y a él le gustaba mi compañía, porque la España de Franco produjo una cantidad de ignorantes y de brutos… Eso es a grandes rasgos mi estadía en Europa.

"Mi" lugar

Hasta que en 1986 recibí carta de Chile. Mi padre estaba enfermo, tenían que operarlo y la familia reclamaba mi presencia. A pesar de que no soy el mayor de los hermanos, mi padre me tenía como el más centrado. Vine con pasaje de ida y vuelta. Llegué aquí y un amigo me mandó a decir que había comprado un terreno en el Cajón del Maipo. Vine con mi compañera –a la que reencontré en Chile- por el fin de semana, porque tenía mi pasaje de vuelta a Europa y no quería quedarme en el Chile de Pinochet. Llegué a este lugar y descubrí que no era el Chile de Pinochet, que era el Chile de verdad, el Chile natural, no el Chile político. Llegué aquí de casualidad, pero si consideramos que las casualidades no existen… Pienso que a una persona, cuando no tiene propósitos, las cosas se le van dando solas. El hecho de carecer de ideas codiciosas permite que uno consiga cosas. Normalmente, cuando uno persigue algo no lo obtiene, pero si uno deja que las cosas pasen… es un poco el Tao.

Reconocí de inmediato este lugar como "mi" lugar. Yo lo había soñado miles de veces. Me dije: "Yo lo he soñado, he vivido aquí y aquí me quedo". La verdad es que no me explico el hecho de haberlo soñado, pero de repente, para reconciliarme conmigo mismo o con la lógica, pienso que hay una parte en la percepción del ser humano que no obedece al concepto espacio-temporal que tiene nuestra razón, que es aquello con lo que vivimos, esa idea de lo que es antes y después. Hay una parte de uno mismo que es pura percepción, un poco como esa droga que te produce macropsia, que deshace el concepto espacial y pierdes la referencia espaciotemporal. Creo que hay una parte de la percepción del ser humano que no está sujeta al ahora y aquí. Esas percepciones no caben en nuestra lógica. El sueño puede tener muchas formas -freudiano, simbólico…- y puede desatar una percepción profunda. Ahí está por ejemplo el concepto del soñar de Castañeda, que a mí me da una explicación absolutamente plausible de estos fenómenos.

Y bien, llegué aquí con una mochila y una carpa, y reconocí el lugar y no me dieron ganas de volverme a Santiago. Después bajé alguna vez a ver a la familia o a hacer algún pololo, pues llegué con poca plata y toda se fue en la enfermedad de mi viejo. Primero vivimos como tres años mi compañera y yo, y nos turnábamos. Ella se quedaba aquí y yo bajaba a Santiago, me comunicaba con los amigos y si alguien necesitaba que le arreglara un mueble, que le pintara la cocina, que le arreglara la plancha… ahí estaba yo. Siempre volvía aquí, con víveres.

Mi compañera…, al principio era la convivencia cotidiana, después ya cada vez que iba a Santiago se demoraba más y venía cada cierto tiempo aquí nomás… y ya venía a puro hincharme las pelotas, ja ja ja. No hay lugar mejor para saber si hay compatibilidad que la convivencia en un lugar así, librado el uno al otro. Ahí salen todos nuestros defectos, nuestras incompatibilidades, y de pronto nos damos cuenta de que estamos a punto de estrangularnos mutuamente. Objetivamente, yo era el que tenía más herramientas para quedarme aquí, y claro, después de unos tres años ya me quedé solo… y feliz, ja ja ja.

También hubo un tiempo en que hacía artesanías, estuve haciendo tejidos, fajas y guaracas de lana, y las vendía en la tienda de artesanía de Wenceslao en El Canelo. Pero en general yo no funcionaba con dinero, sino más con trueque. Y de todos modos el dinero no faltaba nunca, y ahora que me lo preguntas yo me digo de dónde. Bueno, venía gente y hacíamos trueque, no sé. Además, yo creo en la magia, y de hecho la uso, no en términos del brujo que hace martingalas, sino que, cuando necesito algo, me pregunto de dónde lo puedo obtener, y se me ocurren soluciones que a veces me dan resultados pingües.

