Desde que el mundo es mundo ha habido revoluciones. Todas
se han llevado a cabo para poner fin a un orden social e instaurar
otro. Con todo, y por muchas y variadas que hayan sido esas
revoluciones, da la impresión de que todas han terminado
en lo mismo, esto es, que el nuevo orden, básicamente,
no ha sido muy diferente del anterior, y eso porque todas
tienen de común la concentración del poder,
el culto al superdotado y el mito del crecimiento ilimitado,
y todas son soluciones a los problemas que genera el hecho
de concebir a la vida misma como un problema.
Diferente ha sido el fenómeno del nacimiento de una
nueva cultura. Revolución de un ciclo milenario que
instaura un nuevo orden para los pueblos después del
colapso de otra cultura anterior. Las culturas nacen de un
acontecimiento espiritual que formula el sentido de la vida
con una autoridad que nadie puede poner en duda, porque no
es el resultado de una mente humana que reflexiona confiada
en sus limitados recursos. Moisés, Jesús y Mahoma,
no son genios, ni ideólogos, ni expertos, ellos son
la brecha por donde irrumpe la fuerza invisible que da forma
a un orden que hace posible la armonización de la vida
de los pueblos con el gran sentido del mundo (Tao).
Y todo esto para decir que el ciclo creativo de nuestra
civilización está agotado. Un nuevo mundo está
naciendo. Sus gérmenes comenzaron a brotar desde mediados
del siglo XX y hoy sus ramificaciones se extienden por todas
las zonas habitadas del planeta sin que nadie lo perciba como
un fenómeno evidente, porque la mente del hombre contemporáneo
carece del marco de referencias donde pueda caber esa realidad.
La mayor parte del género humano sigue hoy atrapada
en la lógica generada por el hecho de no vivir realmente
la vida sino tan sólo el día a día de
los problemas creados por la máquina de esta civilización.
Pero la nueva revolución del cambio de cultura ya
está aquí y se impone tomar conciencia de ello,
asunto en extremo delicado y grave a la vez, porque en ello
nos va la vida. O seguimos participando de esta muerte masiva
o salimos de ella en un acto de audacia y despertamos. Quizás
nos falta sólo una milésima más para
hacer conciente el hecho de que ha sido el dinero el obstáculo
más grande que ha hallado la especie humana en su evolución
y que las técnicas inventadas para paliar nuestras
limitaciones terminaron por construir un mundo que a estas
alturas de la historia es ya incompatible con la vida.
En 1789 estalló una revolución en París
de Francia, la cual a poco andar terminó construyendo
una sociedad más injusta y opresiva que la de la monarquía.
Hubo otra revolución en París en 1968. Fue una
revolución juvenil esta vez, la cual prometía
mucho. Su lema era: Prohibido prohibir. Con esa
frase la juventud universitaria de Francia denuncia que la
estructura de esta civilización se ha solidificado
como el hormigón armad y aprisiona la vida impidiéndole
manifestarse. Pero cometió el error de politizarse.
Fue una gran oportunidad de pensar creativamente, pero la
lógica política tradicional la hizo abortar.
Algo dejó, sin embargo, esa momentánea explosión
juvenil del malestar de nuestra cultura en decadencia. Y eso
que dejó es justamente el hecho de que ese malestar
que llama a la rebelión fue algo que ocurrió
en las mentes de los jóvenes del país. Por eso
es que hoy podemos tomar más en serio el hecho de que
son los jóvenes, entre los veinte y los treinta años,
quienes, por su lozanía vital, están más
libres de la contaminación que tiene cautiva la mente
de todos los que se adscriben al sistema imperante y siguen
las directrices de su lógica, convencidos, a su pesar,
de que la vida consiste solo en solucionar problemas.
La hegemonía del dinero y la tecnología y
el supuesto de que la vida es sólo un problema son
tres aspectos básicos que acusan la muerte psicológica
que hoy afecta a las grandes masas, la cual es igual para
el pobre y el rico, el tonto y el inteligente, el gobernante
y el gobernado, porque la muerte los iguala a todos. Tomar
conciencia de ello es el primer paso para entrar en el nuevo
modelo de cultura que se aproxima.
