San José de Maipo también fue escenario de dicho
rito. En San Gabriel, en el año 1962, un niño
de cuatro años murió de una enfermedad que nadie
supo aclarar. Pertenecía a una familia de arrieros
adheridos a las tradiciones. El dolor de su familia y la comunidad
estaba patente. ¿Cómo soportar racionalmente la
muerte de un niño? Pero ya no había caso, se
debía preparar el ritual como correspondía.
Algunos familiares bajaron hasta el pueblo de San José
para comprar los alimentos, bebestibles, flores y papel blanco
para forrar y empapelar lo necesario para pasar las dos noches
que duraría el velorio. Dos tíos fueron a su
majada a buscar cuatro cabritos para tirarlos a la parrilla.
Nada debía faltar. La abuela pilló tres gallinas
de casa para cocinar el caldo reponedor.
El niño fue vestido completamente
de blanco, lo sentaron en una sillita, le juntaron sus frías
manos y entre ellas instalaron siete ramitas de huilles, flores
blancas que entregaban al niño su pureza y el aroma
que cubría su cuerpo y que habían ido a buscar
a las laderas de los cerros. De cartón el padre hizo
unas alitas que forraron con papel blanco. A su alrededor
le pegaron guirnaldas plateadas, que también pusieron
en su cabeza. Se veía bello, su cara era angelical
y, como el ritual lo requiere, lograron mantener su ojitos
abiertos. El niño convertido en angelito busca el camino
y observa a quienes lo visitan. Un tío del niño
era carpintero, así es que midió el cuerpo extinto
y, de madera, hizo un cajoncito donde cupiera el cuerpo inerte.
Pidió papel blanco para forrarlo y con engrudo lo pegó.
Adentro pusieron sus cuatro pilchas y un chal, para que estuviera
más blandito.
Ya estaba todo dispuesto. El angelito en
su altar, rodeado de flores; las sillas para los que lo visitaran
y, afuera del rancho, bajo el parrón, una larga mesa
para servir la comida. En la cocina las mujeres no paraban
de trabajar, haciendo pan, cazuela, ensaladas y pebre bien
aliñado, porque en la noche todos iban a participar.
Ya como a las siete fue llegando la comunidad. Una señora
de largas faldas y pelo recogido rezó el rosario mientras
la gente bajo el parrón tomaba vino hervido y aguardiente,
el gloriao, dicen ellos. Llegan los cantores, comen
una cazuela y entran. Todos sus cantos son a lo divino. Son
cánticos de ángeles, nadie llora, todos ríen,
porque si alguien llora le moja las alitas al niño
y éste no podrá volar para llegar al cielo.
Hacen salud por el alma del angelito, porque hay felicidad,
el niño se ha salvado de padecer la vida, se ha ido
sin pecado, ni siquiera tendrá que pasar al purgatorio,
se va derechito al cielo, donde será el representante
de la comunidad ante Dios.
En el cielo están trillando
granito de trigo de oro
los ángeles con horqueta
dicen quién es mayordomo.
Con arados de crisol
los santos todos araron
después la tierra cruzaron
pa´ plantar papa y frejol.
San Juan es el segador
San Pedro pasa fumando
San Pascual va reclamando
a Dios Padre Celestial
para poder cosechar
Cuecas bajo el parrón, vino hervido
con naranja, aguardiente solita, brindis por el angelito que
pedirá por ellos. Las guitarras siguen cantando, las
mujeres sacan los pañuelos, las cuecas choras aparecen.
Dos días y dos noches dicen que estuvieron. Hasta una
rosca se armó. Pero ya velaron al angelito, él
ya está en el cielo, ahora su cuerpo también
debe descansar. En el cementerio, los panteoneros esperan
el ataúd blanco y la fila de la comunidad, cansados
de tanto gloriao, piden que esto termine y que el angelito
pida por ellos y sus pecados.
En años posteriores hubo otros velorios
de angelitos en nuestra zona, pero hoy en día esta
tradición está fuera de uso. DdO