Magia

Un día que necesitaba unas gotas de aceite para mi afilador de cuchillos –porque había pasado el invierno y se había oxidado- se me ocurrió que en el camino podía encontrarme un envase con restos. Partí para el camino a Lagunillas, lo recorrí desde el Puente Blanco hasta el Puente de Piedra. En un lugar encontré las podas de una mata de cedrón, yo no tenía cedrón, entonces llené unas bolsitas plásticas con hojitas y pensé como chiste "ahora sólo me falta encontrar hierba mate". Seguí mirando hasta que encontré un lugar en que habían botado revistas: Occidente, La bicicleta, El boletín de la Logia Masónica, Hoy, Punto final y todo lo que se publicó en Chile cuando yo estaba afuera… Me puse a hacer paquetes de revistas para ir llevando de a poco. Además, encontré ropa: camisas blancas, ternos… y empecé a hacer paquetes de ropa con la idea de regalarla. A medida que la iba doblando le revisaba los bolsillos, y encontré un billete de diez lucas, no podía creerlo. Ya cuando me venía vi debajo de un arbusto una botella de plástico de litro y medio llena de un líquido denso… aceite de motor. ¡Litro y medio, y yo quería unas gotitas! ¡Ay!, dije yo, ¡si esto es lo que andaba buscando! Le amarré un cordelito para colgármela al hombro, agarré algunos paquetes y antes de salir arriba al camino vi que había una caja tirada, sin etiqueta. Me acerqué, la destapé y… ¡hierba mate! Por eso digo yo que a veces usufructo de una magia que no está en mis manos.

Hay todo tipo de magias. Una vez cayó una piedra enorme que fue puro beneficio: cayó al pie de unos quillayes, los despedazó, y me dejó leña para dos inviernos. Y hay magias muy lindas. Por ejemplo, un día había nevado y al día siguiente salió el sol y había niebla que venía por el valle. Los jirones de niebla se elevaban así como caligrafía china hacia el cielo, y me puse a mirar extasiado, y de repente por encima de esa caligrafía veo un cóndor solitario a mucha altura que iba decidido hacia un punto. Le seguí la trayectoria, y descubrí hacia la puntilla cualquier cantidad de cóndores. Y me dije "ahí tiene que haber carne". Agarré un saco, una piola y un cuchillo y partí con mi perro. Cuando llegamos arriba mi perro se fue derecho hacia un grupo de cóndores que estaban picoteando una cabra muerta semienterrada en la nieve. Llegué y los cóndores, que son muy cobardes, se pusieron como a cincuenta metros. El carancho, un poco menos cobarde, se puso como a veinte metros, y los peucos se me tiraban encima, atacándome, pero el Mario ladraba y saltaba tratando de agarrarlos en el aire. Era una cabra adulta, grande, y le saqué la cabeza, las tripas, y me la traje a tirones. Me demoré un buen rato en llegar aquí. Al día siguiente veo que en la puntilla hay más pájaros que el día anterior. Seguí hasta unas rocas grandes y mirando descubrí siete cabras. Habían sido diecisiete las que había agarrado un alud. Fui al pueblo al buscar sal y me puse a ahumar y a charquear las cabras. Le regalé carne a todo el mundo.

