Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 50 - Año VIII, Primavera 2009
PREAMBULO

Amaneciendo, un zorzal suele posarse en el parrón junto a una ventana de mi casa y picotea contra el vidrio. El toctoc me despierta y sé que debo levantarme. Esporádicamente, esto se repite hace años. Me levanto, el zorzal vuela a un árbol cercano cuando me ve y yo me dispongo a trabajar para que esta revista siga apareciendo. En esta época de electrónicas y cibernéticas, normalmente comienzo la jornada solo frente al computador. A menudo, en unos minutos ya estoy intercambiando pareceres con algún colaborador de la revista, ambos sumergidos en el mundo virtual. Da qué pensar: la presencia de un animalito de la naturaleza original me induce cada mañana a internarme en una realidad de tecnicismos (naturaleza no-original) que me permite, solo en una habitación, conformar una revista junto a colaboradores físicamente lejanos. Hace unos años, esto era pura ciencia ficción.

 

¿Cuánto vive un zorzal? No creo que sea siempre el mismo individuo el que ha venido -sobre todo en invierno- a despertarme durante los siete años de existencia que, con este número cincuenta, cumple Dedal de Oro. Como especie, el zorzal ha sido fiel a esta publicación. Con esta edición cincuenta comienza el octavo año de vida de la revista. Cincuenta ediciones en siete años. ¿Cómo se ha escrito esta historia dedalina? Se ha escrito con lo natural -simbolizado, esta vez, por un zorzal cordillerano-, con tecnología -representada por un computador que permite ingresar a lo virtual- y con colaboradores, quienes aportan la materia prima que hace posible la publicación.

Esta revista, al nacer, ya tenía el gene de su principal propósito: internarse por los laberintos de la cultura en general y, en lo particular, por el laberinto de la cultura olvidada: los tesoros patrimoniales que algunas mentes no saben valorar permitiendo que se evaporen en la nada. Me refiero a esas creaciones que conforman la identidad de un lugar porque representan la savia y sangre natural del quehacer individual y colectivo de la comunidad a través del tiempo. En el Cajón del Maipo, como en todo lugar, en lo intangible encontramos una tradición oral: leyendas, relatos, testimonios, anécdotas, etc.; y en lo tangible tenemos fósiles, viejas casas, puentes, ciertos cerros y cumbres, una antigua tradición minera y arriera que encierra un gran potencial de buen turismo -por lo visto, no aprovechado por las autoridades en pro del resurgimiento de algunas localidades cajoninas olvidadas-; viejos centros de salud - entre cuyas paredes se crearon tesoros insospechados- y un trencito característico cuya vía, un día nefasto, fue desmantelada y vendida como fierro viejo y cuyos carros y locomotoras fueron entregados al deterioro de la desmemoria y la indolencia. Se trata de re-descubrir todos esos valores y de estar junto a quienes intentan rescatarlos de las telarañas del olvido con el fin de ir reconstruyendo nuestra identidad de pueblo. Cuando se ha perdido la identidad, no se puede inventar una nueva porque sería postiza. Para que sea auténtica, hay que redimir lo perdido. Para esta revista, se trata de eso: de apoyar, informando de las iniciativas en favor de la recuperación de los valores históricos del Cajón del Maipo. Dedal de Oro tiene como una de sus principales labores hacer eco y empujar desde atrás todo acontecimiento en pro de la recuperación de la cultura en nuestra zona. No se trata de nostalgias aisladas -que hunden en la inacción a quien la sufre-, sino de una nostalgia al servicio de la creatividad y - mucho mejor- de la asertividad, como por ejemplo ha sucedido con el Proyecto Ave Fénix en Melocotón.

