En cuanto al reconocimiento de nuestra bandera,
siempre pensé que se trataba de una invención
popular, pero me encontré con que ciertamente el concurso
existió, llevándose a cabo en lejanas tierras
belgas en el añ o 1907 y que, efectivamente, Chile se
alzó con medalla de oro.
Y eso de que somos los ingleses de Sudamérica
Nunca me ha convencido del todo. Seducida por el estereotipo,
siempre he mirado al inglés como a un caballero distinguido,
refinado, puntual, correcto en la pronunciación de
su idioma; características y conductas - para qué
estamos con cosasdesacostumbradas en la especie homochilensis.
Algo hay de cierto, eso sí, en esta arraigada creencia
asimilatoria; un claro ejemplo podríamos encontrarlo
en las carreteras, donde muchos compatriotas dejan salir al
inglés que llevan dentro al insistir en conducir por
la izquierda y adelantar por la derecha. En segundo lugar
y en este punto centraré el Palabreando de hoyestá
la cuestión del idioma. En este sentido, la incesante
concurrencia de vocablos ingleses a nuestra lengua hace que
el apelativo de ingleses de Sudamérica no nos parezca
tan desafortunado y nos lleve a preguntarnos hasta qué
punto podremos mantener un filtro y seguir conservando con
orgullo nuestra lengua.
La simpatía hacia la influencia extranjera en nuestro
idioma tendría, entre otras explicaciones, la aparecida
en el artículo El español de Chile: lengua
y cultura, de Teresa Ayala, profesora de la Universidad
Metropolitana de Ciencias de la Educación. La autora
relaciona la incorporación de extranjerismos, principalmente
anglicismos, con el aislamiento geográfico de nuestro
país, que nos haría mirar con cierta apertura
y benevolencia lo que está más allá de
nuestras fronteras: El chileno admira lo que está
afuera, por lo que no tarda en hacer suyos usos y costumbres
provenientes de otras culturas, señala Ayala.
Además, el ingreso de tecnologías foráneas
introduce también un vocabulario y terminología
asociados a éstas.
Mi explicación -mucho menos ortodoxa que la de la
profesora- me lleva a pensar que la inclusión de neologismos
o la sustitución de vocablos castellanos por anglicismos
es percibida por muchos como un signo de sofisticación
y modernidad, y refleja un síntoma de siutiquería,
de querer subirle el pelo a lo sencillo, lo que sin darnos
cuenta nos ha llevado a desechar aquellas palabras que ya
nadie pronuncia y que lamentablemente terminarán por
desaparecer. Veamos un claro ejemplo del fenómeno en
el siguiente texto, extraído de un correo que llegó
a mi bandeja de entrada hace algún tiempo:
Desde que a las insignias las llaman pins,
a los autoadhesivos stickers, a los maricones
gays y a las comidas frías lunchs,
Chile ya no es el mismo, ahora es mucho más moderno.
Antes los niños leían revistas y no comics,
los jóvenes hacían fiestas en lugar de parties
y los empresarios, negocios y no bussines. En
la escuela muchas veces hacíamos aerobics
creyendo que eran clases de gimnasia y guardábamos
nuestras pertenencias en un casillero y no en un locker.
Cuando estudiábamos una noche entera decíamos
estoy hasta la chucha, ahora estamos a full.
Si parábamos un ratito a comer un sanguchito hacíamos
un break y ni lo sabíamos
Ahora no
salimos al centro comercial, vamos de shopping
al mall. Nuestros hijos no andan en monopatín
sino en scooter, que es mucho más veloz.
Ya no tenemos sentimientos, hoy tenemos o no tenemos feeling
con alguien. Si vamos a la farmacia debemos sacar un ticket
y esperar nuestro turno. Ahora escuchamos compact disc,
hacemos footing, treeking y cuando
carreteamos lo hacemos en pubs
adiós
al boliche de la esquina. Después del trabajo nada
mejor que una hora en el gym. Desde hace algún
tiempo los tipos importantes son VIP, los puestos
de venta stands y en el cine comemos pop
corn
¡cagaron las cabritas! Y por supuesto
que ya no pedimos perdón, decimos sorry.
Para terminar, ¿sabe cómo se llama la máxima
cita de nuestro deporte criollo, el rodeo? ¡El Champion!
Para reflexionar, ¿no?
See you later! DdO