Penaduras

Cuando llegué aquí me penaron, de frentón. Yo no creía en penaduras y esas cosas. Ahora, uno puede ponerle el nombre que quiera, pueden ser manifestaciones del Nahual o de lo que tú quieras. Yo estaba en carpa todavía, fue el primer año. Una noche, cuando estaba a punto de quedarme dormido, por dos veces me agarraron a palos la carpa, y las dos veces que salí no se movía ni una hoja. La segunda vez yo dije "aquí hay alguien que me está tomando el pelo". Agarré una lata, la llené con cenizas y las esparcí alrededor de la carpa, con la intención de que si alguien se acercaba dejara huellas. Esa noche dormí bien y al día siguiente, cuando salí de la carpa, vi las cenizas y no había ningún rastro. Pensé que eran cosas de la mente, que me lo había imaginado o que había sido una ráfaga de viento. Como siempre, uno busca una explicación racional para no volverse loco. Al cabo de un tiempo pasó don Ramón Velásquez, que venía de allá de la Pata del Diablo, y me preguntó si me habían penado. Le dije que no, obviamente, y me cuenta que la gente que acampa aquí en la noche tiene que salir arrancando porque le agarran a palos la carpa. Uno siempre piensa doble, y me dije "este caballero puede haber sido uno de los bromistas", pero al cabo de cierto tiempo subió don Antonio Rodríguez y me preguntó exactamente lo mismo. Y yo me dije "no, sería mucho que estos dos estuvieran de acuerdo". Y después, varias personas más me repitieron la historia. Existían, pues, antecedentes. Esa fue una de las dos cosas raras que me han pasado.

A los pocos meses vi a un sujeto que venía del estero y que iba a cruzarse conmigo detrás de ese árbol (indica un árbol), y cuando le salí al encuentro, ya no estaba. Lo vi venir muy claro, un gallo con pantalones oscuros, camisa blanca arremangada, pinta de campesino. Pensé que se había devuelto, fui en sentido inverso y no había nadie. Seguí y llegué al estero y me di cuenta de que no había camino por ahí. Me dije "no, este gallo no existe, está en la cabeza de uno". Y después, ya cosas más abstractas, como los perros ladrando en la noche hasta el extremo de que mi perrita se hizo pipí arriba de mi cama, y mi perro erizado, aterrados los dos. Y salí a mirar, muerto de susto yo también, y los perros conmigo, y no hay nada. Eso fue ya cuando estaba recién en mi cabaña. El resto de los años han sido tranquilos, los únicos que han visto cosas raras han sido los amigos que se quedan a alojar, sobre todo aquellos que andan en la onda esotérica, ja ja ja.

Arquitectura orgánica

La construcción de mi choza fue pura arquitectura orgánica. Primero busqué un lugar donde hacer la fogata sin demasiado viento, y ahí me di cuenta de que había un quillay y un ciruelo que tenían una rama en horcaja más o menos a la misma altura. Puse una vara de álamo, después varios pies derechos –pero más bien torcidos, ja ja ja-, después hice tejuelas con un hacha, en madera de álamo –que seco tiene buena veta y corta bien- y con eso hice una mediagua. Tiré arriba un palo paralelo y puse una manga de plástico. Así tuve ya un lugar seco donde funcionar. Después comencé a levantar una pirca, una base de piedra para seguir construyendo, con barro. Lo curioso es que me quedé sin piedras, porque ya no había piedras con ángulo, que son las que sirven. Así que empecé a bajarlas de arriba, de la lajera. Me construí un arnés para la espalda y bajaba de ocho a diez piedras cada vez. Y aquí más arriba había tres álamos secos, y yo los miraba y soñaba "cómo bajarlos", hasta que vino la primera tormenta de ese invierno y me puso los álamos aquí mismo. Además, vino un rodado y me trajo cualquier cantidad de piedras cortaditas. Era como un regalo del Apu –el espíritu de la montaña-, y con eso pude terminar la pirca. Y cuando la terminé, de repente aparece por ahí mi amigo de los tiempos de Barcelona, Sergio Andrade -de San Alfonso- con su motosierra, como un caballero andante con su espada. Y me dice "ya, en qué puedo ayudarte", y yo le dije "ya, mira esos álamos". Se puso manos a la obra, hizo tablones y con eso ya tuve para las murallas. También me ayudó el Wenceslao. Y en el verano del 87 ya tenía mi choza, un lugar cerrado donde dormir, incluso con un fogón de barro.

