Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 53 - Año VIII, Invierno 2010
CONSTITUCIÓN, 27.2.2010
El corazon tiene sus razones que la razon no conoce
MARIO ARTURO CAMPODÓNICO LATORRE

Al igual que en años anteriores, el 27 de Febrero partimos a celebrar en Constitución el cumpleaños número 82 del cuñado Sergio Susarte. El grupo estaba formado por la Nancy -en cuyo auto viajamos- más dos hermanas de ella y yo. Partimos en la mañana del miércoles 24 con destino, primero, Iloca y Duao, para posteriormente seguir a Constitución, ya que íbamos con dos días de anticipación.

Nos instalamos en las cabañas de la Puntilla de Duao al lado del mar y junto al camino público. Allí estuvimos la tarde del miércoles y todo el jueves, y el viernes después de almuerzo salimos rumbo a Constitución. En Duao disfrutamos del sol, del mar y de un exquisito «risotto a la marinara» seguido de un ceviche de corvina, jaibas remadoras y por último choros maltones con salsa verde, todo cocinado por nosotros.

Ese viernes y durante el viaje a la ciudad del cuñado, ninguno de nosotros se imaginaba siquiera que estábamos entrando en la boca del lobo. Ya en Constitución nos dirigimos a la calle Blanco, a una cuadra del río Maule, a la casa habitación de Sergio, donde nos instalamos. Después de cenar, algunos leímos, otros jugaron a las cartas y, ya cerca de la medianoche, nos retiramos a nuestras habitaciones a descansar pensando en la fiesta del Sábado 27: aperitivos,
 

COLCHÓN, CONSTITUCIÓN
DESPUÉS DEL TERREMOTO.
FOTOGRAFÍA DE VICENTE CANCINO



ATAÚD, CONSTITUCIÓN
DESPUÉS DEL TERREMOTO.
FOTOGRAFÍA DE VICENTE CANCINO

picoteo, asado de cordero, cocimiento, ponche, vino pipeño, ensaladas, postre de papayas, torta de mil hojas, bajativos, mistelas, etc.

Nada de esto se cumplió, fue una realidad muy distinta y traumática la que nos tocó sobrevivir. La casa era de adobes con techo de tejas chilenas, construida hace aproximadamente 120 años, con un pasillo central, el que nacía después de la mampara y puerta de calle y al que daban habitaciones, rematando en una galería; después venía el patio abierto, como continuación del pasillo, al que daban también más habitaciones. Un níspero y un laurel bastante alto junto a diferentes plantas adornaban este patio.

Habiendo dormido no más de tres horas, me desperté cerca de las tres y media de la madrugada sintiendo que la cama se movía, primero suavemente en dirección norte-sur, sin saber si la Nancy se estaba rascando o estaba comenzando a temblar. Ella, que respeta mucho los temblores (les tiene mucho miedo y por eso los identifica claramente) gritó ¡temblor! Nos quedamos acostados y tomados de la mano, soportando el terremoto. Caía mucha tierra desde el cielo de la pieza junto a terrones más grandes que se desprendían de los adobes, había mucho ruido, los muros se juntaban y separaban, todo se caía al suelo, no se podía estar de pie, la casa crujía como animal herido. Con la nube de polvo que se levantó era muy difícil ver. Permanecimos acostados hasta que, después de tres o más largos minutos, el terremoto decreció. Yo pensaba, mientras nos zarandeábamos, que los muros laterales gruesos de adobes iban a ser capaces de permanecer verticales y de sostener el techo. Ayudó también a la estabilidad de la pieza su estrechez. Gracias a Dios estuve acertado y así sucedió. Mis temores eran mayores en el patio por las tejas que caían desde el techo.

Una vez que la intensidad del terremoto llegó a cero, nos levantamos y rápidamente abrimos con fuerza la puerta, que estaba atascada, y logramos salir al patio, a la poca luz de la luna tapada casi completamente por el polvo flotante. Todo estaba cubierto de tierra, escombros, tejas quebradas, maderas y adobes. La parte habitada por el cuñado (dormitorio y baño), que estaba frente a nuestra pieza, se había derrumbado y era sólo un montón de escombros junto con otras habitaciones. En el estrecho patio nos juntamos con las cuñadas, que habían arrancado del dormitorio continuo al nuestro apenas comenzado el movimiento. Pálidos, demacrados, temblorosos, pero sin pánico, nos acercamos al laurel para después, luego de pasar por sobre los escombros, ubicarnos en la parte trasera del patio, que era un poco más amplia, a esperar, según yo, el segundo movimiento, que normalmente producen las ondas secundarias. Felizmente, este movimiento no llegó, pienso ahora que se sumaron a las primarias produciendo el mega terremoto.

