Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 54 - Año IX, Primavera 2010
HISTORIAS DE UN HUASO ARRIERO
Siembra de alevines de truchas
HUMBERTO CALDERÓN FLORES

Fui amigo de un gran deportista que conocía a cabalidad el arte de la pesca con anzuelo. Lo hizo en diferentes ríos y arroyos a lo largo de nuestra Patria, gozando de los más hermosos paisajes y de su pasión deportiva, en la que supo siempre respetar las vedas y considerar tamaño y número de especies capturadas. Este deportista ejemplar fue don Roberto Asereto, italiano de nacimiento y chileno por adopción, quien decía que era un enamorado del Cajón del Maipo porque en sus cursos de agua había obtenido las mayores satisfacciones deportivas, nombrando al río Maipo y los esteros Coyanco, San José, el Sauce, el Ingenio, el Manzano y otros.

Comenzaba la década de los 80 y un día don Roberto pensó en devolver a los arroyos esa alegría que le brindaron y buscó un lugar donde instalar y construir una pequeña piscicultura. El lugar elegido fue el Alfalfal, por el cajón del río Colorado. Consiguió el permiso con los propietarios para cumplir con su anhelo, y en este predio privilegiado, con esfuerzo, constancia, dedicación y mucho amor, fue construyendo piscinas por las que pasaba el agua de la generosa vertiente cristalina que nace en este lugar y que ha hecho desarrollar frondosos árboles a su paso. Estas piscinas fue poblándolas con peces que algunos amigos -que comenzaron a vibrar con esta idea altruistatrasladaban desde otros esteros a su nuevo hábitat. Los peces, según su tamaño, se desarrollaban en diferentes pozas para evitar que se comieran entre sí. Alguien consiguió ovas fecundadas y fueron depositadas en estas piscinas para su eclosión. Don Roberto, en otro lugar del predio, acomodó zonas de picnic con mesas, baños, piscina, habitación con horno, etc.

Y los pececillos crecieron, se multiplicaron y alcanzaron el desarrollo deseado para poblar nuevos cursos de agua. Para lograrlo, don Roberto mandó a fabricar dos barriles de madera -de unos sesenta litros cada uno- que tenían al costado una perforación cuadrada con tapa, permitiendo el paso de una manguera delgada.

Llegó el día de la coronación de las ilusiones, los esfuerzos y los sacrificios para seguir repoblando. Fue a fines de un mes de abril, con nubes y sol. El día anterior partimos desde San José, con caballos y una mula, Sergio Andrade Abarca, Patricio Andrade Valenzuela, mi hijo Norman y yo, con destino a Bocatoma del Maipo, para esperar allí. Pernoctamos en El Manzanito, y muy de amanecida.

La tarde anterior don Roberto y unos amigos habían procedido a capturar alevines de diez centímetros aproximadamente para depositarlos en los barriles con agua. Partieron antes del amanecer hacia Bocatoma del Maipo con la preciosa carga en la maletera del auto. Cada cierto tiempo debían tomar la temperatura del agua y oxigenarla con una pera de goma. Al llegar a destino -donde nos encontramos todos- los barriles fueron cargados en una mula y cada
 




uno montó en su caballo. Y partió la expedición. Los barriles no presentaban problemas de carga. En la vertiente de la Sara hicimos nuestra primera detención para controlar la temperatura del agua, oxigenarla y hacer un pequeño recambio. Los caballos descansaron un rato y los jinetes tomamos un agua con harina tostada. Continuamos nuestro viaje con lentitud y subimos la cuesta El Morado. En el Yesillo hicimos otro control. Después de más de tres horas de cabalgata divisamos un hermoso valle cordillerano con pastizal de verde intenso poblado de caballares y vacunos. Lo serpenteaba un estero de aguas cristalinas en cuya ribera crecían frondosos árboles nativos de cordillera: lunes, maitenes, chacayes… Era nuestro destino: el estero del Diablo.

Comenzaron a caer algunos goterones. Descargamos los barriles y lentamente fuimos cambiando el agua que contenían por agua del estero para que las pequeñas truchitas se fueran aclimatando al cambio de temperatura. Luego, lo más emocionante: pusimos el barril de costado y sin tapa, con mucho cuidado y preocupación, semi sumergido en el estero. Las truchitas comenzaron a salir a esas caudalosas aguas. Teníamos la fe de que se desarrollarían, para que otros pescadores disfrutaran de su captura. Lo mismo hicimos en otro sector con el otro barril.

¡Qué alegría me invade al recordar este viaje, recordar a los amigos dispuestos a compartirlo! A los que partieron de viaje a la eternidad, Sergio y Roberto, les digo: ¡Gracias por haber compartido vuestra compañía en un acto tan sublime!

Para terminar, quiero hacer un pedido a los deportistas que practican la pesca: Respetar las vedas, que con ellas permitimos repoblar los cursos de agua; respetar cantidad y tamaño de especies capturadas y usar sólo señuelos autorizados. Y a las autoridades fiscalizadoras les pido hacer cumplir las disposiciones reglamentarias. A don Roberto le agradecemos el ejemplo que nos dejó. Ojalá alguien pueda seguir su legado.

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