Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 59 - Año X, Verano 2012
REFLEXIÓN: MUJERES MAPUCHES
LA ARAUCANA Y SUS MUJERES
ALEJANDRO PATRICIO CARMONA BELLO

En clases de Castellano de mi época, fue tanta la insistencia y dedicación por enseñarnos «La Araucana», que al final terminamos sintiendo una tremenda aversión por la poesía en general y por el poema mismo en particular. Hoy en día observo que el método de enseñanza que se nos aplicó en ese entonces no fue muy bueno. Había que aprenderse «a fuego» su estructura métrica escrita en Octava Real. Prácticamente había que disecar el Poema. Recitar de memoria las primeras estrofas con cada uno de sus versos en cada clase.

Del tema en sí, no había mucho interés por su comprensión, ya que pensaban que lo captaríamos por añadidura. Craso error, porque terminábamos repudiando el relato de cada conflicto bélico al descubrir la rapacidad del conquistador. No hubo dedicación en tratar de señalarnos el sentido del texto. Don Adolfo, nuestro profesor de Historia, se horrorizaba cuando le contábamos el suplicio que significaba prácticamente triturar este Poema. Aunque el sentido de su crítica era muy distinta a la nuestra, no cabía dudas de que él estaba de nuestro lado. Por alcance, también despotricaba por el método que aplicaba el profesor Arias en clases de Biología cuando, con mucho rigor, desintegraba flores para mostrarnos cada una de sus estructuras. Entonces, así como se «trituraba» el poema, pasaba lo mismo con las flores.

Adolfito, como cariñosamente le decíamos, era nuestro paño de lágrimas. Nos entusiasmaba con descripciones de jardines llenos de flores aromáticas y rodeadas de insectos que las polinizaban junto al viento primaveral, que también contribuía a ello. Grande era su lamento cuando señalaba que en otoño se deshojaban irremediablemente esas hermosas flores para luego yacer, ya mustias, en los suelos húmedos. Se entristecía al describir la decadencia de la rosa marchita que, como péndulo, se cimbreaba en su tallo frágil pronta a morir. De ese modo, por el relato tan sensible y emotivo, nos estimulaba a la comprensión de los ciclos vitales de las plantas. Nos decía con emoción: «La poesía hay que cantarla. Observen el aspecto sonoro de su rima. No la desmenucen, no la maten. La métrica se hizo para la armonía del poema y su belleza. Hagan la prueba cantando cada estrofa de La Araucana y así observarán su ritmo, su armonía y su belleza. Los énfasis estarán dados por el contenido del relato». Nunca olvidé esas expresiones.

Bueno, ¿a qué viene todo esto?

Siempre me han atraído las tres viudas más significativas que describe Don Alonso en «La Araucana»: Fresia, Guacolda y Tegualda. Esta atracción quizás se inició porque un amigo y compañero de curso de mi infancia se llamaba Lautaro y tenía tres hermanas cuyos nombres eran los señalados. Su padre era un profundo conocedor y querendón de la cultura mapuche. Me sentí obligado a releer La Araucana estimulado por mi curiosidad literaria, por esta importante trinitaria femineidad y por mi pobre conocimiento de la cultura mapuche. Lo hice con el entusiasmo y las sugerencias que señaló mi profesor Adolfito. Debo confesar que de ese modo descubrí el significado de la métrica y la belleza de la narrativa. Además, comprobé su armonía «entonando» algunos de sus Cantos. Bueno, como exordio a esta exposición y en este contexto que señalé, debo precisar que:

Don Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594), soldado poeta y paje del Príncipe Felipe, hijo y heredero de Carlos V, solicitó viajar a la Indias impresionado por la noticia de la muerte de Pedro de Valdivia a manos de los araucanos. A los 23 años, llega al Virreinato del Perú con la expedición de Don García Hurtado de Mendoza y solicita viajar a Chile. Don Alonso permaneció en el centro de operaciones de las Guerras de Arauco durante 17 meses. Su poema épico, «La Araucana», elevada forma literaria de la época, fue escrito en Octava Real: ocho versos endecasílabos (once sílabas) por cada estrofa. El poema está escrito en 37 Cantos distribuidos en tres partes: la primera, con 15 Cantos, publicada en 1569; con 14 Cantos la segunda, publicada en 1578, y con 8 Cantos la tercera, publicada en 1589. La Obra completa se publica cuatro años antes de la muerte de Don Alonso. Él fue quien llamó «araucanos» (gentilicio de rauko: tierra gredosa) a los mapuches (mapu: tierra, che: gente). Este Poema canta la gloria de las armas hispánicas y la bravura del aborigen y sus mujeres. Al iniciar su poema, Ercilla declara su intención de apegarse al tema propio del género épico, es decir, a los asuntos de guerra. Sin embargo, a lo largo de su obra relata pasajes digresivos que incorporan temas románticos y femeninos.

