:: GASTÓN SOUBLETTE A.
   Manifiesto 2 - Babel.

Por Gastón Soublette Asmussen.

No nos entendemos; hablamos diferentes idiomas, tenemos diferentes ideas, diferentes proyectos, diferentes sentimientos, diferentes costumbres, diferente color de piel, diferente todo. Estamos alejados, distanciados, aunque nos veamos día por medio. Tenemos una relación superficial y una muy pobre idea los unos de los otros. Nos utilizamos, nos explotamos, nos manipulamos. Surgen nuevas formas de esclavitud entre nosotros, tráfico de personas, de niños, de órganos, nuevas armas y formas de exterminio. Los hebreos crearon un mito para enseñar a su pueblo cómo enfrentar esta amarga verdad. La llamaron «Torre de Babel». Todos los proyectos humanos
TORRE DE BABEL, BRUEGHEL
resumidos en un solo proyecto, una ciudad enorme en cuyo centro debía levantarse una torre de tales dimensiones que pudiera alcanzar la altura del cielo. El relato bíblico dice que Dios los castigó confundiendo sus lenguas. Se trataba en esos tiempos de estigmatizar a la Babilonia del imperio asirio, con su Zigurat escalonado, aunque el mito hace abstracción de toda referencia histórica precisa, justamente porque es un arquetipo recurrente de la historia universal.

Exposición industrial y artística de 1900 en Paris, con su torre Eiffel y su rueda giratoria con veinticuatro vagones para veinte personas cada uno, cuyo diámetro medía ciento diez metros. La industria humana desafiando al cielo y la rueda del tiempo anunciando el plazo promisorio que el progreso mismo se fijaba para llegar a los dominios inaccesibles del Altísimo. Y, como hace cuatro mil años, el resultado de tantos esfuerzos mancomunados para solucionar el problema de la vida (o la vida como problema) es que cien años después de este evento nos entendemos menos que antes. Cien años al cabo de los cuales, entonces, emprendimos la conquista del espacio, pues fue de toda evidencia al fin que con las torres más altas y consistentes que edificaron después los hombres no consiguieron alcanzar a golpear la puerta del cielo, hasta que un once de septiembre cayó sobre ellas no sólo la confusión de lenguas, sino el fuego.

«Puerta del cielo» se llamaba el nivel más alto del Zigurat de Babilonia, aunque los sacerdotes que en esas alturas oficiaban los rituales a sus dioses sabían al menos que, agregando más ladrillos, no llegarían al ámbito de la luz eterna. Los norteamericanos y los europeos, en cambio, no se resignaron con esas limitaciones, e inventaron la tecnología astronáutica para ir más allá. El primero que salió del planeta, el soviético Gagarín, vio desde su nave espacial la noche eterna del firmamento estrellado, y por orden de su partido se vio obligado a decir a los medios que, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió divisar a Dios por ningún lado…

Fue una experiencia terrorífica.

Aunque más terrorífica fue la experiencia de la guerra fría y la posibilidad de un Apocalipsis nuclear, porque mientras más altas se levantaban nuestras torres y más alejados de la Tierra se aventuraban nuestros astronautas, los hombres seguían dando muestras de que la confusión de sus lenguas era cada vez mayor, a pesar de la traducción simultánea de sus intervenciones en las asambleas internacionales.

Todos los astronautas han pagado su experiencia con la alienación de su mente. Dios no está en ninguna parte, simplemente porque El no ocupa un lugar. Simplemente es… Moisés habló con el Ser y creyó ingenuamente que éste podía darle a conocer su nombre. Pero el Ser le respondió simplemente que sólo podía referirse a El llamándolo así: El que es (IAHVE). Este es otro relato ejemplar para enseñar al pueblo que el Ser es vacío, ese vacío ilimitado que sustenta a los «seres», y que, en consecuencia, para vivir en buenas relaciones con quien sustenta tú persona y tu vida, no puedes comportarte de cualquier modo. Los átomos de tu cuerpo han salido de ese vacío creador, y la forma de tu ser no la has diseñado tú… Así entendió el pueblo que lo peor que puede pasarle a un hombre es perder su relación con esa base de sustentación. Eso puede ocurrir cuando se apaga la luz interior que te mantiene despierto y consciente de esa presencia absoluta que todo lo traspasa. Los profetas y maestros espirituales son seres que nacieron asentados en el Ser para ayudarnos a no desvincularnos de Él.

Vista de ese modo, la historia deja en evidencia que en la especie homo sapiens se pueden distinguir dos categorías. La de los que espontáneamente saben sin razonamientos previos que el universo tiene un sentido preexistente al hombre y buscan conocerlo para ajustarse a él, y los que ignoran el sentido que los trasciende y no conciben más sentido que el que ellos quieran darle a las cosas y a su propia vida. El juicio final consiste precisamente en la separación de los unos y los otros. A los primeros la Biblia los llama «la descendencia de la mujer» y a los segundo los llama «la descendencia de la serpiente», aquélla que se acopló con Eva para dar nacimiento a Caín, el herrero, el fraticida y constructor de ciudades. Los primeros constituyen la porción minoritaria y propiamente humana que va quedando de nuestra especie. Los segundos constituyen la porción mayoritaria que se va quedando detenida en las formas menos logradas de la evolución. En principio son humanos, pero en los hechos han estimado ellos que para alcanzar sus objetivos deben irse despojando gradualmente de las características que permiten distinguir a los de nuestra especie. De lo primero que prescinden es del amor y del respeto, pues con amor y respeto no se puede construir la sociedad industrial. Enseguida prescinden de la sabiduría ancestral que formula el sentido y la sustituyen por un sistema de ideas apto para manipularlo todo. Después prescinden de la prudencia y caen en la desmesura. En la TV por cable nos informan de todas las locuras de que son capaces con sus megaconstrucciones. Al fin sólo queda una fachada ideológica constituida por unos entes de razón que ellos llaman «valores». Como se trata sólo de conceptos, estos quedan ahí como íconos inoperantes que pueden ser fácilmente transgredidos sin consecuencias inmediatas al menos, pero que constantemente son invocados por puro protocolo.

Por todo lo anterior, el sector esclarecido que aún le queda a la humanidad debe saber unir ahora su desarrollo espiritual personal con el sentido de comunidad.

Lo uno nos viene del extremo Oriente y lo otro nos viene de la Biblia. Porque lo que ahora se nos viene encima tendremos que enfrentarlo juntos. Es como la noche aquella de la Pascua, cuando el pueblo cautivo por la esclavitud egipcia fue liberado y salió hacia el horizonte ilimitado de los llamados «Hijos de la luz». Ese horizonte era un desierto, el mismo que ahora se nos presenta erizado de rascacielos donde, a pesar de la contaminación, somos aún conscientes de estar unidos a la fuente de vida. Sólo nos resta adquirir el convencimiento de que por eso nada malo podrá ocurrirnos.

Noviembre de 2007.

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