Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 58 - Año X, Primavera 2011

ARTE Y ARQUITECTURA

UN MUSEO PRIVADO DE

UNO ENTRA EN UNA ESTANCIA Y DE PRONTO VE ALGO INESPERADO QUE LO DEJA ENTRE PERPLEJO, INCRÉDULO Y EMOCIONADO. ESO ES LO QUE SENTÍ CUANDO, EN UN LUGAR DE EL MELOCOTÓN ALTO, VI POR PRIMERA VEZ LAS SALAS DE UN VERDADERO MUSEO (PRIVADO) QUE ATESORA REPRODUCCIONES DE PABLO PICASSO TALLADAS EN MADERA, A TAMAÑO NATURAL, PINTADAS. LOS LETREROS CAMINEROS INVITAN A UNA EXPOSICIÓN DE PUERTAS, PUERTAS DE VERDAD EXTRAORDINARIAS, PERO NADIE ESPERA ENCONTRARSE, ADEMÁS, CON UNA INTERPRETACIÓN VIVA, IMPRESIONANTE, CONMOVEDORA, CASI TURBADORA, DE LA OBRA DEL GENIAL PINTOR MALAGUEÑO.

La quinta de Eduardo Mena –el artífice del museo y de cada obra allí expuesta- evidencia, desde el principio, el amor por lo bello. Hay muros de piedra que invitan a detenerse y contemplar, hay senderos de tierra, estanques, un comedor grupal mimetizado con lo natural, y flora nativa: quillayes, maitenes, quiscos, litres. Muy cerca está la montaña -en estos días nevada-, y allá abajo, el río, por el que a veces se deslizan los balseros gritando y saludando. Eduardo, arquitecto, abierto a la conversación y la comunicación, me dijo: «Es la obra cambiante del Dios amante y creador».

Me muestra la quinta y me habla de lo que allí se ve: del santuario que surgió en la imagen de Galilea, de la capilla o Ermita del Hermanito separada del mundo por una escalera sin descanso, todo de piedra, como Jerusalén; me habla del antiguo sendero del trencito del Cajón del Maipo; me muestra una larga piscina, como la orilla del mar de Galilea, y más allá una cascada sobre una pileta curva en que supuestamente habla Jesús con la Samaritana; me comenta que el sendero, que se alarga a unos veinte metros sobre el nivel del río, podría llamarse histórico o religioso, además de familiar, «porque en él se conocieron mis padres, dos meses antes de casarse». Y agrega: «Mi bisabuelo arquitecto-ingeniero Nicanor Marambio dirigió la construcción del ferrocarril desde la estación de Pirque, en Plaza Baquedano, hasta Puente Alto. Luego el recorrido se extendió, en trocha angosta, hasta El Volcán, paseo obligatorio de la juventud, antes de la era del automóvil, en que solo se paseaba a pie por la Alameda». Yo escucho y observo hacia arriba, a nivel del camino de acceso, cerca de una escala de piedra que Eduardo llama Machu Picchu, una gran planicie en que está la portería, la casa principal y, al fondo, un galpón, junto a caballos, vaquillas y cabras.

PUERTAS

Le pregunté entonces por la exposición de puertas, y, coincidentemente, me condujo hacia aquel galpón. Entramos por un vértice de la construcción, después de abrir una enigmática puerta negra. Allí estaban, como depositadas en la cueva de Ali Babá. Eran puertas sólidas, fuertes, pesadas, esculpidas con máscaras, figuras y signos de colores, o simplemente forjadas al fuego, y todas disparadas, libres, tal vez después de una historia colgadas en los muros. No había precios. Sí había belleza, misterio y diversidad. «¿Se venden?» –pregunté. «Sí» -me dijo-, «las hago a pedido. No existen tamaños estándar para estas puertas. Han viajado mucho y siempre gustan mucho, tal vez porque, al igual que los perros, la madera está hecha para el hombre. Se han expuesto o vendido en Italia, Alemania, España, Canadá, Australia, Japón y Estados Unidos; en New York, Chicago, San Francisco, Miami. Un día me cansé y dejé de hacerlas, y luego de unos años volví a tomarlas. Vendí el taller en Santiago y lo instalé aquí, donde estamos, en el Cajón del Maipo».