En la sociedad mapuche, la mujer cumplía las mayores tareas de la agricultura. Su vida transcurría entre las labores económicas y la crianza de sus hijos y formaba parte de un grupo de varias esposas que vivían en la misma ruca junto a sus hijos. Trabajaba todo el tiempo y cuando el combate la precisaba, acompañaba a los guerreros como un soldado más. En la Segunda Parte de La Araucana se narran los episodios idílicos indígenas en el que gravitan personajes femeninos con potente simbología y que concitaron mi interés por esta exposición. Veamos a las cinco mujeres del Poema.

Glaura, esposa de Cariolán.
Cariolán fue hecho prisionero. Había sido un antiguo yanacona de Don Alonso y en su tiempo le salvó la vida al informarlo de una emboscada. Glaura sale en su búsqueda y es detenida. Entonces, ella narra su historia. Ercilla, reconociéndola como la mujer de Coriolán, otorga a éste su libertad y los deja marcharse juntos. En esta bella estrofa podemos apreciar claramente la Octava Real: una estrofa de ocho versos endecasílabos.

1. Mi nom brees Glau ra,en fuer teho ra na ci da, (rima A)
2. hija del gran cacique Quilicura (rima B)
3. de la sangre de Friso esclarecida (rima A)
4. rica de hacienda, pobre de ventura, (rima B)
5. respetada de muchos y servida (rima A)
6. por mi linaje y vana hermosura; (rima B)
7. mas, ¡ay de mí!, ¡cuánto mejor me fuera (rima C)
8. ser una simple y pobre ganadera! (rima C)

Lauca, hija de Millalauco.
Ercilla cuenta cómo la halló herida y deseosa de morir para reunirse con su esposo muerto por los soldados. Implora a Ercilla que la mate, pero éste deja que un soldado la acompañe y le ayude en el camino en busca de su gente.

«La vida así me cansa y aborrece,
viendo muerto a mi esposo y dulce amigo,
que cada hora que vivo me parece
que cometo maldad, pues no le sigo;
y pues el tiempo esta ocasión me ofrece,
usa tú de piedad, señor, conmigo,
acabando hoy aquí lo que el soldado
dejó por flojo brazo comenzado».

En estos pasajes del Canto XXXII del Poema, Ercilla da realce al sacrificio, la piedad y la fortaleza de Lauca. Hay todo un relato en que compara el sacrificio de Lauca con el suicidio de Dido, heroína trágica. La Tradición Clásica dice de Dido: «Noble fenicia. Había huido a Libia tras la muerte de Acerbas, su marido y tío. Compró un territorio a los libios y fundó Cartago. Fue solicitada en matrimonio por Yarbas, rey de Libia, quien amenazó con guerra en caso de ser rechazado. Por respeto a la memoria de su difunto marido y en protección de su ciudad, a la que incluso debía la vida, se suicidó». La inserción de Dido en este Poema es para testimoniar la nobleza, dignidad, entrega y castidad de Lauca como modelo femenino mapuche.

Guacolda (Wa: choclo, maíz. Koli: colorado).
Bella mujer de pelo rojizo que fue seducida por el valor y el talento de Lautaro (Lef-Traru: Traro veloz), y que decidió seguirlo con decisión y coraje. Para algunos historiadores no sería más que un mito, un personaje literario creado por la pluma y el ingenio de Ercilla para encarnar y ejemplificar las características de la mujer mapuche. Guacolda habría estado enamorada de Lautaro, quien le habría correspondido. Guacolda habría estado presente en la toma de Concepción, en la Batalla de Mataquito y en el asalto a Santiago. También habrían muerto juntos en una emboscada tendida una noche por Francisco de Villagra. Alonso de Ercilla cuenta que Guacolda habría predicho a Lautaro el desastre y la muerte en la víspera de la batalla de Chilipirco (batalla de Peteroa, 1557).

