:: COMENTARIO.
    Embarazo de la adolescente en Chile.

Por: Dr. Alejandro Patricio Carmona Bello, Obstetra-Ginecólogo,
poliana.patricio@gmail.com.

La adolescencia es una etapa intermedia entre la infancia y la adultez. Un puente muy inseguro sobre el que se estructura la identidad personal y donde se vive un complejo proceso de cambios biológicos, psicológicos y sociales, radicales y muy intensos… una verdadera metamorfosis. Así como el adolescente comienza a tener conciencia de sí mismo, también inicia con vaivenes su autonomía como persona y su representación mental del cuerpo, que ante su sorpresa sufre transformaciones muy asombrosas y severas.

En la mujer, con la aparición de la primera menstruación (menarquia) se da inicio a la adolescencia, etapa que dura hasta los 19 años. La menarquia se ha adelantado entre 2 a 3 meses por década, ya que antiguamente se producía cerca de los 12 a 13 años y, hoy en día, por diversas causas, puede comenzar desde los 9. Dentro de los dos primeros años de iniciada la menarquia los ciclos pueden ser ovulatorios en cerca de un 50%. Así, las adolescentes son fértiles a una edad menor, es decir, con actividad sexual una niña menor puede embarazarse si la relación sexual coincidió con una ovulación.

En nuestro país, distintos estudios indican que el 40% de los adolescentes escolares ha tenido relaciones sexuales (47% los hombres y 32% las mujeres), donde un 17% de los casos ocurre en niveles socioeconómicos altos, un 49% en los estratos medios y un 63% en los sectores de más escasos recursos. Quizás el concepto tradicional de familia nuclear de antaño se basaba en ideas y experiencias de vida que ya no gravitan o están cambiando radicalmente. Hoy, lo primero que llama la atención al observar una sala de partos es que la mayoría está ocupada por muchachas jóvenes, que están allí por su primer o segundo parto. Hace un par de décadas esa misma sala era ocupada por madres en su tercer, quinto o sexto parto. Las tasas de natalidad y de fecundidad han disminuido en forma drástica, ejemplo de ello es que actualmente en nuestro país el 14% de los partos -es decir, 40.000 anuales- son de adolescentes, siendo menos del 20% de ellos proveniente de parejas estables.

En cuanto a cómo se estructuran algunas familias, veamos este modelo real: Generalmente en aquellas familias de estrato socioeconómicos bajo y medio-bajo, la madre embarazada puede estar esperando a un segundo hijo, que puede ser del mismo o distinto padre que el de su hermano. Tiene un hijo en edad parvularia o escolar básica, una hija adolescente de 14 a 16 años que está embarazada de otro adolescente de su barrio o misma escuela, pero que no convive con ellos. El padre -teóricamente jefe de hogar- está ausente: aparece esporádicamente porque trabaja en otro lado, no trabaja o sencillamente desapareció. ¿Quién sostiene económicamente a esta familia? Generalmente es la madre, que “trabaja afuera”. ¿Quién cuida la casa, cocina, lava la ropa
y se ocupa del colegio de el o los niños? Aquí aparece en gloria y majestad la figura de la abuela, que comúnmente es la materna. Ella y sólo ella se constituye en el eje de esa organización familiar, algunas veces aportando una escuálida pensión o montepío, o lo que fuere. La adolescente embarazada generalmente abandona sus estudios antes o después del parto, por lo tanto su escolaridad es baja; y para ayudar económicamente al grupo familiar trabaja en labores menores y de servicio. Mientras que el padre de su hijo es otro adolescente, de otra familia des-estructurada. El aporte es mínimo, si es que existe. Así las cosas, llegamos a establecer aquello que los sociólogos denominan “El Círculo de la Pobreza”, del cual cuesta mucho salir. Este modelo de familia no es rígido, tiene sus matices; pero es de un dramatismo y realidad sobrecogedor.

Si una madre abandonada tiene un cónyuge o una pareja proveedora, muchas veces hará lo indecible para mantenerlo en su hogar; y en algunas ocasiones a riesgo de incesto, que la madre -por seguridad o sobrevivenciadebe soportar, callar y no denunciar. En otras situaciones existe, además, violencia intrafamiliar, alcoholismo y/ o drogadicción.

