Como que me siento solo en esta parada, igual como le pasó
a John Cheevers, que mucho adoraba a su mujer y tres hijas
pero al que de repente se le daba vuelta la chaqueta y se
transformaba en una candorosa loca homosexual. Con esa diferencia,
pues yo soy absolutamente heterosexual (algo así como
una especie en extinción). Aquello es obvio si el enojo
es conmigo mismo. Esta claro que nada se gana con enojarse
con la otra persona, puesto que el 99% de las veces la culpa
es propia, por angas o por mangas..., aunque sí yo
suelo enojarme con los otros. Y mucho.
La parejita de enamorados tortolitos se toma
de la mano patéticamente mientras sorben sus groseras
cervezas baratas y comienzan a oler a perros calientes. Comienzo
a indignarme, hoy no ha sido un buen día para mí
y no estoy de ánimo para presenciar escenitas grotescas.
Me hastía el no poder controlar mis impulsos, mis emociones,
siempre todo tan apasionado. Casi fanático fundamentalista
y no un socialista comunistoide en retiro, que es lo que actualmente
soy. Llamo a la escuálida con un gesto displicente,
un manoteo al aire como «ven polilla chamuscada».
Ese «¿diga?» tan requetecontra falso me emputece,
pero en fin..., «tráigame otro shop y la cuenta
por favor, oiga, ¿se puede fumar aquí?, ¿no?,
¿qué ley?, ¿y qué tiene que ver ese
viejo conchas de su madre en mi puta vida?»
El par de mocosos enamorados ya me están
hinchando las pelotas con sus añuñucos. Ahora
tragan un hot dog cruzado en la jeta y con las patas enredadas
debajo de la mesa. La mesera es demasiado lenta, me exaspera
y me dan ganas de gritarle, pero me contengo. Al fin llega
el famoso shop, pago de inmediato y le doy a la miseria de
mujer una moneda de $ 100 para que se vaya de mi lado pronunciando
unas hipócritas palabras de «muchas gracias».
Me bajan ganas de estrangularla ahí mismo, pero mucho
me temo que el espectáculo sería horrendo para
los espectadores, incluso para mí mismo... si se mease
o se cagase mientras la mato, no sé. Cambio de pensamientos.
La parejita parece divertirse, miran al resto
de los clientes e intercambian comentarios jocosos. No los
oigo, pero lo deduzco. La muchacha me mira con descaro, algo
en mí le causa risa, se lo comunica al pelafustán
que la acompaña. Él me mira y luego cruza miradas
con su compañera y ríen juntos en tono cómplice.
La muchachita, un hembrita trigueña muy ceñidita,
seguro que ardiente, continúa con su risita la muy
puta. Le devuelvo la mirada. Esta vez el muchacho, un grandotote
con pinta de rugbista me mira desafiante, al menos eso me
parece a mí. Luego de sostener por unos segundos mi
mirada, el idiota explosiona en exageradas carcajadas. Su
enamoradita le sigue las de abajo y también se carcajea.
Esto no estoy dispuesto a tolerarlo. ¿Será
mi cara añeja lo que les causa tanta gracia, o mi forma
de vestir, mis zapatos, mi abrigo? ¿Quieren reírse?,
¡ríanse mierda!- los increpo. ¡Ríanse
ahora pedazos de escoria y caca burguesa, drogos de la coca-cola!
¿Les gusta mi abrigo? Me pongo de pie y de la cartuchera
oculta bajo el forro de mi shelter inglés color café,
con pelo de camello, extraigo mi magnífica Ingram M-10,
mi regalona. (Sus dimensiones son de 10,5", con un silenciador
muy eficiente. Esta arma es una de las favoritas de los terroristas.
Culata retraída y cargador removible, cabe fácilmente
dentro del bolsillo de un abrigo, es poco más grande
que una arma 45 automática. Está diseñada
para disparar en forma silenciosa cuando se pone en automático.)
No me importa la cagada que quede. Tiro del gatillo. Ratatafin.
DdO