Lautaro le responde: «Amiga mía,
sabrás que soñaba en este instante
que un soberbio español se me ponía
con muestra ferocísima delante
y con violenta mano me oprimía
la fuerza y corazón, sin ser bastante
de poderme valer y, en aquel punto,
me desperté la rabia y pena junto».

 







GUACOLDA Y LAUTARO
MEMORIACHILENA.CL



Francisco de Villagra y sus huestes conocían el sitio y la ruca de descanso de Lautaro y Guacolda, gracias a la información del traidor Chillicán.

(…) En aquella noche el bárbaro dormía con la bella Guacolda enamorada, a quien él de encendido amor amaba; y ella por él no menos se abrasaba.

Guacolda simboliza el amor de la aborigen por su hombre. El poeta describe la muerte a traición del aguerrido Lautaro y el profundo dolor por lo acontecido. Guacolda, tierna como es, hiere sin embargo a un español antes de morir.

Fresia.
La existencia de Fresia, principal esposa de Caupolicán, así como la de Guacolda, es materia de discusión, puesto que sólo aparecen en el Poema. El pasaje más dramático y conocido entre una pareja dentro del Poema es el protagonizado por aquella y su valiente compañero Caupolicán. Ante la inminencia del ataque de las tropas españolas en la batalla de Cañete, huye con su hijo pequeño en los brazos; pero es sorprendida y llevada al fuerte Tucapel. Fresia hace su aparición en el momento en que Caupolicán es capturado por los españoles en el combate de Antihuala. Al verlo así, derrotado, siendo conducido por un piquete al fuerte de Tucapel, Fresia, presa de la ira, le habría enrostrado el haberse dejado capturar vivo, le habría arañado el rostro dando alaridos de rabia y, finalmente, en un ataque de furia, habría arrojado el hijo de un año de ambos sobre un peñasco, destrozándolo, diciendo:

«Toma, toma a tu hijo, que era el
nudo
con que el lícito amor me había
ligado;
que el sensible dolor y golpe agudo
estos fértiles pechos han secado:
críale tú, que ese cuerpo membrudo
en sexo de hembra se ha trocado;
que yo no quiero título de madre
del hijo infame del infame padre»

A pesar de que probablemente se trate de un personaje de sólo esta obra literaria, Fresia se ha convertido en parte de los elementos que constituyen, a la vez, las identidades mapuche y chilena.

A propósito de la muerte de Lautaro y de Caupolicán, ambos fueron traicionados. Es preciso señalar que estos guerreros mapuches son ejemplo de bravura, fortaleza y belicosidad. Lautaro muere resistiendo sorprendido por una emboscada, y Caupolicán, detenido sin dar lucha como guerrero en campo de batalla. Eso motivó el reproche de Fresia.A propósito de la muerte de Lautaro y de Caupolicán, ambos fueron traicionados. Es preciso señalar que estos guerreros mapuches son ejemplo de bravura, fortaleza y belicosidad. Lautaro muere resistiendo sorprendido por una emboscada, y Caupolicán, detenido sin dar lucha como guerrero en campo de batalla. Eso motivó el reproche de Fresia.

Chillicán, guerrero compañero de lucha de Lautaro, molesto por sus actitudes soberbias, deserta y da información a los españoles del lugar donde el Cacique y sus bravos descansaban después de una larga noche de desenfreno. Andresillo, un aborigen de las huestes d e Caupolicán, informa a los españoles el refugio del Cacique con sus bravos. Dante, en su «Divina Comedia», sitúa a los traidores en el noveno Círculo del Infierno; el último, el más abyecto y despreciable. Quizás Ercilla, por su influencia, dice de la Traición:

La más fea maldad y condenada,
que más ofende a la bondad divina,
es la traición sobre amistad forjada,
que al cielo, tierra y al infierno
indigna,
que aunque el señor de la traición
se agrada
quiere mal al traidor y le abomina:
¡tal es este nefario maleficio,
que indigna al que recibe el
beneficio!

Tegualda.
En los cantos XX y XXI de la Segunda Parte del Poema, Ercilla relata uno de los pasajes más bellos y emotivos de esta heroína trágica. Mientras el poeta descansaba cerca del campo de guerra, descubre a esta mujer que por la noche y escondida, buscaba el cuerpo de su amado Crepino, muerto en campo de batalla, para darle sepultura. Apenas hacía un mes del casamiento, cuando el guerrero cae en la batalla. Al encontrar el cuerpo de su amado, Tegualda intenta suicidarse; pero Ercilla la convence de desistir de la idea y de llevarse el cadáver de su esposo.