El segundo paso consiste en hacer conciente el hecho de que
la vida, tal como originalmente se manifiesta, es en sí
algo definitivo y acabado, y mal puede el hombre inventar
cosas artificiales para sustituirla. Por eso, el haber inventado
la máquina que reemplazó a la vida es la causa
de que hoy no vivamos realmente sino que funcionemos como
una pieza más en sus trabajos y administraciones.
¿Cómo ha ocurrido esto?
Si la vida es, originalmente y tal como se manifiesta, algo
definitivo y acabado, el mito antiguo sobre los hermanos primordiales
nos enseña que del vientre de nuestra madre común,
junto con salir el noble pastor, salió también
el hijo de la serpiente, el herrero y constructor de ciudades,
con un vacío en el corazón, el cual su descendencia
ha intentado llenar a lo largo de toda la historia sin poder
saciarse. Para eso, el ancestro creyó necesario comenzar
la historia de su estirpe dando muerte a su hermano, con el
objeto de llevar a cabo sus proyectos lejos de la mirada de
ese testigo de verdad. Medita tú sobre esta triste
y conocida historia, la cual, siendo tan simple, ha sobrevivido
intacta desde hace tres mil años. Quizás ella
te libere de la lógica paralizante que hoy tiene cautiva
la mente de la humanidad, y puedas así verte a ti mismo
con una nueva mirada, porque como dice el viejo refrán
Nadie sabe lo que tiene, y también: Valemos
más, por más que digan. Todo eso abre
un nuevo espacio para pensar creativamente y empezar a vivir
desde cero y en verdad, porque nuestro amor a la vida y a
los hombres es, a la postre, más fuerte que las manipulaciones
de quienes hoy nos amenazan con su poder y, si fuera posible,
con la aniquilación de toda forma de vida, previa movilización
de todo lo que existe para generar riquezas que no tienen
más realidad que unos signos fugaces vistos en una
pantalla que se alumbra o oscurece a voluntad.
El tercer paso concierne a la discriminación de los
débiles, ignorantes y vulgares hijos de vecinos, en
suma, los que no pasan la prueba de los así llamados
superdotados y que han vivido marginados de la toma de decisiones
que a ellos les concierne. Y si tal ha sido la consecuencia
del culto al genio, al bello, al poderoso y rico, tú,
aparta la mirada de ese modelo y dirígela a tu pueblo
y a los descendientes de los habitantes originarios de tu
tierra y conoce la cultura de tradición oral que crearon.
Mientras ellos, con su culto al genio, distorsionan
todos los valores y empañaban nuestra autoestima, y
con sus edificios, sus máquinas y su armamento reducen
a nada nuestra dignidad y nuestra misma individualidad.
Estudia lo que esos señores sin nombre ni rostro
nos dejaron de su experiencia en la vida y aprende algo de
su sabiduría e imprégnate de su virtud a través
de sus refranes, versos, narraciones, oraciones, fiestas y
ceremonias. Infórmate sobre su sencilla ciencia para
vivir integrados al orden natural. Admira sus trabajos de
arte y artesanía, todos impregnados de una nobleza
que hoy nadie puede imitar, y celebra y festeja el hecho de
haber descubierto quiénes fueron, alégrate de
saberlo. Porque ellos, los otros, nos quieren
deprimidos, cercados como nos tienen por su poder, impotentes
y resignados, moviéndonos sólo al ritmo de su
tiempo útil.
El cuarto paso que corresponde dar concierne al gran secreto
que debe ser trasmitido en nuestros diálogos íntimos,
esto es, que la persistencia en el propósito y en la
esperanza que es capaz de esperar contra toda esperanza, es
una fuerza que no conoce obstáculo, y eso cuando es
compartida, pues esa que no parece ser una fuerza es nuestra
real fuerza. Su constancia se mide por el refrán que
dice: No es tan hombre el que tiene como el que mantiene.
Si los pingüinos nos han dado el ejemplo ahora, sin
pretexto para movilizarnos, aprendamos a vivir en una perpetua
movilización. La revolución es permanente o
no es revolución. Nuestros mapuches nos han dado el
ejemplo de lo que es ponerse a sí mismo un alto precio
y dar la vida si fuera necesario por la defensa de lo que
somos.
SEPTIEMBRE 2008.