corriente -el pueblo y de la gente con poder de decisiones oficiales -las autoridades-. Este reconocimiento quedó en evidencia ese día. Los padres de familia se volvieron expertos por un momento para explicar a sus niños -que correteaban dichosos alrededor de los viejos carros y locomotoras- algunos conceptos ferroviarios y también el significado de la palabra “nostalgia”, que no siempre, pero sí a veces, está muy ligada al concepto de “lucidez”. Por ejemplo, esa luz que se adivinaba en los ojos de los más viejos paseándose por la estación, serenos e imperturbables, mirando el intrépido trencito que renace de las ruinas gracias a los sueños de unos hombres atrevidos…
Hubo un poeta que escribió sus versos allí mismo (ver recuadro «Hoy», abajo); hubo quien entonó el himno de los ferrocarrileros a capela mientras visitaba el carro fielmente restaurado -no “enchulado”, como algunos dicen-; hubo un organillero que recreó los tiempos felices en que las personas eran las dueñas de las calles -no los vehículos motorizados-; hubo mujeres que agotaron sus saladas o dulces artes culinarias en los paladares del pueblo; hubo la posibilidad de adquirir recuerdos y diferentes tipos de registros de la acción del Proyecto Ave Fénix -por ejemplo videos y revistas-; hubo cine gratuito, hubo visitas de autoridades municipales actuales y pasadas, y también hubo un despistado que entusiastamente preguntaba dónde podía comprar pasajes -para él y su familia- para ir a pasear en tren al tirante mi comandante...
Pero quizás su despiste no era tanto, pues hacia allá parece que se encaminan las cosas. El horizonte se abre mágicamente, como si el cielo estuviera con este proyecto. ¿De dónde llegan esas fuerzas? Parece que de la mística, de las ganas de hacer las cosas y -como dice la canción- del pensamiento mismo: “A los árboles altos / los mueve el viento / y a los enamorados / el pensamiento…”
Sí, se trata de los enamorados del tren. El amor es, sin duda, la fuerza más vertiginosa, la única capaz de concretar sueños. Si no lo cree, pregúntele a cada uno de esos mil y tantos visitantes que estuvieron en esa estación protagonizando una verdadera fiesta popular con aires de antaño, cuando las personas de carne y hueso eran el amo y señor de las calles -sus calles-, esas calles que hoy protagonizan más accidentes que buen vivir, más enfrentamientos que convivencia, más histeria que paz, la paz que, por ejemplo, gozaba la campesina que en su descanso se sentaba a la puerta de su rancho para ver pasar el tren de las montañas por unos rieles de acero que la sedujeron desde la infancia…
Redacción. DdO