Las adolescentes embarazadas tienen un riesgo mucho más alto de sufrir complicaciones médicas como hipertensión arterial, anemia, preeclampsia, parto prematuro. El riesgo de muerte para madres de 15 años o menos es un 60% mayor que el de las madres de 20 años. El desarrollo corporal, específicamente de su pelvis, no las dispone adecuadamente para parto normal, por lo que se requiere practicarles cesárea. La lactancia a su bebé puede ser adecuada; pero está fuertemente ligada a su estado emocional y al tipo de apego que presente. Los bebés de madres adolescentes tienen entre 2 a 6 veces más probabilidades de tener bajo peso de nacimiento que los hijos de madres de 20 años o más, ya sea por prematurez o por el retraso del crecimiento dentro del útero. Conductas negativas como fumar, consumir alcohol o drogas, una alimentación inadecuada, parejas sexuales múltiples en las madres adolescentes, pueden traer aparejado el riesgo de crecimiento insatisfactorio del bebé, infecciones o dependencia química. El riesgo de muerte del lactante durante su primer año de vida aumenta en relación con la edad de la madre cuanto menor de 20 años sea ésta. No existe consciencia de la responsabilidad en la mantención, crianza y acogida, y las consecuencias emocionales pueden ser múltiples: caer en depresión, no querer al bebé o quererlo de manera idealizada o confusa, sentimientos de culpa y ansiedad por temor al futuro.

Como médicos obstetras, nuestra especial preocupación es el Embarazo de la Adolescente. Pero como este asunto no sólo tiene implicancias médicas, es urgente que la sociedad y las autoridades asuman y enfrenten esta realidad. Los programas ministeriales de atención a la embarazada adolescente son bastante eficaces, y los buenos resultados logrados se han alcanzado gracias al mérito y esfuerzo de todo el Equipo de Salud Materno-Infantil y Perinatal. Pero indudablemente, detrás de este dramático problema está la pobreza y la ignorancia; dos factores que gravitan demasiado y que están fuera del alcance de la medicina. Para nosotros es muy importante evitar el embarazo adolescente o al menos intentar retrasarlo lo más posible utilizando diversos programas orientados a ello; pero para manejar adecuadamente el tema es fundamental, además, el aporte que necesariamente deben hacer los padres, los maestros, las iglesias y un largo etcétera solidario. Los pilares básicos para afrontar este asunto siempre es y será: la educación y la abstinencia; y si hay pareja, que sea estable.

Cabe preguntarse: ¿Cómo enfrentamos el problema aquí y ahora? ¿Qué hacen los “lolos” hacinados en “un carrete” de fin de semana, con alcohol y drogas en un pub, en la playa o en el campo? ¿Qué hace una niña sola en casa con su padrastro o el conviviente de la mamá mientras ésta trabaja? ¿Qué se hace con una adolescente violada o con la que tuvo una relación sexual no protegida en su día fértil, bajo cualquier tipo de coerción? ¿Qué grado de instrucción tienen los adolescentes en relación con las enfermedades de transmisión sexual (gonorrea, sífilis, tricomoniasis, sida e infección por virus papiloma, esta última vinculada al cáncer uterino)? ¿Conocen los riesgos? ¿Saben cómo tomar precauciones? ¿Por qué algunas adolescentes, para solucionar los problemas de convivencia familiar deben irse de la casa estando embarazadas?

El aborto en Chile está legalmente prohibido; pero somos el segundo país latinoamericano con la tasa más alta de aborto inducido (sólo registradas) y que corresponde a más de 250.000 al año. De acuerdo con un estudio del Centro de Biología Reproductiva de la Universidad Católica, CEBRE, los jóvenes conocen distintos métodos anticonceptivos, pero no los usan. El 88,6% de los escolares y el 96% de los universitarios que han tenido una relación sexual dicen conocerlos; sin embargo sólo el 53% de éstos, y tan sólo el 23,4% de los escolares, afirman utilizar algún método para prevenir el embarazo.

Paralelamente al problema del embarazo adolescente están las tendencias actuales, como las adoptadas por mujeres de buena situación económica, quienes retrasan su embarazo, no quieren embarazarse o, si lo desean, sólo quieren uno o dos hijos. Existe, además, una gran demanda por la esterilización quirúrgica definitiva, ya que la ley faculta a la mujer bastando sólo su solicitud. Nuestra población está envejeciendo al estilo de las sociedades desarrolladas, y en un tiempo más veremos los resultados de estos cambios. Nuestra sociedad estará acentuadamente estratificada, ya que el gran aporte a la natalidad de hoy está dado por las adolescentes con las características ya expuestas. Todos estos antecedentes “de nuestra vida real” deben servir para reflexionar y fundamentalmente para que se tomen medidas racionales orientadas a enfrentar tan dramático problema.

 

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