El Padre

Hubo un año que lo viví con un saco de veinte kilos de arroz integral, y lo acompañaba con verduras silvestres: berro, placa, diente de león, cerraja, romaza, etcétera. Y un día, desesperado, le eché un par de ratones a la comida, ya me moría por un pedazo de carne. En esa época no tenía todavía ningún truco para sobrevivir. Alguien me prestó un rifle y salí con el Mario, mi perro, y cacé un par de ratones, los puse a desaguar, los desmenucé y los mezclé con arroz integral. Así le metí un poquito de proteína al almuerzo. Eran ratones de acequia, sanos, comen pura semilla, no es rata de cloaca. Ahora no me comería un ratón ni aunque me estuviera muriendo de hambre, porque hay muchos más desechos humanos de los "turistas" que vienen al estero, y comen mucha basura.

Cuando llegué estaba solamente el manzano, que me daba fruto una vez al año. Tiene más de cien años, es el verdadero dueño de este lugar. Se dice que hay un entierro ahí, hay muchas leyendas. Yo lo vinculo incluso con las experiencias de penaduras que tuve, pueden ser manifestaciones de esa entidad, del manzano como manzano, no de algún sujeto que esté enterrado debajo, porque tenemos la tendencia de darle a las cosas una forma humana, incluso a Dios...

Me preocupé desde los primeros años de plantar arbolitos. El sauce lo planté como a los tres años de estar aquí. Y mi viejo… cuando me vine a Chile le extirparon un riñón, y sobrevivió como dos años. A pesar de todo, un día llegó aquí de visita. En una mano traía una tijera de podar para cortar las espinas del camino, para que pasara mi vieja, y en la otra traía un cajoncito en que me había hecho barbechos de arbolitos. Me trajo estos damascos, patillas de uva, los cerezos… Me los trajo personalmente y me ayudó a plantar, entonces esto es un don de mi padre. Al cabo de un cierto tiempo ya empecé a tener uva y de todo… Y el manzano carga cada tres años, un año en que no da nada, otro año un poquito y otro en que carga entero. Entonces yo hago orejones y tengo para hacer trueque, lo mismo que con el orejón del damasco, del membrillo. Le doy una bolsa de fruta seca a gente que viene a verme y ellos me dan lo que estimen pertinente. También empecé a cultivar una chacra, hortalizas.

Yo no cambio el primer tiempo aquí, los primeros años, la excitación del descubrimiento, porque todo era nuevo. A pesar de haber sido siempre un gran dormilón, no hallaba la


LOS LIBROS, FIELES COMPAÑEROS DE SIEMPRE.




EL ENCANTO Y SORTILEGIO DE LAS MÁSCARAS Y FIGURAS HUMANAS TALLADAS POR EL ERMITAÑO: TALENTO Y MAGIA.


LA VIDA A ESCALA HUMANA.


EL HOMBRE ERMITAÑO Y EL PERRO VICENTE, COMPAÑEROS.




EL OJO CÓSMICO DEL IÑIPI (PIEDRA PERFORADA ENCONTRADA EN EL LUGAR) Y EL ERMITAÑO EN LA ESTRUCTURA: SU TEMPLO.

hora que aclarara. Me levantaba a las cuatro o cinco de la mañana esperando las primeras luces para salir a recorrer el paisaje y descubrir la maravilla que es esto.

