Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 53 - Año VIII, Invierno 2010
INDÍGENA

Cuando los conquistadores españoles llegaron al valle del Mapocho en el siglo XVI, se sorprendieron de la belleza del paisaje, boscoso y florido, y de la fertilidad de la tierra. El río Mapocho, llamado entonces Mapuche-Leufü o Mapuleufü -esto es, río de los mapuches-, tenía un cauce de triple ancho más que el actual y un abundante caudal permanente, pues en esos tiempos llovía en la región un metro y más de nivel por año. Este valle, que se extiende hasta la zona de Puente Alto e incluye el río Maipo mismo, era parte del imperio incaico, y así, junto a los loncos mapuches que gobernaban zonas bien delimitadas, había aquí cinco «curacas» o príncipes incaicos, todos parientes de los incas Atahualpa y Huáscar, quienes también gobernaban dominios delimitados y limítrofes con los de los mapuches, junto a quienes vivían en paz, aunque se daba por entendido que todos eran súbditos del inca del Cuzco. Por las crónicas escritas por los españoles Diego Rosales y Mariño de Lobera, se sabe que la presencia de estos príncipes era un privilegio especial de esta región, considerada por los gobernantes del Cuzco como el centro espiritual del sur del imperio.

Los naturales de Chile, de por sí buenos agricultores, gracias a la presencia de los quechuas, que en la región sumaban unas cien mil personas, perfeccionaron sus procedimientos con el aporte de la ingeniería hidráulica, en la cual estos hombres del norte eran expertos. Por eso, una red de canales se alimentaba constantemente del caudal del Mapocho y del Maipo y se extendía de norte a sur y viceversa, lo cual permitía cultivar extensas chacras y maizales en el área donde hoy se asienta la ciudad.

Los loncos mapuches de la zona eran reconocidos por los siguientes nombres: Janjalonco, Chincay Mangue, Maiponolipillán, Painelonco, Melipilla, Poangue, Poemo y Macul. Los curacas peruanos se llamaban: Apoquindo, Talagante, Quilicante, Vitacura y Huelén Huara. Había también tres loncos atacameños -llamados Pomaire, Putupur y Butacura- traídos a la región por los quechuas.

Esta lista dada por el cronista Rosales adolece de ciertos vacíos que no son difíciles de detectar. Desde luego, los curacas no aparecen con sus nombres quechuas, sino con los nombres con que los designaban los mapuches. Así por ejemplo, Apoquindo es castellanización de «Apo Quintu”, expresión mapudungún que significa «el señor del ramillete florido”, vale decir, el señor de los jardines floridos, pues la zona que él gobernaba -la cual se extendía hacia la parte alta de Santiago e incluía todos los faldeos de la cordillera hasta los dominios de Maiponolipillán, lonco del Maipo- se caracterizaba por sus extensos campos de flores de todos colores que él cultivaba deliberadamente por afición personal (“… y tus campos de flores bordados es la copia feliz del edén…”) Era el más anciano de todos, tío de Atahualpa y con reputación de hombre sabio. Por eso, algunos mapuches sostienen que su nombre verdadero, en mapudungún, era «Apo Kim Lu”,
 

ESTATUILLA DE DIEZ CENTÍMETROS, DE BRONCE, QUE REPRESENTA A UN SUMO SACERDOTE QUECHUA CON ATUENDO DE CEREMONIA. AMBAS IMÁGENES MUESTRAN EL ANVERSO Y EL REVERSO DE LA FIGURA Y SE ECHA DE VER QUE SE TRATA DE UN SER ANDRÓGINO. EL ANVERSO ES MASCULINO Y EL REVERSO ES FEMENINO, Y CURIOSAMENTE EL PRIMERO TIENE TRAJE CEREMONIAL Y EL SEGUNDO NO TIENE TRAJE ALGUNO, CON LA CLARA INTENCIÓN DE MOSTRAR LOS PECHOS Y EL GENITAL DE UNA MUJER. ESA ANDROGINIA DEL CHAMÁN ESTÁ REPRESENTADA TAMBIÉN EN LOS DOS OBJETOS QUE OSTENTA EN SUS MANOS. UNO ES UN MIEMBRO VIRIL Y EL OTRO ES UNA ABERTURA TALLADA EN EL EXTREMO SUPERIOR DE UN MADERO. POR LO GENERAL, EL CHAMÁN HOMBRE TIENDE PSICOLÓGICAMENTE A REGIR SU COMPORTAMIENTO POR PATRONES DE CONDUCTA Y MODOS QUE TIENEN UN CLARO INGREDIENTE FEMENINO, NO OBSTANTE SER ANATÓMICAMENTE UN HOMBRE. SE INCLUYEN ESTAS IMÁGENES EN ESTE ARTÍCULO PARA DAR UNA IDEA DE LO QUE PUDO SER EL SUMO SACERDOTE QUILICANTE, QUE OFICIÓ RITUALES EN LOS TEMPLOS QUECHUAS DE COLINA, LAMPA Y TIL TIL.
esto es, “el que lo sabe todo”. A la llegada de los españoles, todos recurrieron a él en busca de consejo, y él les dijo que era mejor deponer la violencia y abordar amablemente a los recién llegados en espera de conocer bien sus planes al instalarse como vecinos suyos.

