Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 51 - Año VIII, Verano 2010
LINTERNA-TURA: CUENTO
Los Guachucheros
ALEX REY

Hojeando un viejo libro de «Tecnolojía Minera» en la Biblioteca de Metalurgia de la Universidad de Santiago, encontré una curiosa vivencia de un tal Sr. Alejandro Reyes escrita en una vieja máquina de escribir, que creo es importante dar a conocer:

Habíame recibido de técnico metalurjista el año dieciséis en la Escuela de Minas de Copiapó cuando, en medio de la gran cesantía de esos años, me llegó un ofrecimiento de trabajo para las minas de cobre de El Volcán en el interior del Cajón del Maipo. Me fui sin saber realmente en qué labores me emplearía, pero la oportunidad era inmejorable i no debía desaprovecharla. Por aquellos años rejentaba en las instalaciones el dueño i finado don Gregorio Donoso, que con su empuje i tesón había sacado a flote la Compañía Minera del Maipo -la CMM, como era conocida en ese entonces- pese a la baja sostenida de la lei de mineral (6%); gracias a los precios altos que tenía el cobre debido a la guerra que estaba en desarrollo en Europa, pudo sostenerse algunos años más.

El finado don Gregorio quiso darle un empuje grande a la mina por aquel entonces; instaló unas turbinas hidroeléctricas en el río Volcán para las tres bombas de agotamiento y las dos perforadoras para abastecer de luz eléctrica al establecimiento de la fundición. Construyó también una red de líneas férreas a través de los socavones de más de tres kilómetros de estensión i andariveles que permitían transmitir los minerales por gravedad desde el nivel de los piques en la montaña hasta la planta de beneficio al lado del río donde laboraba.

Alcancé a trabajar dos años en la fundición como ayudante del jefe de planta del «Gran Establecimiento de fundición i mineral de El Volcán», cuando don Gregorio ordenó cerrar la fundición i elaborar a partir de ese momento sólo concentrado de cobre, debido al agotamiento de los minerales oxidados de la superficie, la
 



aparición de los bronces amarillos i al alto precio del carbón coque, por lo cual se produjo una reducción de la peonada del establecimiento de fundición i una reubicación de los que quedamos en la planta de beneficio, donde pasé a ocupar el puesto de jefe de planta i a cargo de tooooda la planta de concentrados.

Junto al resto de la peonada destacaban dos personajes, los cuales eran conocidos en la planta como el Indio Huenchu i el Matute. Eran dos trabajadores jóvenes que compartían intereses comunes; tenían afinidades i pasaban el tiempo libre en el campamento del lado, i no era raro que se colaran en los vagones de mineral del ferrocarril militar para bajar a tomar aguardiente a San José de Maipo i pasar a la casa de remolienda.

El indio Huenchu era un tipo bajo, grueso i alegre de orijen mapuche de los alrededores de Victoria, en La Frontera, buen operario del trapiche, pero siempre estaba disconforme con lo que hacía. Si no alegaba contra la maquinaria a vapor que manejaba, alegaba porque se sentía mal pagado i de cuando en cuando amenazaba con dejar botada la labor i largarse en busca de otro derrotero. Siempre en otra parte se pagaba mejor. Un día fue a quejarse donde don Gregorio que quería irse, porque no le alcanzaba la plata para mandarle a sus padres a la Frontera i por tanto hasta aquí nomás llegaba. Grande fue su sorpresa cuando el viejo lo llamó a su oficina i volvió sonriendo socarronamente con un puñado de billetes envueltos en el pañuelo i con una risotada que se le veían hasta las amígdalas.

Armando Matus -El Matute- había llegado de Los Andes i, a diferencia del Indio Huenchu, era un tipo mui alocado, impetuoso, alegre i bueno para el trabajo cuando quería, pero que no me servía mucho en mi planta, así que se lo mandaba al jefe de la mina «el Membrillo» en calidad de préstamo, donde descargaba sus ímpetus como barretero al interior de la mina. Matute era un tipo pendenciero, farrero i camorrero, dado a las largas borracheras, que le duraban días, por lo cual don Gregorio lo tenía en la mira para cortarlo, i junto al jefe del «Membrillo » lo protejíamos metiéndolo adentro de la mina por toda la tarde mientras se le pasaba la mona.

Recuerdo aquel día martes cuando llegó el par en el ferrocarril desde San Bernardo dispuestos a liquidar la labor de la mina i dedicarse a «los otros negocios». Los convidé al campamento del lado a echarnos unos tragos i me contaron de sus negocios. El Indio Huenchu se había ido a Doñihue, al interior de Rancagua, a encargar aguardiente de guachucho i me relató sus nuevos planes: «Patrón, toi cabriao de esta pega de apatronao. Usté i Don Gregorio son regüenas personas pero lo mío es el negocio. Yo i mi compaire Matute vamos a darle al Guachucho. Juimos pa’l mineral de El Teniente i vimos el negocio de meter de contrabando aguardiente de Doñihue pa’ los mineros desde aquí destas cordilleras pa’ Coya».