El angelito

Aquí han llegado muchos personajes. Llegan en el momento justo y cada cual me ha dado lo que tenía que darme, por lo general conocimiento pragmático, algo inmediato. Eso es rico, porque es una maestría real, auténtica. Por ejemplo, don Juan Chamisa, campesino de acá, chileno típico, maestro chasquilla, camionero y que, entre otras cosas, vivía alucinado con la idea de encontrar oro. Lo que le gustaba era andar por la cordillera cateando una mina. Cuando supo que yo sabía algo de metalurgia nos hicimos amigos, y él me enseñó muchas cosas pragmáticas, por ejemplo injertar árboles y reconocer la tierra para determinados cultivos. Y tenía una cualidad inapreciable en un chileno: era honesto. Fue mi amigo durante mucho tiempo, hasta que un día se le acabó la cuerda y murió. Lo mismo pasó con el viejo don Ramón Velásquez. Generalmente eran viejos los que llegaban, gente que tenía cosas que entregarte.

También aparecieron por ahí angelitos en momentos que era necesaria la compañía. Un día llegó una nena y yo me pellizcaba para saber si estaba soñando. Muy niñita, venía con un traje hindú vaporoso, y descalza, pelo negro, suelto… era como una ñusta. Estaba ahí parada, como esperando algo, y salí y le pregunté qué onda, y me dijo "no, es que mis hermanos vinieron un día para acá y empezaron a hablar de usted y a mí me dio curiosidad y vine a verlo". La dejé pasar, nos tomamos un tecito, conversamos, nos matamos de la risa y nos hicimos amigos. Cada cierto tiempo subía con una botellita de vino y su guitarra, y nos pasábamos la tarde y ella me cantaba sus canciones y yo le contaba mis viajes. Fue una amistad muy linda, que me sirvió mucho durante harto tiempo. Lógicamente, todas estas cosas siempre terminan… no sé… Alguien un día subió y me encontró con ella y vio la botella de vino y vio la guitarra y se hizo una película, hizo unos comentarios, y abajo ya la cosa se puso turbia y ella ya no volvió más. Pero… ella llegó justo cuando yo estaba necesitando un contacto humano, una relación que fuese bonita, fresca.

Anfitrión

La época más activa para mí es el otoño. Termina el verano y yo me dedico a juntar la fruta seca y alimentos en general, a llenar la leñera, a arreglar los techos, a prepararme para el invierno. El invierno para mí es mucho más productivo, porque sufro menos interrupciones de visitas, y hay miles de cosas que hacer, como picar leña, las podas, los trasplantes, las abonaduras y los fertilizantes naturales… No soy amigo de los plaguicidas, es como matar la tierra.

En verano uno muchas veces tiene que dejar de lado lo que está haciendo porque llega gente. En general soy un buen anfitrión, no soy un gallo que esté peleado con la humanidad. Lo que sí, tengo muy claro a quién recibir y a quién no. De repente llega gente por curiosidad o a pintar el mono, y no. Estoy ocupado y chao, aunque a algunos tengo que cantarles la cosa ya en forma más dura. Por ejemplo, había un cabro que tenía problemas de alcoholismo. Llegó aquí y salió de eso durante dos años, hasta que tuvo un traspié: lo abandonó su mujer, volvió a caerse al frasco, empezó de nuevo a venir para acá, y llegaba curado, pero yo ya no podía ayudarlo. Y le dije: "No vengas más, porque yo no te puedo ayudar y tú no me aportas nada". Y me dijo: "Pero cómo, si yo te respeto y respeto el lugar". Y le dije: "Mira, ya estoy viejo, me queda poco tiempo de vida y no puedo estarlo perdiendo con gente que no me aporta y a la que yo no le aporto, las relaciones estériles no me sirven". Llegaba ofreciéndome trago, yo le decía "no, gracias", y el otro "por qué no", y yo "porque el alcohol ahuevona y a mí no me gusta andar ahuevonao". Así es el alcohólico: cuando alguien le rechaza un trago se siente juzgado.