Maiponolipillán es un nombre que incluye la palabra “pillán», que significa “entidad espiritual”, como asimismo incluye la idea de hacer un surco profundo en la tierra, con lo cual se alude a la canalización del río Maipo para el regadío de las extensas chacras de la región de Puente Alto y demás zonas ribereñas. A este lonco se le atribuye, pues, la excavación del primer tramo del así llamado Canal del Maipo, el cual después O’Higgins continuó hasta unirlo con el río Mapocho.

En total, los jefes de comunidades, incluido el del Maipo, eran quince, lo cual deja una duda acerca de dos de ellos. El último atacameño mencionado aparece en la crónica como Butacura. En mapudungún se dice Bütacura, palabra que significa piedra grande, la cual castellanizada devino la actual «Vitacura”, nombre de uno de los curacas ya mencionados. De modo que parece haber ahí una confusión, la cual podría salvarse si se toma en cuenta otro nombre no incluido en la lista pero sí en la crónica, esto es, «Loncomilla”, lonco que, según el mismo cronista Rosales, gobernaba la parte que hoy vendría a ser el centro de Santiago, limitando al norte 11 con el dominio del curaca «Huelén Huara», cuya residencia estaba situada justamente en el cerro Huelén. Loncomilla gobernaba sobre treinta mil almas y disponía de numerosos guerreros. Por eso Valdivia cometió el error de hacerlo degollar, iniciando las hostilidades. Así, los hombres civilizados y cristianos comenzaron su cruzada de evangelización y de civilidad derramando la sangre inocente y traicionando a un hombre honorable. Loncomilla puede completar la lista de quince mencionada por Rosales si se aclara el equívoco sobre «Bütacura» y «Vitacura”, nombres que aluden a una misma persona.

En lo que se refiere a Quilicante, éste aparece entre los curacas incaicos, pero era sumo sacerdote de los quechuas y oficiaba sus rituales en tres templos, situados en Colina, Lampa y Til Til.

Fuera de la región del Mapocho se distinguía el cacique Michimalonco, señor del valle de Aconcagua. Su señorío alcanzaba hasta las cumbres que limitan con el valle del Mapocho por el costado occidental. Quillota era entonces el tambo real en que se recibía solemnemente a los enviados del inca del Cuzco y a cuyo mando se hallaba un tío de Michimalonco llamado Tagolonco. Michimalonco era, entre los jefes mapuches, el mejor estratega, de manera que cuando se difundió la noticia de la triste suerte corrida por Loncomilla, los demás loncos le solicitaron a él dirigir la rebelión. La batalla más encarnizada tuvo lugar en la proximidad del cerro Huelén, donde cayeron prisioneros cinco loncos, entre los cuales se cuenta el propio sumo sacerdote Quilicante. Por eso, después de fundada la ciudad de Santiago, esos loncos vivían encarcelados en el cerco urbano. Entonces, cuando Michimalonco y sus huestes sitiaron Santiago, Inés de Suárez, manceba de Valdivia, al ver que la derrota era inminente, degolló con su propia mano a estos cinco loncos y lanzó sus cabezas fuera de la empalizada, lo cual produjo un pánico en las tropas mapuches, pues entre los degollados estaba nada menos que el mismo sumo sacerdote Quilicante, lo cual se asemeja mucho a un verdadero sacrilegio que aterrorizó a los bravos mapuches por la connotación satánica que el hecho tenía.

Este acontecimiento, que los historiadores han mencionado sólo como un acto de audacia y coraje inauditos de doña Inés, mirado con ojos más modernos y a juzgar por el raro resultado de hacer huir a hombres valientes y aguerridos, más parece una operación de magia negra y sacrílega. En todo caso, nada contradice el hecho de que fue un sacrificio humano selectivo con su correspondiente resultado provechoso para la bruja. Este tema será motivo de un segundo artículo que aparecerá en el próximo número de Dedal de Oro.

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