Vale la pena abrir este proceso lúdico recordando una
frase de Ionesco que afirma que intentar permanecer fiel a nuestra
época está pasando de moda porque nuestro propósito
es adentrarnos ahora, por ejemplo, en la música de otras
épocas, en el tiempo de compositores que ya no existen
pero que crearon un mundo maravilloso y sugestivo. Si a esto
se le puede llamar nostalgia, iniciemos entonces un retorno
para revalorar ese desgarramiento doloroso y placentero, intelectual
o afectivo, pero casi siempre masoquista, que ha estado dominando
la atención del hombre moderno de los últimos
cincuenta años: ese hombre de hoy, vulnerable, colocado
en el vacío como una trompeta profanando el silencio
y la oscuridad de la noche en un lugar desierto, solitario,
invernal.
Imaginemos que de pronto, alguien descubre que tiene cincuenta
años, un poco más o un poco menos, que la vejez
y la muerte están más cerca, que se tiene ya la
certeza de lo inevitable. Es en ese momento entonces, cuando
se tiende a regresar a los orígenes a pensar en el tiempo
desaparecido ya irrecuperable. Cuando a esto se agrega la noción
de un presente inquietante, difícil, lleno de p r e s
a g i o s o s c u r o s , d e acontecimientos adversos, de incertidumbre
y angustia, la actitud una respuesta generacional que trasciende
la emoción egoísta de un simple individuo desencantado
y frustrado para comprometer la conducta de muchos hombres y
mujeres insatisfechos.
Esta es la nostalgia que ha invadido la vida común y
la cultura popular del mundo moderno durante el último
cuarto de siglo, probablemente debido a emociones que vienen
de muy lejos, que arrancan del fondo de muchas guerras absurdas,
del fracaso del sueño americano y de una inquietud existencial
apenas conocida. Esa nostalgia tiene que ver con la soledad,
el temor, los fantasmas, la falta de lucidez de una época
desarmada y patética.
De cierta manera, se trata de una suerte de peregrinaje sin
destino, de una mentira social que recoge del pasado los testimonios
que le permiten seguir viviendo mediante un mecanismo de compensación
muy frágil: las canciones, la música, la imagen
de los ídolos del cine y del deporte, la poesía,
la novela; en general, el arte, el de las masas y el otro, el
exclusivo, el que parece transmitir mensajes cifrados sólo
a los elegidos, quizás basado en la esperanza de una
nueva oportunidad, aquella puerta que pueda cruzar una vez más,
otra vez.
La soledad de la generación del fin de siglo parece
traducir el presentimiento de un gran boquete por el que se
escapa la vida, la felicidad, el recuerdo. No obstante, esa
tendencia medio enfermiza a la nostalgia tiene razón
de ser: la de elevar a los hombres por encima de su materialismo,
más allá de sus desdichas concretas, recordándoles
que sufrir es aprender a conocer, que viajar al pasado puede
ser también una forma sublime de buscar y encontrar.
André Gide, el célebre escritor francés,
escribió una vez lo siguiente: "Busco a veces
en el pasado algunos recuerdos para hacerme con ellos, por fin,
una historia; pero allí me desconozco y mi vida se desborda
en el acto. Me parece estar viviendo un instante nuevo".
No es una actitud corriente de muchos escritores y artistas
suscribir esta afirmación.
Lo usual es encontrarlos practicando el olvido, como un medio
para sustraerse al mundo de la materia, a la sensación
y al instinto, su eterna novedad. O insistiendo en que la vida
puede ser hermosa otra vez si se le busca un nuevo sentido,
una nueva respiración. El elemento significativo en la
formación de la nueva fantasía, el principio vivificador
de la nostalgia ha sido la facultad de profecía desarrollada
a través de una orientación o volcamiento hacia
el pasado, estableciendo al mismo tiempo una estructura particular
de aprovechamiento emocional de las experiencias culturales
colectivas de otros tiempos.
Esta tendencia prosperó en distintas épocas en
el cine y en el teatro musical. No por casualidad este fenómeno
se produjo en medio de guerras y conflictos económicos
de trascendencia mundial. El cine ha simbolizado idealmente
la esplendidez del pasado, justificando perfectamente la nostalgia
un poco amarga que ha invadido al hombre actual. En el cine,
a veces, es necesario un tiempo breve, apenas dos horas cuando
más, para encontrar la fisonomía de una época
antigua hecha canciones, esas mismas canciones que dejaron una
huella profunda en la vida de tantas personas.
En el cine europeo nadie ha sabido sugerir tan bien la nostalgia
de una manera metafísica al mismo tiempo que físicamente
doliente y penetrante como Nino Rota en el cine de Federico
Fellini y Luchino Visconti. Hay maneras de inscribir la nostalgia
en el espíritu del espectador de cine; algunas ejercen
una influencia directa sobre el recuerdo y la memoria; otras
permiten regular la carga afectiva, rodeándose de una
apariencia equívoca y multidimensional. Rota eligió
siempre el camino intermedio, la dirección perfecta para
llegar a la razón y a la emoción con el mismo
trazo musical, los mismos acordes y de un solo golpe. Es posible
que se haya tratado como nunca de la nostalgia en estado puro.
Cuando se va al cine o al teatro a practicar la nostalgia,
algunos prefieren reír, estremecerse, llorar, reflexionar
o maldecir. Se ha dicho que todo esto contribuye a la alienación
de las masas, que es mejor proponerse el distanciamiento de
aquellos fenómenos que ya no tienen incidencia o efecto
social inmediato o concreto. Grave error. A través del
cine o del teatro, la divina emoción que sobrecoge al
encontrarse de nuevo con una experiencia anterior, que ahora
parece nueva, es una circunstancia más importante que
cualquiera reflexión hipócrita sobre aconteceres
de esta época. Hay, por último, una emoción
estética que trasciende la vida personal del protagonista
de la nostalgia para elevarse a una altura considerable en un
mundo que a veces no merece sino la evasión inteligente
y el aprovechamiento del recuerdo para edificar algún
porvenir soportable más sólido y llevadero. Las
cosas que han quedado atrás a veces son más necesarias
de lo que cada uno de nosotros cree.
El fin del siglo llegó y comenzó otra era. Ha
llegado la hora de las confrontaciones y de los recuerdos, el
momento de la encuesta última en que se piensa en el
paraíso perdido, en los amores contrariados y olvidados,
en el fracaso de la vida entera o de la parte más importante
de ella, en aquello que pudimos conquistar y no logramos, en
lo que se perdió y no se recuperará nunca. El
tiempo es irreversible, el destino inexorable, la memoria es
implacable y el recuerdo duele, como le dolía a Rick
en "Casablanca" o como le dolía a los personajes
de O´Neill en "Largo Viaje de un Día hacia
la Noche". Cabe también recordar finalmente aquella
vieja canción de Charles Trenet que dice: ¿Qué
queda ya de nuestros amores, de nuestra juventud, de nuestra
vida pasada?...