PROLOGO CELESTIAL
El cielo azul de la mañana sureña primaveral paulatinamente se había ido llenando de cúmulos dispersos -enormes copos de vapor- que se iban hinchando a medida que absorbían la condensación húmeda, cual esponjas blancas, sedientas de alcanzar las grandes alturas del frío firmamento, donde las temperaturas descendían gradualmente a medida que se alejaban de la superficie mundial. Nada estaba estático debido a las leyes físicas de la madre naturaleza y sólo se escuchaba el silencio, porque las nubes no cantan su expansión y el aire no cruje con los cambios de temperatura.
Este es el lugar donde la mitología cristiana nos dice que allí habitan los espíritus y los ángeles -que desde lo alto se deslizan por los senderos del viento- de ese paraíso de nubes, disfrutando de eternas vacaciones celestiales o donde los adalides alados cumplen las grandiosas tareas asignadas por el Señor, que está en todas partes.
De pronto, el mutismo de las alturas se quebró cuando el lejano zumbido de un punto casi imperceptible en el horizonte septentrional comenzó a acercarse convirtiéndose en la silueta de un avión interrumpiendo la monotonía paradisíaca con el ruido de sus motores y del giro de sus hélices en el espacio. El Douglas bimotor pasó raudo y se alejó veloz hacia su destino sureño, y a medida que se alejaba, otra vez se convirtió en un punto y otra vez volvió a imperar el silencio.
Desde la cima de una nube grandota, un ángel invisible contempló la pasada del tráfico aéreo y su carga humana y movió la cabeza pensativamente.