ingenuos,
pero sabrosos besitos. Después de los 12 años
ya mis amistades cambiaron y me identifiqué mucho con
mis compañeros de colegio, amigos que recuerdan hasta
el día de hoy mi hiperquinesia e indisciplina. Romper
los esquemas era algo, o lo es todavía, natural en mí.
Tenía la suerte de entender muy rápido la exposición
de las materias dictadas por el profesor, lo que me permitía
una rápida habilidad para el desorden dentro y fuera
de clases. Famoso era para organizar jocosos squetch, paseos,
malones y/o las típicas tallas oportunas o no en pleno
desarrollo de clases. Uno de esos amigos, Carlitos, siempre
recuerda mis colaciones de entonces, a veces una palta. Como
nos sentábamos en primera fila, mi mejor entretención
era apretar la parte posterior de ella, y su disparo era tan
potente que, al pegar en el pizarrón, el salto y susto
del profesor eran inminente y las carcajadas también.
Otra barbaridad
desafiante a los inspectores del colegio, por cierto muy individual,
era hacer pipi desde la terraza hacia abajo, para que éste
chispeara con el viento. Los baños quedaban a trasmano
y no alcanzaba a llegar. Otra traviesa diversión era
irnos y venirnos caminando a la Escuela República de
Brasil, ubicada frente al Parque O´Higgins. Bonito paisaje,
pero más entretenido significaba tocar los timbres
de las casas ubicadas en el sector y posteriormente salir
arrancando. Esa adrenalina vivida nos permitía grandes
logros en el colegio: gran puntualidad y asistencia; en cuanto
al hogar: hijos ejemplares, siempre llegábamos a la
hora exacta a almorzar. En sexto básico, mi siempre
paciente padre (aunque a veces no tanto) optó por cambiarme
a un prestigioso colegio experimental, muy estricto, frente
a la Quinta Normal: Salvador Sanfuentes. No sirvió
mucho con respecto a la disciplina, seguí peor, pero
los mejores alumnos egresados de básica pasaban sin
examen de admisión a los cuatro mejores colegios secundarios
y experimentales de la época, años 64, 65, con
métodos revolucionarios en educación, gran importancia
en lo social, deportes, laboratorios y esencialmente autodisciplina,
entre esos el mío: Liceo Darío Salas. Grandes
compañeros y compañeras, excelentes amigos y
amigas que aún conservo, entre ellos el Huaso Astorga
y familia, con él desde los 13 años. Conocí
su casa de La Rinconada y posteriormente el hermoso Cajón
del Maipo, especialmente San Alfonso, cuántas aventuras
desde pequeños, largas y entretenidas jornadas de camping,
paseos a la Cascada de las Animas, chapuzones en el tranque,
paseos a caballo y carretes varios, hasta el día de
hoy soy un asiduo visitante, especialmente al bar de la familia,
con la Yuyín, la Carmen Gloria y amigas, y a los más
hermosos rincones cordilleranos del sector.
Conocida
es el alma dariana: solidaridad, cariño y respeto por
nuestros semejantes, profesores(as) consejeros y amigos incluso
en el presente. Mis mejores fiestas y pololeos en ese tiempo,
15, 17 años, con orquestas formadas por los propios
alumnos, grandes talleres de teatro, otras expresiones culturales
como artesanía, música, folklore. Mucha presencia
social a través de nuestra joven militancia en poblaciones
de mucho abandono: La Bandera, La Victoria, La Legua y muchas
otras, sin olvidarme de actos solidarios por Vietnam, Camboya,
Nicaragua, etc. Bonita forma en que el idealismo por justicia
nos motivaba, a los jóvenes organizados de entonces.
Hermosos pasos como adolescente en mi colegio, algunos de
ellos ya marcaban el éxito futuro: la Schlomit Baytelman,
el Chino Cazzely, Fernando Ubiergo, Felo, Ricardo Astorga,
por nombrar algunos. Una unidad que se transporta hasta nuestros
días. Con ese cariño nos juntamos todos los
fines de agosto para conmemorar el aniversario de nuestro
querido liceo.
Es difícil
resumir en estas breves líneas mi hermoso paso por
la vida, tantas anécdotas y logros importantes darían
para un libro. Nada tiñe ese recorrido, ni siquiera
el fatídico golpe de estado, que costó la pena
tremenda de muchos padres y hermanos, entre ellos los míos,
mi detención de meses a los 19 años fue un duro
golpe emocional y espiritual. Durante 3 años consecutivos
fui un alto dirigente regional y nacional de la Universidad
Técnica del Estado, como también de una importante
juventud de izquierda cuya provincia, Colchagua, por esos
tiempos altamente reaccionaria y latifundista, no soportaba
la presencia y función educativa social y de desarrollo
de tan prestigiada universidad, ni menos de una juventud progresista.
Nunca antes, por años, ninguna organización
ni establecimiento educacional había marcado tanta
presencia de ese tipo en la zona. Esa fue la inmensa victoria
nuestra, que no supieron soportar ni perdonar. Con la dictadura
instaurada vino el desquite, tratando de mutilarnos física
y mentalmente. Es aquí donde surge lo paradojal de
mi inquietante personalidad, la del tipo revoltoso e inquieto
con arrebatos de indisciplina y el otro extremo, la del joven
dirigente más maduro y consecuente, que creía
en ideales como el de la importancia en la justicia social
y en la equitativa distribución del ingreso.
Hoy comparto
otra vida tan feliz como aquella con mi especial y hermoso
hijo, la fortuna de contar todavía con mi madre amiga,
mis siempre presentes hermanas, mi polola que encontré
después de 38 años en una fiesta del colegio.
El destino como ven, alma dariana, y tanto o más importante
a la encontrados por la inmensa pena de no tenerlos cerca,
la de mi bella nieta, hija y yerno, que viven en EE.UU., pero
que por lo menos nos fundimos en inmenso amor físico
una vez al año. Esta felicidad es más grande
aún gracias a una beca del estado y la Uniacc, que
a mis 55 años vuelvo a estudiar en la universidad,
porque nunca es tarde para enriquecer nuestros conocimientos
y conocer gente con vivencias tan similares.
Con cariño,
a mi familia y amigos,
JOSÉ
MIGUEL LEIVA C. (CHINO.)