Aprovecho esta ocasión de las cincuenta ediciones para referirme a un aspecto que toca a todo medio escrito (y a todo ser humano): los errores. El error es como el dolor: el síntoma que avisa que hay que ponerse en guardia. Las personas no son infalibles (“errare humanum est”) y, si lo fueran, entonces no habría humanidad, sino divinidad. El famoso músico jazzista Miles Davis dijo: “Do not fear mistakes. There are none” (“No temas a los errores. No existen.”) ¿Qué quiso decir? Quizás que ellos están allí sólo para una cosa: enseñar. Cuando el error tiende a repetirse y establecerse, entonces ya no es error, es negligencia y falta de aprendizaje. Con lo anterior no pretendo justificar los involuntarios errores de cualquier tipo en que ha incurrido esta revistita. No somos divinos, ni a-divinos. También pedimos disculpas por cualquier daño y confusión que podamos haber producido a raíz de esos errores.

Hace siete años, pues, esta revistita fue concebida. Nació después de unos meses de gestación mental, en noviembre de 2002. Como a toda criatura, había que alimentarla, alimentarla con cultura (hay dos formas de entender esta palabra, una antropológica y otra social: ambas caben aquí). Poco a poco comenzaron a llegar colaboraciones de personas cuya aspiración sólo era participar, entrar por esa ventana abierta. Así, la revista fue criada, y creció, y hoy viaja, dándoselas de mayor de edad, por centros culturales, por el país y por el mundo a través de suscripciones y de su sitio web. Quienes la han alimentado son muchos. En lo económico, hay avisos que han estado siempre, lo que significa una ayuda imponderable, ya que así, tablita a tablita, va conformándose el piso en el cual pararse. Por otra parte, las colaboraciones escritas crecen cada día. Es la gente común y corriente la que colabora. No hay que ser periodista para escribir en Dedal de Oro, sólo basta tener la necesidad de decir algo y tratar de decirlo lo mejor posible. De este modo, hace poco la colaboradora Nina Moreno fue distinguida por Sernam por su artículo “Mujeres”, publicado en Dedal de Oro Nº 47 (ver Pág. 10). Otro colaborador, Rolando Naveas, es un escritor extra-ordinario, hijo del Cajón del Maipo e incomprendido por muchos en su autenticidad literaria trasgresora. Vania Ríos, lealmente, nos ha entretenido y enseñado español durante años con su “Palabreando” y también ha editado prácticamente cada artículo de la revista. Vania llegó a través de Cecilia Sandana, gran conocedora de la tradición oral -sobre todo arriera- de nuestra zona y gran colaboradora de la revista. Humberto Espinosa, entre otros textos, nos ha adentrado en el conocimiento del patrimonio arquitectónico del Cajón. Desde lejos, Gino Palma (mis disculpas: lo nombro a pesar de que le carga figurar) revive sus sentidos recuerdos cajoninos de niñez y juventud sobre la Lola, Lagunillas y afines. Gastón Soublette, ese gigante en conocimiento y modestia (cuánta falta hace la modestia en este mundo de autobombo), desde el inicio comenzó a entregarnos su sabiduría simplemente porque ama el Cajón del Maipo. Martín Mellado, gran amigo de esta publicación, desde que la conoció comenzó a participar en todo sentido: escritura, publicidad, crítica bien intencionada y presentación de otros colaboradores que han significado una ganancia en la calidad de contenidos de Dedal de Oro. Gracias a cada uno de ellos. Gracias a todos los que, con sus aportes, han hecho crecer esta revistita. Podríamos nombrar a muchos. Algunos estuvieron y, por a, b o c, se alejaron. Otros siguen. Otros llegan. Es la vida. Pido que cada colaborador de buena fe se sienta incluido en estos agradecimientos. No podemos nombrarlos a todos.

Mientras escribo este preámbulo que se proyecta para primavera, comienza a caer la oscuridad sobre esta tarde de fin de invierno. Pero hay luz aún. Inesperadamente, el zorzal viene a golpear la ventana. A través de los vidrios lo observo dar saltitos sobre el parrón. No suele venir a esta hora. ¿Querrá decirme que ya basta de escribir, que estas líneas ya están terminadas? Hagámosle caso: en definitiva, es sólo la voz de la naturaleza la única que puede decirnos hasta dónde llegar…

El Director  

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