Hasta hace un tiempo tenía la sensación de que
mi vida no llevaba el curso que yo esperaba. Algo inefable
se agitaba dentro mío y hacía un ruido cada
vez más ensordecedor, como el del magma por salir a
la superficie. Si bien no era una sensación nueva,
con el paso del tiempo y su persistencia se tornó atemorizante.
Muchas veces había experimentado esa inquietud de cambiar
algo que no andaba bien en mi vida. Pero díganme, quién
no lo ha vivido. Así que no le presté demasiada
atención... Sin embargo, puedo decir que no había
sentido antes nada comparable con esta energía que
pugnaba en mí. Aunque sí se podría comparar
con la experiencia del parto, en donde se produce una gran
conmoción en el cuerpo de la madre y, con dolores (y
sabiduría), éste ayuda a expulsar
hacia la luz aquel nuevo ser que viene a transformar y enriquecer
la existencia. Es así como, previos dolores de parto
espiritual, sentí la necesidad de dar a luz una nueva
forma de encarar la vida.
HACIENDO HISTORIA
Hace un par de años comencé a sentirme pésimo.
Físicamente estaba enferma. Tenía sobrepeso
y había días en que dolores de todo tipo no
me dejaban funcionar. Me preguntaba qué sucedía
conmigo, que empezaba a estar cansada y desmotivada. En mi
angustia, le pedí a Dios que abriera un camino de redención
para mis sufrimientos. Entonces fue que alguien en el Universo
me escuchó y me envió más dolores, tan
intensos, que no tuve otra opción que movilizar mis
estancadas energías y reaccionar de golpe. Fui al médico
y después de muchos exámenes y derroches de
paciencia, se determinó que tenía todo mi sistema
desordenado, producto de una seria enfermedad: Diabetes Mellitus
tipo 2. Tuve que empezar a cuidarme con rigurosidad. Es decir,
tomé en mis manos mi propia recuperación, diciéndome
que nadie más que yo podría cuidarme con el
amor que necesitaba. Tuve que mostrar mucho respeto por este
cuerpo que me contiene desde hace 42 años. Agradeciéndole
íntimamente todo lo que me había acompañado
hasta ese instante, me comprometí en la tarea de re-equilibrarlo.
Gracias a eso, a los seis meses de controles con especialistas
y siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, la enfermedad
principal y sus desórdenes colaterales habían
remitido al punto de no aparecer en los exámenes. Ese
fue un gran mensaje. A través de esta enfermedad pude
poner en práctica el poder que tenía desde siempre
a mi disposición para introducir cambios en mi realidad.
Quería sanarme y lo logré con creces, porque,
además de recuperar mi peso de hacía 20 años,
mi cuerpo dejó de ser una carga para volver a ser la
bendición que siempre fue. Fui capaz de hacerme un
propósito y realizarlo. Gracias a eso, sané.
De ahora en adelante, mi compromiso es seguir cuidando y respetando
mi cuerpo a conciencia, hasta el día en que ya no lo
necesite más.
Pero más tarde me tembló de nuevo el piso
y esta vez el sismo se aspectaba de mayores proporciones.
Algo me decía que este era el segundo episodio de una
saga que empezó en lo físico y debía
continuar su evolución en mi espíritu. Alguien
extraordinario se agitaba dentro mío y llamaba mi atención
queriendo expresarse con mayor libertad y autodeterminación.
EN POS DE LA LUZ
Creo que a todos les ha pasado sentir que en lo profundo
de su pecho hay un ser que se ahoga en un mar de represiones
y que insiste con irritación en salir a la luz. En
esta sociedad tan sobrecargada de estímulos y conflictos,
muchos somos los que, en aras de un pasar familiar más
armónico, sacrificamos nuestras alas y cortamos los
puentes que nos unen con nuestros sueños y anhelos
del alma. Porque cruzar el puente que nos lleva a realizar
los sueños y a buscar nuestro cáliz interior
implica salir al camino de nuevo, después de años
de relativa estabilidad, arriesgándose a no encontrar
lo que se desea y, sobre todo, dejar atrás el estilo
de vida que se ha llevado y perder pareja, hijos, hogar, amigos...
Además, arriesgarse a que nadie entienda tu manera
de actuar. Sin embargo, abandonar lo seguro por atravesar
un puente colgante que nos conduce a lugares desconocidos
es un sine qua non del que quiere de verdad ir más
allá de sus límites, en pos de la divina magia
de la existencia. Hablo de límites mentales y físicos,
ya que para el espíritu no los hay.
A mi me pasó eso. Experimentar la bofetada física
y espiritual que te hace ver que la vida que te dibujaste
con tanto esmero ya no funciona. Saber que se hacía
urgente un cambio de piel en todo sentido. Tener la certeza
de que ese proyecto de vida al cual te entregaste, cerrando
los ojos muchas veces a las señales de peligro, se
desvanecía en el aire. Las energías que sustentaban
mi felicidad hogareña se detuvieron y dieron paso al
estancamiento. Se buscó todo tipo de respuestas, hubo
rabia, pena, desilusión
y las ganas de responsabilizar
al mundo por lo que me estaba sucediendo. Luego reconocí
que no había más culpable que yo por haberle
entregado las llaves de mi porvenir a quien no le correspondía
guardarlas. Sólo yo estoy capacitada para guiar mis
pasos. Entonces, vino una vez más esa rebelde naturaleza
interna y empezó a hacerme señas inequívocas
del gran vuelco que se aproximaba. La primera fue la enfermedad
física, ahora tocaba enfrentar el reto de sanar el
alma
lo que derivó en ruptura matrimonial y más
dolor... Pero era tan fuerte mi ansia de liberación
personal que, cuando ésta fuerza encontró una
posibilidad de exteriorizarse, lo hizo. Entonces tuve que
ser honesta y reconocer que, aunque la pena era enorme, el
fin hacía que todo fuera más amable. Tenía
que terminar con todo, sin espacio para dudar. Tenía
que buscar y seguir el sendero que me llevaría a través
de la noche del olvido en que me tenía a mi misma,
y recuperarme. Recuperar la conexión directa con mi
alma y, por su intermedio, con la gran fuente de vida que
para unos es Dios y para otros el Origen.
