nada ya por vender, del personal CD se gastó todo el dinero. Gam gasta mucho en su polola. Ella es Paulina, bonita, y nada tiene que ver con el cuento de Gam. Ella cree que Glem y Gam son socios en un pequeño negocio de reparaciones. Pero no. Los amigos son vagonetas, diletantes y hedonistas. Glem se cree poeta, lee poesía y escribe unos poemas horribles, pero verdaderamente horribles. Obliga a sus amigos a escucharlos. Gam lee mucho, pero no le agrada hablar sobre «temas latos», dice él. Terminan la cerveza y quedan con la misma sed. No tenemos plata, no somos delincuentes, somos flojos, qué hacemos. Glem es cocinero con estudios y Gam es jardinero especializado. Sin embargo, no trabajan, y si lo hacen es por cortos períodos. Sólo para pagarse unas vacaciones o, mejor dicho, continuar su eterno vacacionar en otro lugar. Felices las familias cuando se despegan los zánganos. Inventan un viaje. Paulina está libre por unos días y desea acompañar a Gam. A Glem no le gusta la idea. Mejor van ellos dos solos, piensa Glem. Esa tarde acordaron reunirse en casa de Paulina para una junta de amigos. Su hogar, pues los padres son buena onda, o sea, buenas personas. Claro que en lo de Paulina no se fuma ni se bebe, así es que por lo general esas juntas duran poco. Sólo para programar, «conciliar criterios» le llama Glem. Llegan Omar y Cristina al departamento de Paulina, quien luce unos jeans G4 escotadísimos. El pito que fumaron Glem y Gam dejó de hacer efecto y éstos están de vuelta, aburridos y tristes. Gam abraza a Paulina. Estás pasado a cerveza. Omar es un perno al que le gusta conversar, pero sus temas son terroríficos: física cuántica, el último observatorio astronómico, la crisis mundial «too much». Glem le hace ojitos a Cristina, quien no lo lleva ni de apunte. Se ponen a hablar tonterías, llaman la atención. Gam, hoy día estás insoportable. Paulina molesta. Silencio. Glem y Gam abandonan la junta y reúnen monedas para comprar cigarrillos sueltos. Los salva el Mickey, que usa lentes y tiene un aire de ratón erudito, por eso el mote. Mickey los invita a otra cerveza, tiene dinero. Gam le convida marihuana, fuman los tres. En qué andas, Mickey. Le presté el cacharro al Pintamoins para que hiciese una movida, ya vuelve. Jales seguro. Los amigos se le pegan a Mickey. Glem extrae de su bolsillo una libreta de notas y lee uno de sus horrendos poemas: Oh, destino de la manzana / heme aquí habiendo llegado / habiendo llegado / habiendo llegado.... Mickey le ofrece otra cerveza a cambio de que se calle. Es peor aún cuando toca la guitarra y canta. Gam pregunta a Glem a qué lugar podían ir esta vez. Yo no voy, tú y Paulina lo pueden pasar mejor. Entonces no vamos a ninguna parte, socio. Conversan. Paulina es mucha mina para ti, además es muy cuica. No es para tanto, no creo que esté enamorada de mí, pero es una mina rica y hay que aprovecharla. Estamos asopados, reflexiona Gam. Me importa un pico, responde Glem. Corramos como en las películas, mejor volvamos al boliche. Eso hacen. Mickey comienza a aburrirse y les habla de lo bien movida que está su vida, que la fulanita, que el rey, y en eso llega Pintamoins en el Lada del amigo. Qué tal. Cómo te fue. Tirémonos una raya. Los cuatro arriba del auto, ¡snif snip! Está buena la cosa. Paseo en auto por la city, ahora el driver es el Mickey, más moderado, más pausado que el Pintamoins. Compremos cervezas y vayamos a la playa a dar unos piteins y unas rayeins. Buena idea, aunque se hace un poco tarde, bueno no tanto, pero no queda más de una hora de sol. Tiempo suficiente. Gam compra varias latas de cerveza. Glem enciende un cigarrillo, Pintamoins un pito. Quedan pocos bañistas, algunas parejas, un grupo de chiquillones chacoteros y algunas chicas muy bonitas mostrando