A un arrendatario de Sergio, que es bombero, por la radio personal le comunicaron desde el cuartel que debía salir a la calle lo antes posible. A medio vestir iniciamos la salida entre palos, vidrios rotos, adobes, tejas, muros destruidos… La oscuridad era casi total, sólo se podía distinguir a lo lejos la claridad de la puerta de calle derrumbada. Durante este éxodo escuchamos los quejidos del cuñado, que estaba atrapado bajo el derrumbe de de los muros y techo de su pieza y baño.

Habiendo ya trascurrido cerca de 10 a 15 minutos desde el terremoto, con mucha dificultad llegamos a la calle, donde el caos era total. Casas completas en el suelo, gente histérica, vehículos que arrancaban locamente, escombros por todas partes. Yo, mientras salíamos a la calle y una vez dejada las mujeres a resguardo seguro, pensaba volver a la casa junto con el bombero para prestar ayuda al cuñado, al que suponía mal herido.

Estando en esta situación vino el pánico general. Alguien gritó ¡viene el agua… viene el agua! Mirando hacia delante la primera bocacalle, con la ayuda del pálido resplandor de la luna se alcanzaba a ver el avance de las aguas a todo el ancho de la calle. Era el agua del río que, junto con la del mar, comenzaban a subir de nivel amenazando inundarlo todo. La misma situación se producía en la bocacalle ubicada a nuestras espaldas. Estábamos en medio de dos graves peligros…

No pudiendo encontrar las llaves del auto, la Nancy le pidió al último vehículo que estaba iniciando la huida… ¡llévenos… llévenos por favor! En señal de conformidad se abrieron las puertas y nosotros subimos unos arriba de otros y, los que no pudieron hacerlo, subieron a la pisadera afirmándose de la parrilla. El conductor enfrentó el agua y los escombros, guiado por su padre herido, logrando tomar una calle de subida que nos llevó a lugar seguro. Nuestro gran cargo de conciencia era el haber dejado a su suerte a Sergio, atrapado por el derrumbe…

Durante la loca carrera dejamos atrás la plaza y nos dirigimos por la Alameda hasta el recinto que Celco (Celulosa Constitución) tiene al final de esa avenida y que está a una altura a la que no llegaría el agua. Al igual que otros habitantes de la ciudad, pasamos la noche junto a la guardia de esa industria. Por intermedio de la radio de la guardia y la de una camioneta íbamos informándonos de la gravedad del sismo. Más de treinta réplicas de mediana intensidad logré contar durante la noche.

Habiendo amanecido y muy preocupados por Sergio, desandamos el camino por la Alameda y nos dirigimos a la casa de una de sus hijas (Maritza) para aunar fuerzas en el rescate de su padre, a la que no encontramos. Suponiendo que aún estaba atrapado, bajamos hasta la plaza con la intención de rescatarlo nosotros de su encierro. En la plaza el panorama era catastrófico. Quedaba algo de la Iglesia, el teatro estaba desarmado, en el suelo la mayoría de las viviendas que la rodeaban… Los carabineros estaban dispersando a la poca gente que había, anunciando por megáfonos que venía de nuevamente el agua. Todos al cerro. Esquivando al radiopatrulla una cuñada y yo intentamos acercarnos a la casa de Sergio, lo que no nos fue posible. Continuaba temblando y caía lo que no lo había hecho con el terremoto. El agua había llegado hasta una cuadra de la plaza. Estaban como mudos testigos de su avance y furia vehículos amontonados, chocados, volcados, cerros de escombros, sardinas y otros peces en los charcos tratando de sobrevivir a la tragedia.