Sabido era por todos que los gringos dueños de El Teniente habían instalado la Lei Seca en todos los campamentos i dependencias de El Teniente. «The chilean working man without a drink is a very nice fellow», decía un gringo que conocí. La Lei Seca venía a correjir la falta de eficacia del trabajador, por lo que la Braden Company creó el despreciable Welfare Department (Departamento de Bienestar), encargado de controlar i supervijilar que la Lei Seca se cumpliera. La Welfare contrató guardias que rejistraban a los pasajeros, equipajes, carretas i todo lo que subiera de Coya para arriba; eran los despreciables «Serenos de la Compañía», formados por ex-policías armados, que incautan, acopian i destruyen hasta la última gota de aguardiente i vino que ingresa a las dependencias de El Teniente.

Por los campamentos, la ausencia de licor tiene tanto a jefes como capataces i peones nerviosos i trastornados por unas gotas de alcohol. Los días de bajada en las carretas, ya a la salida de Coya se empapan de aguardiente i vino, luego abarrotan las cantinas de Rancagua intosicándose hasta perder la conciencia. Las mujeres se quejan de que sus maridos no se aparecen por las casas; deben salir a buscarlos por las cantinas hasta que los encuentran borrachos en medio de un baile o tirados al borde de un canal, sin un peso.

Producto de la Lei Seca nace el contrabando de aguardiente i vino hacia El Teniente por los contrafuertes cordilleranos hacia los campamentos. Habitualmente, el contrabando del aguardiente es realizado por peones sin escrúpulos i dispuestos a violar la lei; son los que la gente llama «guachucheros ». Portan el guachucho o aguardiente en una chalequera con botellas atadas a su cuerpo i también se les ha visto llevándolo en el interior de cueros de chivos. Llevan revólveres, carabinas i cuchillos. Son intrépidos i decididos, i si es necesario matan para defender la mercadería.

Guardaron sus pertenencias i bajaron en el ferrocarril hacia San Bernardo. No los volví a ver hasta unos meses después, cuando llegaron furtivamente. Un peón me llamó recatadamente hacia un lado i a baja voz me dijo que al interior de la mina «El Membrillo » el Indio Huenchu quería que fuera para allá a conversar. Mis primeros pensamientos me hicieron pensar en lo peor, que en algo se había metido ese par. Penetré al interior de la mina i, a poco avanzar, junto a los barretines, se veía iluminada por una lámpara de carburo la silueta rechoncha, entre mantas y aperos de baquiano, del Indio Huenchu i al Matute, junto a dos caballares. Allí, entre sollozos, Matute se me acercó: «¡Patrón… nos tiene que ayudar! Partimos por el paso Nieves Negras pa’ la Arjentina en un rato má’. Necesitamos comía i plata patrón. No nos abandone.»

El Indio Huenchu, luego de confusas i vagas esplicaciones de lo que les había sucedido, me urjía porque no había tiempo i debía apurarme. Me devolví al campamento con una de las bestias, meditando en qué embrollo se habían metido. Les llené las alforjas con víveres i volví a la mina El Membrillo. Saqué plata de mi billetera i la introduje en la alforja del otro caballo. «Espero que les alcance…» «Gracias, patrón. Algún día se la devolveré, patrón…» Salí con ellos hacia el esterior. El atardecer se había instalado. Montaron i me quedé viéndolos como enterraban la espuelas en los ijares de los caballos i arrancaban al galope hacia el este por la huella que va al volcán San José, perdiéndose entre el polvo a la vuelta de la ladera.

A medianoche nos despertó un alboroto en el campamento. Don Gregorio nos obligó a levantarnos a las trescientas personas del campamento. Una patrulla de treinta policías de Rancagua i serenos de la Compañía habían llegado preguntando por unos forajidos que habían asesinado a cinco serenos en las cercanías de Sewell. Al otro día llegarían más policías de San José de Maipo para el interrogatorio, mientras los policías de Rancagua i serenos perseguían a los forajidos hasta la frontera.

Al año, recibí una carta del Indio Huenchu desde alguna parte de La Frontera, relatándome en un burdo e ininteligible castellano qué había sucedido desde que dejaron de trabajar conmigo hasta el momento que me escribió la carta.

He aquí la traducción que hice:

«Don Ale: Aquí le mando los trescientos pesos que nos prestó i que nos salvó el pescuezo. Principiando estas líneas, paso a contarle lo que sucedió, ya que ustedmerece al menos una esplicación de mi parte. Estando de juerga en San Bernardo con Matute, nos encontramos en la plaza con un peñi amigo, que trabajaba por allá por las minas de El Teniente i nos fuimos con él hasta Rancagua donde seguimos la juerga. Mi amigo nos invitó a Coya donde debía presentarse al otro día. Allí nos enteramos que no hai trago para tomar, ni mujeres, i nos devolvimos a Rancagua. Matute pensó que debe ser buen negocio convertirse en guachuchero i pasar trago para el interior de El Teniente. Me recordé que en Doñihue hai buen guachucho para comprar i partimos para allá a encargar aguardiente i vino para que nos lo fabriquen. Mientras tanto, nos devolveríamos a la CMM, al Volcán, a despedirnos de usted Don Ale i a buscar nuestras cosas.

