Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 55 - Año IX, Verano 2011
DEDALITOS DE ORO Y SIEMPREVIVAS
Para que suicidarte si te puedes enamorar ?

En 1960 se subió a un globo aerostático, el capitán Joe Katanga. Ascendió a treinta y dos kilómetros en la estratósfera. Y entonces, armado solamente con un paracaídas, saltó. Cayó durante cuatro minutos y treintaiséis segundos, alcanzando los mil doscientos kilómetros por hora aproximadamente antes de abrir su paracaídas a cinco kilómetros del suelo. Nadie lo había hecho antes y nadie lo ha hecho hasta ahora. Una experiencia adrenalínica única, un coraje único. ¿Y por qué lo hizo? Simplemente porque podía, porque nunca le bastaba, porque buscaba otra sensación, porque sabía que iba a hacerlo… sin importarle lo que dijeran los demás.

Armando se lanzó del globo aerostático todos los días, porque podía, porque se atrevía o simplemente porque era él. Nos asustaba todos los días con su caída, pero también nos satisfacía con la plenitud en la que alcanzaba nuevamente el suelo. Él era así, a todo decía que sí. Amaba a todo el mundo, se sobresalía de valiente entre los otros.

Sólo que un día decidió dar otro tipo de salto, subir, quien sabe, unos veinte Kilómetros más para lograr alcanzar unos tres mil Kilómetros por hora en su caída. Y lo subestimamos, dijimos: “No, sólo dice que lo hará… Terminará cayendo de la misma forma, volverá a casa con nosotros por la mañana y nos volverá a contar cómo ha sido su intento”.
 
ARMANDO TAPIA SOTO
(02.02.1972 - 26.11.2010),
EN 2008, EN LIMA, CON SUS COLEGAS DE LA
COMPAÑÍA DE TEATRO ALAMALA.
TODOS PARTICIPARON EN SANTIAGO A MIL.


Pero no. Esta vez lo hizo de verdad. Esta vez no regresó a contarnos, se quedó en el aire volando y ha caído en otra tierra, en la que seguramente ahora está saltando y en la que seguramente está enseñando a otros a lanzarse sin cuestionar. Muchos estamos esperando que vuelva, pero no lo hará. Esta vez estaba decidido a ir más allá, y tal cual no le creímos, tal cual se burló de nosotros en su última expresión facial. Aunque ahora tengamos los vestigios de su cuerpo en una pequeña ánfora y conservemos lo que nos queda de él en un espacio reducido, debe seguir burlándose de cómo creemos que lo vamos a mantener atrapado aquí, siendo que él sigue lanzándose y volando, tal vez, cada vez más alto.

La verdad es que a él no le hubiera gustado que habláramos de las cosas buenas ni las cosas malas que hizo, sino de cómo realmente era. De lo que tenía y lo que no tenía, de lo que sabía y lo que no sabía, de lo que odiaba y no odiaba tanto.

Lógicamente, también de lo que amaba, y aquí podría escribir trescientas noventa y seis páginas de cómo amó. Resultó ser que el amor era su más gran apego a esta vida, amaba con locura, con pasión y con algarabía. Y todo ese amor se mezclaba con la romántica forma que tenía de demostrarlo. Cualquier mujer hubiera querido ser amada de la forma que él lo hacía. Cuando se enamoraba, perdía el raciocinio lógico, de manera que cualquier cosa cotidiana que estuviera haciendo salía con el amor que en sí estaba proyectado, es decir, que todo lo que realizaba era con amor, a todo le dedicaba un poco de amor, y de esa forma era que cada cosa que hacía le resultaba perfecta.

Pareciera que aún escucho sus palabras de aliento, su amabilidad y sobre todo su cariño. Sus aplausos escandalosos, sus comentarios agrios y más que nada su especial risa estruendosa. Lo que hace que en cada cosa que hago, ponga un poco más de cariño… al igual que lo hacía mi querido tío.

Has dejado un gran espacio vacío aquí en mi hogar y un gran espacio en mi corazón, con la diferencia de que este último no está vacío, esta cada día más lleno. Y es en este mismo lugar en el que atesoro nuestras conversaciones, nuestras vivencias, anécdotas, enseñanzas e, incluso, nuestras discusiones. Pues te amo cada día más. Me enseñaste que uno puede llenar cada espacio con amor, que es aquello que todo lo soluciona y por aquello que uno puede morir, pero… ¿para qué suicidarte, si te puedes enamorar?

No queda más que decir que Armando Tapia fueron doce letras para pensar, doce letras para reflexionar, para disfrutar, para reír, y más que nada doce letras llenas de puro Carpe Diem. Pues, ya sabes, nada como ir juntos a la par.

Rocío de la Fuente (16 años)

Artículo Anterior Artículo Siguiente
Volver a Inicio