comienza a nevar sin parar. Devuelven el arreo a los Paramillos, al lado argentino, donde todos los vacunos mueren a causa de la nieve en las vegas de Llaucha. Esto se pudo constatar al año siguiente.
Los arreadores vuelven al refugio El Diamante. En ese regreso con huella extraviada por la nieve alcanzan a cabalgar algunos pasos por sobre las aguas escarchadas de la orilla de esta laguna. Osvaldo va adelante y al observar esto advierte a sus compañeros: "Vuelvan despacito que vamos sobre la escarcha de la laguna". Llegan al refugio, esperan hasta el día siguiente para tratar de emprender el regreso, sigue nevando, la nieve engruesa. Salen nevando del refugio, abriendo huella. El avance es muy lento. Al atardecer regresan nuevamente al refugio para descansar en un lugar seco y alimentarse. A sus caballos también los ponen bajo techo.
Al emprender de nuevo la jornada a la mañana siguiente, la nieve y el viento les habían cubierto la huella dejada el día anterior. Alcanzan a cruzar el río Diamante, pero deciden regresar una vez más al refugio. A la mañana siguiente encuentran lo mismo, pero logra avanzar un trecho más largo la caravana. Por la experiencia de los días anteriores deciden pernoctar en la huella, cubriéndose con carpas y mantas, mientras sigue nevando, y así continúan rompiendo nieve, hasta que el séptimo día llegan a la Casa de piedra Las Tórtolas, que es sólo una caleta natural en la roca viva. Ya los víveres comienzan a escasear y los animales no tienen fuerza. Algunos han muerto en el camino por el frío, el esfuerzo y la falta de forraje.
Allí pasan el día completo secando ropas, alimentándose de algo para emprender la marcha a la mañana siguiente. La nieve no para de caer y está tan gruesa y blanda que casi los sepulta. Deciden bajar al lecho del río Maipo, que arrastra muy poca agua y no tiene nieve que lo cubra, y así -ya sin sus cabalgaduras- logran llegar al refugio de Cruz de Piedra, construcción de bolones que hizo levantar el propietario de esa cordillera y que fue hecho desde los cimientos por el vecino de San José de Maipo, Amadeo Mesías (el Diablo).
Allí descansan otro día, sólo les queda de compañía una perrita.
El terreno es plano, hay menos nieve. Emprenden nuevamente el retorno, pero deben cruzar dos veces el río Maipo, que en esos lugares ha aumentado su caudal. Logran hacerlo sin mayores dificultades hasta llegar a las caletas de los Baños de Puente de Tierra, lugar que está seco. Pasan la noche y, al tratar de salir de allí, la huella está tan escarchada, resbalosa, que no les permite el ascenso. Esta parte de esta aventura nos lleva a conocer el espíritu solidario y de ejemplar compañerismo: Osvaldo trae los pies tan quemados por el frío que casi no le permiten caminar y menos trepar por el hielo. Les dice a sus compañeros: "Váyanse ustedes, sálvense, si pueden vengan a buscarme después". Agustín es el primero en salir a la huella. Los otros tratan de hacerlo, pero él saca su puñal de la cintura y los amenaza con cuchillo en mano: "De aquí no pasa ningún c… de su m…, mientras no saquemos a ese hombre". ¡Qué ejemplo! Todos vuelven atrás y con sus respectivos puñales comienzan a perforar el hielo, haciendo escaleras. Amarran las mantas de sus puntas y con lazos de mayor resistencia, por donde logran que Osvaldo, con dificultad, pueda trepar.
La marcha continúa. Vadean el río Barroso llegando al refugio de Valle Blanco, donde la nieve es escasa. Cuatro quedan en el refugio. Rafael Salas (el mayor) y Agustín Matamoros (el menor de edad) parten caminado a dar aviso, que se encuentran vivos en ese lugar. Llegan a la casa de Río Claro, la última habitación por el Cajón del Maipo, donde vive Domiciano Pavez y familia. A estos arreadores ya se les consideraba muertos en la cordillera, por lo que fue una sorpresa para todos esta salvación. Unos parten a dar noticia y otros a preparar la caravana de rescate.
Al saber esto Juan Sepúlveda, hermano de Osvaldo, que vivía en El Monasterio, sin importarle hora ni condiciones de tiempo, ensilla su caballo, echa los víveres que puede a sus alforjas y parte de inmediato. Al Valle Blanco llega en la noche, tarde. Está totalmente nublado, se extravía de la huella, pero sabe que está cerca y comienza a gritar y silbar. A Osvaldo lo tienen acostado, con fiebre, pero en esas condiciones escucha algo y dice: "Juan está cerca, está chiflando". Los demás responden "está delirando", pero otro también escucha, salen fuera del refugio, encienden fuego, Juan lo ve en la oscuridad y logra llegar al refugio sin novedad, produciendo la alegría general, que les permite comer y saber que los emisarios cumplieron su cometido.
Al día siguiente partió una gran caravana al rescate, y todos regresaron sanos y salvos. Sólo Osvaldo Sepúlveda debió permanecer hospitalizado en "La Casa de Socorro" de San José de Maipo, que era el hospital local y estaba ubicado en la Cañada Sur, entre calles Comercio y Volcán. Hermosa historia con un final feliz, que nos entrega lecciones de unidad y compañerismo. Arriesgando sus vidas, cuántos sin medir consecuencias lo hacían para dar sustento a sus familias.
Hoy, a esos lugares que se describen en esta historia real, se puede llegar en caminos vehiculares. Por allí viene el gasoducto de GasAndes. ¡Cómo ha cambiado todo: los vacunos no llegan de arreo, la carne de Argentina y otros países viene envasada al vacío, en camiones o aviones, frigorizada!