para
un beso. Aunque se acerque Navidad, cada uno se gana la plata
que necesita como puede, piensa Carmela..
Bien lo
sabe el Pelao, a pleno sol metido en ese traje de Viejo Pascuero
y con peluca postiza haciéndoles fiesta a l@s niñit@s
de papá en el Mall. Me voy a diluir en sudor, piensa,
mientras acaricia la melena de un chico muy entusiasmado de
estar al lado de ese famoso personaje y que pide una bicicleta,
un auto, un camión, un avión, un helicóptero
y un dinosaurio. El Pelao piensa en su casa de la población
y se imagina a su mujer preparando un ponchecito para la noche,
bien helado, hace calor. Al Pelao no le gusta su pega, pero
es lo que hay. Lo importante es que a pesar de todo, a pesar
de lo perra que a veces es la vida, nadie está deprimido
ni nadie se muere de hambre.
El Panchito,
de 10 años, quiere una pelota de fútbol. En
la pobla hay cancha y todos saben que juega bien, por eso
mucha gente ha puesto algunos pesos para comprársela.
Porque el Panchito tiene cáncer, por eso la gente pone
plata aunque no tenga, porque le tienen pena. El niño
sabe que está enfermo, pero dice que igual las piernas
le siguen funcionando, nació y morirá bueno
pa la pelota y quiere seguir yendo a la escuela de todas
maneras. En estos días él está especialmente
entusiasmado, pues le gusta esto de la Navidad, no sólo
por los regalos, porque sabe que tendrá nada más
la pelota de parte de los vecinos que lo quieren, sino porque
a veces se siente emocionado y no sabe por qué.
El espíritu
navideño se va extendiendo por el aire y contagia.
Aunque cada cual siga haciendo lo suyo, el espíritu
navideño -de amor, de paz- penetra en los corazones
no demasiado duros. No deja de ser un día complicado
para muchos, pero el Pelao y la Carmela no están solos.
Por la tarde del 24 se encuentran en la escuela de los niños,
donde las tías están celebrando. La Catita,
una chicoca de 8 años, camina por entre las plantas
medio secas de la escuela y de pronto corre excitada a donde
su mamá y le dice ¡sí, sí, creo
que lo oí detrás de los árboles y se
reía ¡hooo, hooo, hooo!, seguro que ya vino el
Viejito, dejó los regalos!... Los otros niños,
entre ellos Panchito, gritan en coro ¡el Viejiiiito!
¡el Viejiiiito! (aunque algunos saben que es puro cuento),
y salen corriendo por el patio y encuentran cartuchos de dulces,
unas muñequitas, unos autitos, paquetitos así
debajo de un arbusto con algunos adornos navideños.
Un papá despistado abre una caja de vino y las mamás
cortan el pan de Pascua del súper, a $ 899. Pero una
tía le dice no, aquí no se toma vino, entonces
aparece la coca-cola y todos cantan Noche de Paz a capela.
La Carmela
y el Pelao están tomados de la mano, ella con su Panchito
apoyado en el regazo, él con su Catita sentada en sus
piernas acunando a su muñequita nueva. Panchito no
suelta su pelota de fútbol. Y la vida sigue.