Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 46 - Año VII, Dic. 2008 -Enero 2009
JUAN PABLO YÁÑEZ BARRIOS
SI MI ABUELO MATERNO EDUARDO BARRIOS VIVIERA, EL 25 DE OCTUBRE RECIÉN PASADO HABRÍA CUMPLIDO 124 AÑOS, Y SI VIVIERA MI ABUELO PATERNO JUAN EMAR, EL 13 DE NOVIEMBRE HABRÍA CUMPLIDO 115. PERO NO VIVEN. EL PRIMERO MURIÓ EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1963, CUANDO LE FALTABA POCO PARA CUMPLIR 79 AÑOS, Y EL SEGUNDO SIETE MESES DESPUÉS, EL 8 DE ABRIL DE 1964, A LOS 71 AÑOS. FUERON DOS ESCRITORES ESCORPIONES UNIDOS POR LA AMISTAD, AUNQUE SUS ESCRITURAS DIFIRIERAN TANTO.

Era jueves. Esa vez, poco después de mediodía, me quedé conversando con algunos compañeros luego de una jornada más de clases en el Instituto Nacional. Después me fui a casa, en “trole”, por Bilbao hasta la Plaza Pedro de Valdivia -que en ese entonces no estaba partida por la mitad, violación que se cometió posteriormente para darle pasada directa a la invasión automovilística-, frente a la cual tenía su hogar Eduardo Barrios, en Francisco Bilbao 1966. Allí vivía yo junto a mis abuelos maternos, mi madre y hermanas. Cuando entré al jardín mi madre salió a mi encuentro y me dijo que el tata había muerto. Por la mañana, mientras yo estaba en clases, Eduardo Barrios había partido al «país del cual nadie regresa», según sus palabras. Hacía un tiempo estaba enfermo, pero no se me había pasado por la mente la posibilidad de su muerte, la que me tocó no sólo porque él se había ido, sino también porque fue entonces que se presentó, por primera vez en mi vida de niño, como algo concreto. Yo quería mucho a Eduardo Barrios, era el tata que me daba plata para comprar helados e ir a la «matiné». Le encantaba bromear y contar chistes picantes. Todos los domingos se celebraban los almuerzos familiares, con al menos doce personas, entre hijos y nietos, rodeando la gran mesa. Él, que tenía algo de gran señor, ocupaba una de las cabeceras, mientras que en la otra cabían dos comensales, y hasta tres si eran niños. Eso era en la casa de Bilbao, en Santiago, pero en los veranos, en la casa de vacaciones de San José de Maipo -que toda la vida ha sido la casona familiar y en la que hoy escribo estas líneas-, las reuniones de parientes eran aún mayores. En esta casa lo veo podando las rosas del patio por las tardes y, por las noches, jugando dominó con algunos familiares en la galería, antes de irnos a dormir.

Ese jueves 13 de septiembre de 1963 fue la última vez que vi a Eduardo Barrios. Recuerdo nítidamente cuando por las escaleras bajaron su cuerpo envuelto en una sábana para acomodarlo en su ataúd en el primer piso. Lo velaron en la Biblioteca Nacional –de la que había sido su Director- y su entierro fue en el Cementerio General. Terminado todo este proceso, mi relación con la muerte había cambiado. Todo era más natural.
 
EDUARDO BARRIOS, 25.10.1884 - 13.09.1963



JUAN EMAR, 13.11.1893 - 08.04.1964

LAZOS

Eduardo Barrios, en segundas nupcias, se casó con Carmen Rivadeneira. Sucedió que otro escritor, que firmaba como Juan Emar –seudónimo de Álvaro Yáñez, mi abuelo paterno-, también en segundas nupcias, se casó con Gabriela Rivadeneira, hermana de la anterior, de manera que ellos pasaron a ser concuñados. Aunque ya se conocían desde antes, los dos escritores estrecharon sus relaciones a partir de entonces. Cuando Juan Emar y Gabriela volvieron de París después de una larga estadía, el primer tiempo alojaron en casa de Eduardo Barrios y su esposa Carmen -la gordita-, en General del Canto 182. Luego, los recién llegados comprarían casa en la misma calle y pasarían a ser vecinos. Por ese entonces Eduardo Barrios era colaborador directo del gobierno de Carlos Ibáñez, cuya administración había expropiado el diario La Nación y había enviado al exilio a Eliodoro Yáñez, padre de Juan Emar. Estos sucesos políticos, sin embargo, jamás se convirtieron en roces entre los concuñados.

Cuando Juan Emar heredó parte del fundo Lo Herrera, dado que los negocios no se daban muy bien en la relación que él mantenía con el mundo, recurrió a Eduardo Barrios, quien le propuso parcelar, vender y comprar un nuevo fundo. Juan Emar procedió según las indicaciones de su amigo y le propuso, además, que le administrara sus tierras. Eduardo Barrios, que vivía por ese entonces de su actividad literaria y colaborando para El Mercurio y Las Últimas Noticias, aceptó la propuesta de su concuñado. Se va a vivir a La Marquesa -la nueva propiedad de Juan Emar-, en Leyda, entre Melipilla y San Antonio. Administra ese fundo y además atiende sus propias tierras en el Cajón del Maipo, el fundo Lagunillas. Fueron tiempos en que las relaciones de Eduardo Barrios y Juan Emar se estrecharon. Más tarde, el destino les da aún un nuevo vínculo: se convierten en consuegros cuando la hija mayor de Eduardo Barrios –Carmeny el hijo mayor de Juan Emar –Eliodoro- contraen matrimonio.