Ya había pasado, con los años, por momentos
de mucha conexión con lo divino, pero ésta aparecía
de manera intermitente. Yo anhelaba construir mi existencia
enchufada permanentemente con esa Realidad Eterna.
Porque vivir unplugged, sin sentir esa cercanía
reconfortante, es vivir con un vacío que nada puede
llenar. Entonces, para alcanzar esa Armonía, debía
hacer una reingeniería de mis escenarios conocidos
y prepararlos para la representación de esta nueva
obra.
Cuando uno siente que ya no puede seguir pagando los costos
de mantener en pie una construcción mal cimentada y
cuando tampoco se puede seguir parchando las grietas, bueno,
no hay más que derribar la creación fallida
y marcharse a construir algo mejor en otro lugar, o derribarla
y reconstruir sobre las ruinas de la anterior, esta vez más
acorde con tus necesidades más profundas. Para esto,
es preciso aprender a conocerte a ti mismo. Por favor, como
te han dicho tantos y en tantas ocasiones: conócete
a ti mismo, ¡es urgente!
Yo destruí todo y me fui. Eso fue lo primero que
hice. Me fui a respirar nuevos aires, a nutrirme de otras
creaciones y a beber de la bondad y alegría de otras
personas. Pero tuve que volver a buscar algo que se me había
quedado, y sin lo cual esta vez no me pude ir. Como que, en
alguna parte, tomé un camino que me trajo de vuelta.
Y aquí estoy, reconstruyendo, pero con otros planos,
y sabiendo que no es necesario abandonar personas
con las que has formado espacios en que has vivido con el
fin de conseguir tu libertad física y espiritual, porque
eso siempre ha sido tuyo. Incluso, tampoco es necesario
que ellos cambien de alguna manera para que tú seas
feliz. Miren lo que estoy diciendo. Porque lo que de verdad
hace la transformación es la nueva mirada con que tú
puedas intentar abordar el mismo barco. Es decir, cambiando
el tipo de relación que tú estableces con esas
mismas personas y espacios, cambiará todo a tu alrededor.
Y con mayor intensidad si tú tienes claridad sobre
quién eres y lo que necesitas, ya que así sabrás
hasta dónde los demás te pueden ayudar y acompañar
y en qué aspectos es bueno que no dependas de ellos.
Así, después de haber derribado los cimientos
de una vida cuya estructura ya no me satisfacía y haberme
marchado dejando tras de mí desconcierto y dolor, ahora
vuelvo más entera a crearme otra realidad más
fiel a mis aspiraciones. He vuelto buscando crear espacios
de soledad deliberada donde poder estar en silencio y expandir
mis energías. He vuelto buscando crear espacios de
respeto y equilibrio emocional que me permitan trabajar sin
culpas en lo que deseo y buscando crear más fortaleza
para que mis ansias de movimiento y necesidad de nuevas compañías
no se vean coartadas. He vuelto para estar más cerca
de seres que quiero, pero sin permitir que sus demandas ahoguen
las mías y sin dejar que sus miedos y egoísmos
(que no son los míos) limiten mi expresión en
ningún sentido. Esto es lo que quiero para mí.
Porque ahora sé que yo soy el origen y el fin de mi
bienestar. Sé que mi integridad viene de mi misma y
del valor que soy capaz de darme como forjadora de mi propia
realidad. Entonces, o soy completa y fielmente lo que soy
y con ello me autorrealizo, o entrego mis opciones de ser
feliz al criterio o prejuicio de mi prójimo que, salvo
excepciones, conoce menos de mi que yo
Por favor, no
entregues el poder sobre tu bienestar a manos de otros. Sé
valiente y así no tendrás que culpar a nadie
de tus fracasos.
AIRES NUEVOS
Por todo esto que he contado es que me alegra saber que
en distintos lugares de este Cajón de energías
tan densas a veces, están surgiendo nuevos aires de
sanidad. Están llegando a mis oídos historias
de personas de distintas localidades, como San Gabriel o San
José, que se cansaron de esperar que otros vinieran
a darles buen pasar y tomaron ellas mismas las riendas de
su propio beneficio al participar en cursos y maestrías
tendientes al alivio de sus males. Me siento identificada
con esta nueva ola de gente que, como una, está siguiendo
esa llamada interior que los impulsa a encontrar caminos hacia
la sanidad propia y de su entorno. Eso me da esperanzas de
que no estamos solos y que un nuevo sol de crecimiento puede
estar abriéndose paso en el corazón de este
Cajón del Maipo. Porque cada uno puede llegar a ser
su propia luz en el camino.
San José de Maipo, Mayo de 2008.