¡Cuidado, tontita enamorada! Trata de llegar a tu destino
en una pieza. Yo sabía que ya faltaba lo menos, pero
no podía abstraerme de la belleza de los árboles
que comenzaban a florecer, el zumbido de las abejas, el vuelo
de los gorriones en bandadas. Y pedaleaba y pedaleaba.
Me detuve en la estación del trencito del ejército
a la que acababa de llegar para recuperar el aliento y... ¡allí
estaba mi Jorge sentado en una banca, como esperándome,
¡y yo no le había avisado! Cuando me vio su rostro
empalideció, abrió la boca y corrió hacia
mí, que aún no me bajaba de la bicicleta. La tiré
lejos y abrí los brazos: la sorpresa me la había
dado él. No podría precisar el tiempo que estuvimos
enlazados. Me pareció que el corazón iba a saltar
de su sitio para mirar la escena. Ambos corazones.
Fue un día glorioso. Le pregunté cómo
se explicaba que hubiera estado esperando allí sí
yo no le había anunciado la visita. Sonriendo, me dijo:
Esperaba a otra niña que prometió visitarme...
No, no, es una broma. Debió venir mi amigo Enrique, pero
algo debe habérselo impedido. ¡Pero llegaste tú,
lo que prueba que los milagros existen! No alcancé a
tirarle las orejas: otra niña...
La tarde se pasó volando. El sólo tenía
permiso hasta las cinco. Justo media hora después pasaba
de vuelta el querido trencito y habíamos convenido que
yo regresaría en él, llevando la bicicleta como
pasajero. Cuando me despedí, le susurré en el
oído: Cuídate mucho, mi amor, estás muy
pálido. Él miró al cielo y con una sonrisa
pícara, uno de sus rasgos que más me gustaba,
contestó: ¿No sabías tú que los
ángeles son pálidos?
Pareció que Dios lo había escuchado, porque
dos semanas más tarde recibí la más dolorosa
de las noticias. Nunca más volví a montar una
bicicleta. Y el trencito también murió de pena.
Pero las máquinas pueden resucitar... DdO