La opinión de Juan Emar sobre la literatura de Eduardo Barrios nadie la conoce, pero sí sabemos lo que pensaba este último de la literatura del primero. Dado que la crítica oficial de esos tiempos ignoró las publicaciones de Juan Emar, sobresale el hecho de que Eduardo Barrios, ya conocido y respetado como escritor, haya dedicado al menos dos críticas a ellas. Allí queda establecida su clara posición con respecto a los escritos de Juan Emar. Alguien que escribe sobre la realidad y lo anecdótico -aunque con mucha penetración sicológica- se pronuncia favorablemente sobre una literatura hecha sobre lo experimental y lo interno. No cabe duda: Eduardo Barrios captó de inmediato los méritos de su amigo. Lejos de ocultarlo -como lo hicieron otros-, se atrevió a destacarlo públicamente.

MUERTES

El 13 de septiembre de 1963, en Viña del Mar, Juan Emar le escribió a su hija Carmen: (...)Moroña: ¿Por qué le hablo en este tono? Moroña: Porque estoy algo enfermo. No es cosa grave ni nada parecido pero es algo sumamente molesto y que me obliga a hacer todo despacito, como si fuera un viejaño eterno. Tengo muy hinchada la parte del cuello debajo de la oreja derecha. Y termina diciendo: mi cuello y mi hombro me piden que me meta a la cama. Estando en cama me siento mucho mejor. ¡Ya le escribiré largo, largo!

Mientras Juan Emar se metía en la cama, ignorando que esa hinchazón era un cáncer, Eduardo Barrios, en su cama, dejaba de existir, lo que Juan Emar también ignoraba. Pero dos días más tarde le escribió a su amigo Lucho Vargas: (...) he estado y todavía estoy algo enfermo. «Algo» es un modo de decir. Tengo hinchado bajo el oído derecho y esto me ha producido un permanente dolor en el hombro y en el brazo derecho. Cualquier movimiento brusco me duele mucho. (...) Otra cosa que me ha afectado enormemente es la muerte de Eduardo Barrios. Puedes creerme que lo he llorado como un niño. ¡Se van y se van nuestros amigos! A Eduardo siempre lo quise mucho y hasta el último momento conservamos una muy buena amistad. El fue administrador de La Marquesa. Todo lo suyo es un recuerdo muy grato para mí. ¡Pobre Eduardo! Mejor sería decir: «¡Pobre «yo»!

Ese mismo 15 de septiembre le escribió a su hermana Gabriela: (...)Tengo un dolor bajo la oreja derecha que me toma el hombro y el brazo impidiéndome hacer cualquier movimiento brusco. Ahora sí, camino como un vejete y tardo diez veces más en recorrer cualquier distancia. (...) ha venido la muerte de Eduardo Barrios. Fue él un gran amigo mío y siempre mantuvimos una muy buena amistad. Tú recordarás que fue administrador de La Marquesa. Puedes creerme, mi querida Gabria, que lo he llorado como un niño. Estoy sentado en un banco cualquiera y, súbitamente, me encuentro con los ojos llenos de lágrimas. ¡Pobre Eduardo! Me habría gustado verlo, pero... pero mi oído, mi hombro y mi brazo no me lo han permitido. Desde aquí le he enviado todo, ¡todo!, mi cariño y lo he acompañado hasta el cementerio. Te repito y siempre repetiré: ¡pobre Eduardo! Pero ahora quiero hacerte un pequeño paréntesis; es éste: ¿por qué decir así y no decir «pobre yo»? El ha seguido su existir, de esto estoy completamente seguro, y somos nosotros los que cada vez vamos quedando más solos.

Estas últimas líneas constituyen una de las pocas evidencias de que Juan Emar creía en un «más allá». Un día después le escribe a su hija Clara: (...) estoy hecho un harapo, tanto física como moralmente. Pero vamos por parte: Físicamente: me ha salido una hinchazón debajo del oído derecho y se ha prolongado por el hombro y el brazo derechos. Cualquier, el más pequeño movimiento, me cuesta una enormidad hacerlo. Parezco un verdadero inválido. (...) Moralmente: La muerte del pobre Eduardo Barrios. Lo he sentido como no pueden ustedes imaginarse. Yo, siempre que iba a Santiago, pasaba a verlo y teníamos muy lindos momentos de charla. El, Edo (como yo le digo), me trae recuerdos de La Marquesa y de los tan grandes paseos a caballo que hacíamos juntos. En fin (...), espero que ustedes hayan llegado hasta su casa y hayan abrazado a la tía Gorda. Si tienen ocasión de hablar con ella una vez más, díganle que lo he llorado, y aún lloro, como un niño ante su recuerdo tan querido.

A su hermana Flora le escribió el 18 de ese septiembre: (...) la muerte de Eduardo Barrios me ha afectado mucho, profundamente. Pasadas estas fiestas tengo cita en el hospital de Viña y ahí se verá qué es lo que tengo. Ahora sólo deseo morir pronto, pero recuerdo una frase del padre de Lucho Vargas: -¡Es tan difícil morir...! (...) Sólo quiero descansar y... seguir mi viaje. ¡Es terrible pero es así! ¡Adiós, Flora! No olvides mi casilla: 212. Recibe un fuerte abrazo de tu hermano desamparado y triste que sólo desea irse, irse, irse. ¡Adiós! En estas líneas encontramos la segunda evidencia de la creencia de Juan Emar en la vida más allá de la muerte.

Menos de siete meses después, el 8 de abril de 1964, murió. Creo que la partida de Eduardo Barrios fue la chispa que encendió en Juan Emar la comprensión de su propia partida. No en vano en la vida se dan amistades que, vaya uno a saber, tal vez continúan más allá de la muerte. DdO
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