su culito. Guau había dicho Pintamoins y Glem le recuerda que hay vistas reservadas solamente para la lejanía. Mickey prepara más rayas con sus tarjetas de crédito, nuevos esnifs y moqueo aguachento. Chato con los pitos. Unas cervezas. Se las acaban todas en pocos minutos. Esta vez fue Pintamoins que tuvo que ir por el encargo. Hay dos niñas con diminutos trajes de baño tiradas en la arena sobre sus toallas y están relativamente cerca de los chicos. Glem las distingue bien. Una de las jovencitas se para repentinamente, tiene ricas cabecitas, es castaña y lleva un diminuto bikini negro. A Glem le gustó esa combinación, la del negro con la piel levemente damasco de esa bonitura. A paso decidido la bonitura se dirige hacia las olas, hacia el mar salino, helado. Se sumerge en él cual sirena, nada distante, juega con el agua, se zambulle y reaparece un par de metros más allá o más acá. Es encantadora, decide Glem. Semierección por rollo con la minita. Heavy. Belleza mundana, recita, qué triste y enfermo me pone el considerar que nunca lograría alcanzarte. Gam: yo me voy a casa de Paulina, se me hace tarde... tenemos un rollo para la noche, ojalá resulte, se me hace tarde. Nos vamos todos. Yo los dejo en el borde, ofrece Mikey. Antes de marcharse, Glem aprovecha para darle otro vistazo a la sirenita que viene de vuelta a la playa sorteando las olas que la empujan con unos cómicos saltitos y sus tetitas bailan coronadas por bandadas de gaviotines. Todo su cuerpo mojado, ah, desnudarla y secarla. Apremia el resto del grupo. Una vez dentro del Lada el Pintarmoins sugiere otra esnifada. Bueno, hay que darle, pero chato con la yerba por ahora, acepta Gam. Todos se unen. Ahora adónde. Yo en la esquina de la casa de Paulina pide Gam. Yo sigo con ustedes hasta la casa de Cristina, voy a tratar de engrupírmela y el Omar me importa un pico. Ese es Glem. Mickey y Pintamoins continúan su historia. Recién comenzaba el anochecer. Cristina no está en casa, Glem se resigna a hacer sueño leyendo a Poe en su cama (de él). Gam no tuvo mejor suerte, a Paulina le llegó la regla y todo se fue al diablo, mientras el Mickey con el Pintamoins lo pasaron chancho. Harto de todo, incluyendo ardoroso sexo. Y seguramente cajetillas y más cajetillas de puchos. Pega para los amigos vagonetas, pues el dueño del restaurante Don Clemente por lo general llama a Glem cuando le falla algún cocinero. Esta vez está desesperado, porque también le falta un ayudante y no ha podido encontrar reemplazante, así es que Glem tendrá que trabajar solo. Yo tengo uno -dice Glem- y Gam queda enganchado. Fueron tres días, buena paga. Qué debo hacer, pregunta Gam. Ayudarme a preparar los platos, ensaladas, fritangas y cosas así. ¡Ah, ya!
Paulina fue al restaurante con un grupo de amigas y descubrió al par de amigos de blanco malteado, su novio y el perezoso de Glem. Humillante. Allí está Gam. No, no es él, replica Paulina avergonzada. Me humillaste, me mentiste, vales una mierda, no quiero volver a verte nunca más en mi vida. ¡Por favor! No. Paulina dejó a Gam y Gam lloró amargamente en la soledad de su dormitorio. Ni las canoras, ni el gorrión, ni el chincol ni la diuca. Tres días después de haber terminado el reemplazo los amigos se repartieron la paga por partes iguales (Glem ganó más por ser el cocinero). Consuélate perro, toma, enciende este pito, le sugiere a Gam. Vamos, te invito una cerveza, invita. Yo también te invito a una, responde Gam. Entonces después los dos nos invitamos otras cervezas a nosotros dos. Vale papá. Vamos perro. Yo te advertí. Vámonos al Cajón del Maipo a pasar el fin de semana será mejor. Me parece. Vamos a ello. Y se dirigieron piteando descaradamente por la alameda hasta la cuadra donde se encuentra el boliche de don Jecho. DdO