PREAMBULO |
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Preámbulo al 18 de
Septiembre: Texto extraído de la novela «GRAN SEÑOR Y RAJADIABLOS" |
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No hay que confundirla con vecinas zamacuecas
o «zambas cluecas», ha dicho en suma. Hemos conseguido
nosotros una genuina nuestra, ya libre de sus orígenes
remotos. Ni jotas y zapateos españoles, ni africanerías
tórridas del virreinato peruano se deben reconocer en
ella. En Lima, los negros crearon algo jocundo, jaranero, erótico
y ardiente, con mucha cadera zafada y mucha nalga humedecida
por el sudor tropical. Allá el bailarín ejecuta
la rueda del gallo en torno a su gallina. Hasta las voces cloquean
en la música. La cueca chilena, no, la vino componiendo
el huaso por estilizado reflejo de su propia realidad campesina.
Se ha de bailar, pues, interpretando lo que realiza el jinete
nuestro cuando asedia y coge a la potranca elegida dentro de
la medialuna. Representa la gloria de sus dos pasiones: china
y caballo. Virilidad de domador y de galán hay en su
continente y en sus intenciones. Los primeros pasos
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Jamila y Pablo, 2007.
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remedan el cambio de terrenos: él ha «echado
el ojo» a su presa y ella se le pone alerta y lo enfrenta
desde suelo inverso. El brazo viril bornea el pañuelo
como si borneara el lazo. Van y vienen, ella y él,
primero en semicírculos opuestos; se diría que
desde las dos mitades de aquel redondo corral, salón
de sus mejores fiestas, cerca el uno, la otra repite la curva
en fuga o defensa. El ataca siempre y ella, encarándose,
esquiva. Los movimientos del cuerpo masculino traducen los
del jinete: la mano bornea lenta y a compás, los pies
avanzan o retroceden, cambian el paso, se agitan como los
remos del caballo, las espuelas cantan; pero entre brazo y
pierna el tronco se mantiene inmóvil y elegante, con
el equilibrio del equitador sobre su montura en la escuela
criolla. Poco a poco, el amor ecuestre y el amor humano se
confunden, trasfiguran a los bailarines. El acecho se vuelve
madrigal; la lucha, coloquio; el pañuelo quiere atar
los pies de la elegida. Ya se comprenden, ya se aman. Si ella
todavía rehuye, lo hace para seducir mejor. Si él
acomete, brinda con la boca el beso. Al fin zapatean porque
la conquista se ha consumado. Dominio, entrega, delirio. Una
mujer, una ideal potranca, dos seres unidos, identificados
en la pasión campesina.
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Eduardo Barrios,
Premio Nacional de Literatura 1946. |
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