Subimos por una escalera de madera que conducía al segundo piso, que acusaba la pendiente y tijeral del galpón. El ambiente –en que se encontraba su oficina- lo había diseñado para hacer pensar en los patios góticos y de piedras en Barcelona, donde está el museo Picasso. La oficina estaba llena de cuadros, y también un arlequín sentado. «Tengo más», me dijo. Entonces bajamos. Salimos al exterior por la misma puerta negra ubicada en un vértice de la construcción, y seguimos caminando hasta un corredor, a un costado, después de cruzar un puente bajo el cual aún no corre el agua…

MUSEO PRIVADO

Estábamos saliendo de un mundo y a punto de entrar en otro. Cruzamos una puerta doble, tallada con extraños guardias, y de pronto me vi frente a las dos mujeres que aparecen en la tapa de esta revista… Miré hacia mi derecha y, en un nivel más bajo, vi el famoso «Guernica», esculpido en madera, junto a muchos otros «picassos», por doquier, en relieve, pintados... Me asaltó la incredulidad y la emoción. No era de creer. Esos muros escondían un tesoro abrumador, otro mundo. «¿Qué es esto, dónde estoy?» –pregunté-. «Por favor explícame, hazme aterrizar».

Y me explicó: «Es una colección de obras de Picasso elegidas por mí para ser esculpidas. Así como se ve «Guernica», su obra más famosa, las demás debí pintarlas para individualizarlas plenamente. Creo que Picasso pinta como pocos marcando el volumen, de ahí me surgió la idea. Nunca pensé que acabaría con un museo. Fueron como diez años, en que ocupé todo el taller de puertas y todos mis recursos.»

El museo se distribuye así:

La sala de acceso –con las mujeres de la tapa y otras obras- es la época de Picasso en París, desde 1900 hasta 1906. Este primer conjunto se sitúa en el período Azul y el Rosa. Sigue la sala principal, que va desde 1907 -con «Las señoritas de Avignon»- hasta 1937, con «Guernica». Luego hay un corredor, con obras más realistas, período que llega hasta 1951, con «Masacre en Corea». La última sala muestra, entre otras obras, interpretaciones de Velásquez, «Las Meninas», varias variantes del «Almuerzo Campestre» de Manet y un retrato de Jacqueline, la segunda esposa del pintor, que lo acompañó con mucha devoción hasta el final de su vida.

Los personajes de Picasso no se distraen con nada. Están solos, o en parejas, o en pequeños grupos. En el inmenso «Guernica» hay sólo seis personas, un caballo y un toro. Las obras están en el tamaño real, en que se concibieron, pero con el agregado del volumen. Así, nosotros, los espectadores, quedamos incorporados a la fiesta. Nos emocionamos y ya no podemos juzgarnos a nosotros mismos, solamente podemos emocionarnos y compartir.

«¿Vas a seguir realizando obras?», pregunto. Y la respuesta: «¡¡Nooo!! Llegué hasta aquí. En diciembre cumplo ochenta años y aún tengo tareas arquitectónicas que realizar». Le pregunto qué tareas, y me explica:

«El museo Picasso iba a estar en el centro urbano de la parcela. Alcancé a construir un zócalo en piedra de tres metros de alto, pero nunca tuve recursos para financiar su construcción en segundo piso. Finalmente, vendí el taller de puertas y construí, más alejado, un galpón para el museo –el que acabamos de ver-, que incluye un nuevo taller de puertas. Pensé entonces en destinar el primer emplazamiento, en el centro urbano, para un lugar de acogida de familiares, gente de parroquias, estudiantes que quieran alojar o, simplemente, para una sala de retiros y encuentros. Así, el corazón de la parcela será un gran centro de acogida, que es el mayor testimonio y logro para un arquitecto. También quiero edificar una arquitectura para el Cajón del Maipo, con techos con pendiente, como las montañas; con exteriores color adobe, como la precordillera; y con sistemas modulares que las hagan rápidas y económicas. En esa perspectiva ya realicé la casa en que vivo y el museo. También quiero construir un tranque que haga más verde la planicie junto al camino y que refleje las montañas del entorno, aumentando su poder de emocionar, así como en los «picassos», al sumarle a las pinturas la interpretación volumétrica.»



EDUARDO MENA EN SU QUINTA. ATRÁS, MACHU PICCHU.


...EL SANTUARIO QUE SURGIÓ EN LA IMAGEN DE GALILEA...


...UNA CASCADA SOBRE UNA PILETA CURVA...


JERUSALÉN


...PUERTAS SÓLIDAS, FUERTES, PESADAS, ESCULPIDAS...


EL TALLER.


...SALA DE ACCESO AL MUSEO...
...UNA VISTA DE LA SALA PRINCIPAL...


...OTRA VISTA DE LA SALA PRINCIPAL...
Y EDUARDO FRENTE A GUERNICA
...UNA ENIGMÁTICA PUERTA NEGRA...
...UNA PUERTA DOBLE, TALLADA CON EXTRAÑOS GUARDIAS...
...UN RINCÓN DE LA SALA PRINCIPAL...
...UN RINCÓN DE LA TERCERA Y ÚLTIMA SALA...
...ARQUITECTURA PARA EL CAJÓN DEL MAIPO...
LA CASA DE EDUARDO
EL MUSEO, CON EL PUENTE AÚN SIN AGUA
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