Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro. Nº 45 - Año VII, Ocubre y Noviembre 2008 |
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Gino
Palma, desde Quebec, ginopa@sympatico.ca
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CON RECUERDOS AMISTOSOS, A LOS QUE TUVIERON LA MALA SUERTE DE
JUGAR AL PESO CONMIGO, SI AÚN ANDAN POR AHÍ
Y LA LOLA NO SE LOS HA LLEVADO: OSCAR RONC, PATRICIO ROJAS,
EDY PALMA, CLAUDIO Y CARMEN VÉLIZ, KIKA Y MARIA EUGENIA
TROTTER, ALICIA PIDERIT, LUCY JUL, ODETTE WEISS, CHRISTA EULER,
VITTORIO Y ALEX CINTOLESI, HUMBA Y JORGE OSORIO, HERMANOS CIBIÉ,
MI CUÑADA MARIGEN, MARTA Y CLARA GARRIDO , HUMBERTO SAIEG
Y TODOS LOS OTROS, CUYOS NOMBRES ME ROBÓ LA LOLA.
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A veces pienso que el entusiasmo para ir
a Lagunillas no era el deporte ni la belleza de la montaña.
La verdad es que lo pasábamos extraordinariamente bien
cuando estábamos en el refugio, en lo que ahora se ha
dado en llamar el aprés ski. El encuentro
con varios amigos más o menos de la misma edad nos permitía
organizar juegos y actividades propias de una permanencia obligada
encerrados. Especialmente durante las tormentas, sentados a
unas mesas largas, podíamos instalarnos, por horas, a
jugar al tren del Almendral... Por el riel de acero / el tren
del Almendral / va corriendo, va corriendo / con su chiqui-chiqui-cheo
/ con su chiqui-chiqui-che. Cada jugador tenía un vaso
que iba trasladando al vecino, al ritmo del canto más
estruendoso posible, al que se sumaba el ruido de los vasos,
que no debe haber tenido muy contentos a los grandes, que sólo
tenían la alternativa de soportarnos. Pancho Carrasco,
que era catalán, insistió en enseñarnos
la versión catalana del cantito, pero tuvo poco éxito.
No logró recordar una sola estrofa. Todo esto, mientras
las
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¿QUIÉN ESPÍA POR LA VENTANA
MIENTRAS LOS NIÑOS JUEGAN?
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manzanas que nos habían dado como
postre, debidamente descorazonadas y rellenas con azúcar
y un clavito de canela, se asaban en la estufa...
Recuerdo que un año, con tormenta especialmente larga,
teníamos curiosidad por saber las temperaturas. El único
termómetro, enorme, estaba en el exterior, en la terraza.
El designado por sorteo a salir recibía la mejor prenda
de abrigo de cada uno y, transformado en esquimal de película,
salía a ver la temperatura que estaba haciendo.
Jugábamos al peso. Claro que los pesos de ese tiempo
eran verdaderos pesos, grandes y pesados. Tenías que
esconderlo en la mano mientras el equipo contrario, al otro
lado de la mesa, encomendaba los ejercicios mas sofisticados
para que se te cayera o revelaras que lo tenías. Naturalmente,
se trataba de fingir que lo tenías cuando no lo tenías,
y viceversa. No había ganadores ni perdedores. Cuando
un equipo lograba engañar al contrario, ocupaba el
papel de detective. Lógicamente, los más grandes,
con más grandes manos, tenían ventaja, pero
igual podíamos pasar horas en la historia.
Pero el rey de los juegos era sin duda el dudo, que se jugaba
con participaciones enormes, cada uno con su cacho de dados.
Se trataba, por turnos, de adivinar el número de cartas
iguales. Cuando el número de jugadores era grande,
la posibilidad de que hubieran 20 cincos era grande. El que
comandaba el juego podía decir dudo, y
entonces había que descubrir todos los cachos y contar
todos los cincos, en medio de bromas y grandes risotadas.
Mi entretención favorita era agarrar a los novatos
y contarles la historia de la Lola, que, estaban seguros,
asomaría su cara por alguna ventana. Más de
alguno, que más tarde fue un distinguido profesional
o político, no se atrevió a voltear la cabeza
para mirar por la ventana.
Otro de los juegos consistía en robarle los zapatos
a las chiquillas, que se descalzaban para estar más
cómodas. El roce de pies inevitable producía
emociones no confesadas. Ya más grandecitos, nos dedicamos
a pololear o bailar. Pero eso son actividades que sólo
se hacen entre dos. No era lo mismo. DdO
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