Ella, del bien incrédulo, llorando,
los brazos extendidos, me pedía
firme seguridad; y así llamando
los indios del servicio que tenía,
salí con ella, acá y allá buscando.
Al fin, entre los muertos que allí
había,
hallamos el sangriento cuerpo
helado,
de una redonda bala atravesado.
La mísera Tegualda que delante
vio la marchita faz desfigurada,
con horrendo furor en un instante
sobre ella se arrojó desatinada;
y junta con la suya, en abundante
flujo de vivas lágrimas bañada,
la boca le besaba y la herida,
por ver si le podía infundir la vida.
«¡Ay cuitada de mí!-decía-, ¿qué
hago
entre tanto dolor y desventura?
¿Cómo al injusto amor no satisfago
en esta aparejada coyuntura?
¿Por qué ya, pusilánime, de un trago
no acabo de pasar tanta amargura?
¿Qué es esto? ¿La injusticia a dónde
llega,
que al morir forzoso se me niega?»
Así, furiosa por morir, echaba
la rigurosa mano al blanco cuello
y no pudiendo más, no perdonaba
al afligido rostro ni al cabello,
y aunque yo de perturbarlo procuraba,
apenas era parte a defenderlo
tan grande era la basca y ansia fuerte
de la rabiosa gana de la muerte.

Como señalé anteriormente, en «La Araucana», Don Alonso declara en sus inicios que su intención era sólo cantar «al furor de Marte» (la guerra). Asegura que no le cantará a las mujeres, al amor ni a nada relacionado con enamorados. Pero no cabe duda que la inclusión del tema amoroso cantado con refinado lirismo, fue incorporado al Poema debido a la seducción que le ocasionó la mujer aborigen. Aún más, con el relato de Dido, heroína trágica de la Tradición Clásica, Ercilla estableció un vínculo poderoso con el modelo femenino de las mujeres araucanas.

En mi Internado de Pediatría, debíamos cumplir una estadía en una comunidad mapuche de la IX Región con el objeto de contribuir a la campaña estival contra enfermedades que causaban una elevada mortalidad infantil en esa zona. Fui asignado a Pichingual, una reducción mapuche próxima a Nehuentue, vecina a Puerto Saavedra, donde fuimos acogidos cariñosa y entusiastamente por el Director del Hospital, Dr. Arturo Hillerns Larrañaga, «Huinca», médico de ancestros vascos. Fue detenido el 15 de septiembre de 1973, desconociéndose hasta el día de hoy su paradero. Actualmente, en su homenaje, el hospital lleva su nombre. En pocos meses de trabajo en esa zona asignada, pude conocer algo de la realidad y cultura de algunas comunidades mapuches. Aprecié la pobreza y las tremendas dificultades de su gente por sobrevivir en ese ambiente tan difícil. Pude reconocer la inmensa fortaleza de la mujer mapuche que con tanto sacrificio, abnegación y dolor soportó con estoicismo los avatares de la rudeza de su condición.

La historia y la literatura han destacado con fruición a estas mujeres de cuyo vientre nació el mestizaje no sólo en Chile sino en toda Hispanoamérica. Entonces, ya es tiempo de reconocer abiertamente nuestro mestizaje como principio tutelar de identidad. En este contexto, partamos por reconocer su lengua. Entonces, ¿qué sentido tiene nominar «Kennedy» a una avenida principal de nuestra capital, al lado de otras como la Manquehue, Vitacura, Tabancura, Apoquindo, y lugares como el Parque Araucano, el Apumanque, el Parque Arauco y el río Mapocho?

Sin olvidar el nombre de nuestras heroínas del Poema, observemos otros nombres tan hermosos como: Peumayen, Mapulay, Kaukel, Kilka, Trancura, Tunquelen, Pumahue, Pilafquen, Mahuida, Quintu, Lefren, Huinpalay, Loncotraro, Rukayen, Ulmorayen, Huincacara, Amaray y tantos otros que bien podrían reemplazar muchos nombres de calles o lugares urbanos destacados.

Así como los Jaivas cantaron a los incas en «Las alturas de Machu Picchu» parte del «Canto General» de Pablo Neruda, ¿algún día podremos cantar con más entusiasmo algunos versos de «La Araucana» o entonar una hermosa melodía del poco conocido poemario mapuche como reconocimiento a su pueblo, a sus mujeres; en fin, a nuestros ancestros?

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