Luego de dejarlo a usted, nos tiramos del vagón en San Gabriel i nos adentramos por el Cajón de río Yeso a robar chivos de los arrieros del Chacayal, para usar el cuero del chivo para guardar el aguardiente. El Matute los carneaba i cortaba la cabeza del animal mientras yo los iba enrollando al revés, como una camiseta i los daba vuelta y cerraba los hoyos de las patas con un correón. Bajamos hasta el Guayacán i dejamos secando los cueros en el patio de un peñi, Don Ale. Después nos subimos al tren nuevamente i bajamos a San Bernardo i luego a Doñihue, donde nos esperaban trescientos litros de guachucho i vino tinto.

Volvimos al Guayacán en el Cajón del Maipo con los toneles de aguardiente i vino, los cueros ya estaban secos i les pusimos un tubo en los cuellos para tener un cogote de chuico. Los rellenamos con aguardiente i con una recua de mulas arrendadas nos fuimos escondidos por los cerros hasta San Gabriel, cruzamos por el Ingenio i nos internamos por el sendero guachuchero. Al cabo de cuatro días i remontando varias cadenas de cerros llegamos a un sector conocido como Puente Ratones, donde nos esperaban peón, capataz i patrón. Allí vendimos toda la mercadería i volvimos por más. Este negocio lo hicimos un montón de veces. Matute i yo progresábamos, por fin estábamos ganando plata como queríamos. Ampliamos el negocio i comenzamos a llevarle mujeres a los mineros, así con trago i mujer el minero se pone cariñoso i gasta más fichas de la compañía.

Pero quiso el destino que en la última andada nos pillaran los cómicos (serenos) i nos quitaran la mercadería i la plata i se llevaran presas a las mujeres. Matute no se conformó i comenzamos a seguirlos a la distancia. Al atardecer los alcanzamos acampando más abajo. Los seis cómicos estaban entusiasmados con las mujeres i el trago. Nos acercamos i comenzamos a tomar aguardiente de los trescientos litros que no quitaron i nos metimos también en la remolienda para gozar por última vez de la mercadería perdida.

El jefe de los serenos era un ex -policía que se había hecho cierta fama por haber matado a siete bandidos cuando estaba como poli i le llamaban en Coya «el Mata Siete»; el hombre era temido i respetado, tanto por policías como por los cómicos. Usté sabe que cuando Matute se emborracha se pone pendenciero. Se fue donde el sereno jefe i le dijo: «¿Oiga amigo, es verdad que a usté le dicen el Mata Siete?»

El hombre botó a la mujer de sus piernas i sacó un cuchillo. Matute se tiró la manta hacia atrás i de un salto en el aire con cuchillo en mano rebanó el cuello del sereno. Lo asaltó la locura i lo comenzó a acuchillar en el suelo. Los otros serenos borrachos fueron en auxilio de su jefe i tuve que intervenir para salvarle la vida a mi amigo. Las mujeres gritaban i se arrancaban hacia los lados. Matamos cinco cómicos i luego de convertirlos en finaos los tiramos al fuego, pero uno se nos escapó mal herido. Les quitamos dos caballares a los serenos i al galope nos devolvimos por las sierras cordilleranas para el Cajón del Maipo. Después de dos días llegamos hasta donde usted, Don Ale. Luego de su valiosa ayuda remontamos bordeando el río hasta los pies del volcán San José, hicimos descansar los pingos i al otro día temprano comenzamos a subir por el paso Nieves Negras, al alba, porque veíamos a la patrulla de serenos i policías seguirnos en la lejanía. Ya cruzado el portezuelo i cruzado el glacial por el lado arjentino junto al río Salinillas, descansamos i abrimos las alforjas para comer. Estábamos eshaustos.

Ya que habíamos recuperado la calma, tuve la oportunidad de recriminar fuertemente al Matute por la insensatez de haber matado al sereno i haber echado a perder mi negocio. El hombre, como es de pendenciero, no me la perdonó i rodamos por el suelo golpeándonos a combo suelto. A los tres días de cabalgar llegamos a un lugar famoso por acoger a todos los chilenos con problemas criminales al otro lado de la cordillera, llamado Chilecito. Allí permanecimos un mes. Con Matute ya no nos hablábamos. Supongo que tomó el camino a Mendoza ya que habló alguna vez de que tenía parientes al otro lado de Los Andes. Yo me fui hacia el sur por el camino a Malargüe i luego de vagar por varios meses por la pampa i trabajar en lo que fuera en los pueblos chicos me interné por el paso de Pino Hachado frente a Lonquimai i a mi querido Curacautén, donde me encuentro escondido.

Patrón … le debía una esplicación… Mui agradecido de usté y a sus órdenes pa’lo que sea.

Aladino Huenchumán.
La Frontera,
a 27 de febrero de 1920.

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