Puma

Deben haber sido las siete u ocho de la tarde, un crepúsculo de verano. Yo lo había sentido maullar toda la semana y pensaba que era un gato, entonces dejaba miguitas de pan, lo que tenía a mano. Ese fin de semana vino un amigo que trajo una lata de jurel. Yo guardé el jugo y otras cositas para el gatito. Cuando lo sentí maullar fui por un caminito por ahí (indica el lugar), con vegetación hasta abajo, antes de que yo lo limpiara y pusiera las parras. Era un senderito muy estrecho y me encontré a boca de jarro con el leoncito. Era tan hermoso que el primer impacto fue de admiración por esa belleza. Tenía unos ojos increíbles, tanto así que ni se me ocurrió tener miedo. Me miró con tal dulzura que yo lo vi como una criatura de otra dimensión. Era jovencito, muy grande, muy largo, y caminaba agazapado. Me quedó mirando y yo me quedé mirando y le grité a mi amigo "oye, es un puma", y al mismo tiempo hice un movimiento para tirarle el contenido de la lata. El animalito se asustó, se dio la vuelta, caminó un par de pasos, saltó hacia el lado y desapareció. Estuvo como un mes rondando, y al final lo mataron ahí donde los Larraín, porque había matado una yegua. Yo sentía los ladridos de los perros, los gritos, y me subí a mi mirador y se veía cualquier cantidad de gente, y al final lo mataron al pobrecito.

Hace poco yo tuve problemas con esa gente porque mi yegua se fue para allá, porque la gente que viene a pasear deja la puerta abierta y se pasa el estero y sube para ese lado. Yo he cerrado todas las pasadas, pero la yegua se mete por el monte, por lugares increíbles. Yo les dije: "aquí lo que podemos hacer es cuidarnos las espaldas y no pelearnos entre nosotros, porque son los llamados turistas los causantes de todas estas historias".

Estos días he perdido mucho tiempo buscando la yegua por la cordillera, tendría que haber secado los damascos y no pude, y ahora tengo que dárselos a los animales, a las gallinas, lo perdí como recurso para mí. Ahora estoy esperando lo que viene, la manzana y la uva. Duraznos y almendras no tuve este año porque la yegua me comió los arbolitos. A pesar de que me la regalaron, la yegua me ha salido muy cara. Cuando la recupere pienso venderla o cambiarla por un animal que tenga menos mañas, un caballo más viejo, si la necesito sólo para bajar al pueblo porque puedo traer más carga. Yo puedo cargar hasta treinta kilos en la espalda, pero eso no va a ser para siempre. Y de la plata no me preocupo, porque desde hace un año tengo una pensión que me da cierta tranquilidad, la pensión "solitaria" le digo yo, ja ja ja, son setenta lucas, pero que alcanza para alimentar a los animales, que es lo que más me interesa: dieciocho gatos y un perro, además de las gallinas… Crece la familia.

Iñipi

Yo hice el iñipi, esa estructura para la ceremonia del temazcal. No soy muy fanático de esas actividades, aunque las encuentro positivas. Es como un rito y no soy amigo de los ritos, excepto el rito cotidiano de hacer el tecito, que no conlleva grandilocuencia. Debe ser una reacción mía antirrito católico. Para mí, el iñipi es más un templo. Por ejemplo, el otro día tuve un conflicto con un amigo que tiene la mala costumbre de dirigirte en tus acciones, sabiendo que uno ya tiene muchos años de circo. Él es jefe de obras, puede ser una deformación profesional. Entonces tuvimos un cambio de palabras que me produjo molestia. Le dije "tengo años de circo y esta huevá la sé manejar muy bien, ¿hasta cuándo me vas a dirigir la película?". Y me quedé con la sensación de haberle contestado mal. Entonces, me voy al iñipi a pensar en ese tema, y ahí saco mis conclusiones. En este caso, que los dos tenemos problemas. Si a mí me molesta que me dirija, es porque considero que me está avasallando, pero si yo tengo conciencia de que estoy haciendo las cosas bien, eso no tiene por qué molestarme. Entonces, ahí funciona mi ego, todavía no estoy libre de picarme. Y la necesidad de él de decirle al otro lo que tiene que hacer es también un problema de ego, porque te pones en una altura superior. Ese tipo de reflexiones hago yo en el iñipi.