Frustrados, volvimos a buscar a la sobrina y su marido, pero ellos aún no estaban en su casa. Un nuevo aviso de carabineros de una nueva ola que inundaría la ciudad nos obligó junto a mucha gente a tomar el camino hacia lo alto. En este rápido caminar y a veces correr, nos encontramos con la sobrina y su esposo, quienes no sabían nada de Sergio. Habían pasado la noche en un albergue. Una automovilista nos llevó cerro arriba a la Nancy, una cuñada y yo, dejándonos en una escuela que habían habilitado como albergue. A los otros parientes los perdimos durante esta carrera. Estando en las afueras de la escuela-albergue nos encontramos con la otra sobrina y su esposo, también hija de Sergio, que venían de Linares a saber de sus familiares terremoteados. Bajamos con ellos, ya que el peligro del agua se había disipado, dirigiéndonos a la casa de la hermana. Muy grande fue la alegría de verlos a todos, incluido al atrapado Sergio, que había logrado sobrevivir. Vuelta la calma a los espíritus, nos contó que al sentir el terremoto saltó de la cama hacia la puerta, pero el derrumbe de su dormitorio lo atrapó junto a la cómoda y la cama, quedando inmovilizado y con el brazo derecho bajo una viga. Al escuchar que nosotros salíamos a la calle nos gritó varias veces, pero todo fue inútil. Al poco rato de estar en esa situación sintió que el agua llegaba y comenzaba a subir de nivel, permitiéndole sólo a su cabeza estar fuera de ella. Pensó que su corazón podía fallar, o morir ahogado, pero no pasó mucho tiempo hasta que el agua comenzara a bajar su nivel, desapareciendo casi completamente. Esperó que aclarara y con la luz del amanecer ubicó un lugar para salir de su encierro. Con su mano libre y sus pies forcejeó hasta que rompió maderas, adobe y tejas, después libró su brazo aprisionado y salió de su prisión. Se vistió rápidamente con lo que encontró cerca -pollerón, pijama- y, tomando inconcientemente un portadocumentos, salió a la calle, camino hacia la casa de su hija.

Sergio es aún un hombre fuerte, acostumbrado a la vida de campo. Ha trabajado en camiones, plantaciones de pinos, aserraderos, etc. Sabe muy bien afrontar situaciones difíciles, como lo demostró ahora. La vida se ha encargado de templarlo y permitirle tener un muy buen humor en cualquier circunstancia. Prueba de ello, pasando por la plaza y camino a lo de su hija, un conocido lo saluda y le pregunta ¿adónde va don Chejo? Voy al Banco a depositar, w’on.

Después de los abrazos y lágrimas de alegría, recriminaciones, tímidamente le pregunté si al salir de la casa había visto el auto. Olvídate de él, la ola se lo llevó junto otros que estaban en la calle, fue su respuesta.

Habiendo superado tantas buenas y malas emociones, bajamos desde la casa de la hija para lograr llegar a lo que quedaba de la casa de Sergio y poder salvar algo del saqueo que se veía venir. Avanzando lentamente por una y otra calle y a una distancia de unas cuatro cuadras de la casa (calle arriba), divisé el auto de la Nancy entre fierros retorcidos, palos, escombros y vehículos chocados. Estaba de pie, con las latas deterioradas, sin parachoques delantero, puertas hundidas, sin un foco y varios rayones en la carrocería. Muy emocionado, me subí y le di contacto. Respondió instantáneamente.

Desde la derrumbada e inundada casa de Sergio recuperamos bolsos con ropa, zapatos, anteojos, celulares, cámaras fotográficas, alimentos, etc. Bastantes más tranquilos, volvimos a la casa de la hija con los trofeos rescatados de la catástrofe. En la tarde de ese inolvidable día sábado 27 viajamos a Linares a la casa de la otra hija, donde permanecimos unos días para volver a Santiago en el auto deteriorado.

Es muy difícil poder explicar racionalmente las buenas o aparentemente equivocadas decisiones que tomamos esa noche. Los hechos que iban ocurriendo, muy rápidamente unos tras otros, no nos permitían ponderarlos en su verdadera dimensión, para poder resolver cuál camino era el mejor. Nuestro sistema autónomo, independiente de la razón, nos hacía actuar. Creo que fue el corazón el que tomó el control de la situación. Me quedo con la explicación dada por el filósofo y matemático francés Baise Pascal (1632 - 1662), quien dijo: Le coeur a ses raison que la raison ne connait pas.

Santiago, 27 de Marzo del 2010, a un mes del terremoto.

Volver a Inicio