Con la cooperación de embajadas, universidades y filmotecas,
tanto latinoamericanas como europeas, cada año se va
configurando una programación rica en variedad y contenidos,
coherente en su propuesta y, a veces, con un toque de delirio
cinéfilo, del más profundo, y que ha marcado
indeleblemente a un público que ya se ha vuelto habitual;
rostros conocidos que aparecen en cada festival y que asisten
incondicionalmente a este arcaico ritual de la
imagen proyectada, según lo expresara el director y
creador de este espacio cinematecario, Alfredo Barría.
Durante ocho días al año, este conglomerado
de imágenes y sonidos se pone en marcha, según
la planificación elaborada con casi un año de
anticipación, dividiéndose en talleres, simposios,
películas nacionales y extranjeras restauradas, joyas
de archivo fílmico, competencia nacional de documentales
y una que otra excentricidad. Los invitados presentan e introducen
al público en los misterios vernáculos de la
restauración e historia cinematográfica, ya
que se pretende que la gente sea consciente de los múltiples
esfuerzos necesarios para que la imagen sobreviva, para que
llegue a filmarse y para que sea comprendida.
Este festival de cine es único, no sólo en
Chile, sino que a nivel Sudamericano, motivo por el cual los
invitados internacionales llegan a nuestro país con
sus películas bajo el brazo, para compartirlas con
nosotros, para dejarnos en la memoria sus imágenes,
tesoro invaluable, sometido a perpetua desaparición
por la falta de cuidado y financiamiento que requieren estos
libros de historia filmados.
Parece increíble y absurdo que aún hoy, con
más de 110 años, el cine siga siendo considerado
una entretención, un espectáculo menor, falto
de seriedad y que sólo satisface necesidades pasajeras
de conocer historias y escapar de la realidad. Para aquellos
que trabajan en este evento, el cine es la vida; la pantalla
cinematográfica es el medio de difundir lecciones de
moral y ética; ven al cine como un medio para dignificar
la persona humana. Es por eso que no hay grandes aspavientos,
ni alfombras rojas, ni focos iluminando el cielo, ya que el
invitado y la estrella más importante es
el público.
Han sido doce años, doce años buscando financiamiento,
tratando de establecerse y ceñirse como una oferta
cultural seria para la comunidad, en medio de un país
aletargado, donde los medios de comunicación muestran
otra realidad, donde los chilenos viven esa otra realidad,
que les acomoda y les extravía. DdO