Al centro, arriba, el iñipi tiene un ojo cósmico, una piedra. Durante muchos años busqué vestigios de las culturas que había aquí. Recorrí los cerros, lugares que alguna vez fueron senderos, pero nunca encontré nada. Pero un día barriendo el patio vi una forma muy curiosa semienterrada y pensé que era la tapa de algo, y durante varios días pasé la escoba por ahí mismo, hasta que empecé a desenterrar esa piedrecita. Descubrí que era perforada, que se usaba como alma para el huso de hilar. Habiendo permanecido tanto tiempo aquí y habiendo sido confeccionada por un hombre anónimo, tiene una carga que para mí es importante, porque el que la hizo era un artesano, y yo siempre me he considerado un artesano, una persona que hace cosas con las manos. Y cuando construí el iñipi, la idea era hacerlo exclusivamente con materiales míos: el bambú, el mimbre y la pita, pero cuando le hice arriba el tejido, descubrí que ahí la piedra le venía perfectamente, y la puse. Es un ojo cósmico, porque cuando uno se sienta queda justo encima del ojo pineal y se produce una energía fantástica. Entonces, fue una especie de consagración del lugar.

El fin

Sobre cómo se viene el futuro… yo veo la imagen de don Ramón Velásquez. El viejo era un niño, bueno para la chuchá, muy campesino, aparentemente muy bruto, pero tenía unos ojos cristalinos de niño. Un día llegó aquí arrastrando las patitas, lo vi avejentado. Se quedó aquí mientras yo iba a dar el agua, porque a eso venía, pero le dije "quédese aquí, después nos tomamos un tecito". Tomamos tecito, contamos anécdotas, nos reímos, él me tenía harto cariño porque yo lo inflaba como un ser humano. Después nos despedimos, él caminó tres pasos y se quedó parado, se dio la vuelta y me quedó mirando. Vi que tenía los ojitos llenos de lágrimas. Se acercó y me abrazó, y supe que se estaba despidiendo. A los dos meses se fue. El vivió plenamente hasta una cierta edad y cuando se le acabó la cuerda se mandó a cambiar, sin agonías largas.

Para mí ese es el ideal, irme de una y ojalá casi sin notarlo. Yo cuando tengo que matar un animalito, porque lo necesito para vivir, hago una martingala, un compromiso con la muerte. Tengo un ritual: ponerme una gota de sangre en la frente. Me marco, y así asumo mi acto. Lo único que pido es que cuando me toque la pelá, sea de la misma manera en que yo le quito la vida al animal, de una manera impecable, sin hacerlo sufrir. El miedo no es a la muerte, sino al sufrimiento. Mi vínculo con la muerte es así.

Para el terremoto yo veía que venía una piedra derecho para acá y lo único que pensé es "que sea rápido". Es lo más cerca que he estado de la catástrofe. La piedra dio tres botes, golpeó contra un quillay, se desvió, atravesó la leñera, cayó en el pasillo y quedó apoyada en la esquina de la casa, a tres metros de donde yo dormía. Ojalá, cuando me muera, mis amigos se juntaran para hacer una gran fogata, ja ja, ja. No me gusta la idea de ser carroña, porque en ese caso preferiría morirme arriba en la cordillera para por lo menos alimentar a los pájaros. Pero si estoy muy viejo como para subir el cerro, voy a tener que resignarme a estirar la pata aquí abajo nomás.

Con respecto al alma, creo que no existe ni el ahora ni el después. Uno se diluye en una dimensión que no corresponde a nuestro continuo espaciotemporal. No creo en el paraíso cristiano, sería más aburrido que la cresta, ja ja ja. Yo creo en los inmortales taoístas, pero para llegar ahí hay que trabajar mucho. Considero que el hombre es como el alimento de los dioses, y el que consigue sustraerse a la disolución de la muerte es porque ha hecho un trabajo muy específico.

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