Por
Gino Palma, desde Quebec.
Volver
después de cuarenta años a encontrarme con
mis fantasmas de siempre, a cotejar recuerdos con realidades.
La estación de San José, que salvo el deterioro
es la mismita, no estaba donde yo la recordaba. Tal vez
otra estación, en algún lugar del mundo,
fijó su emplazamiento en mis recuerdos.
Me
dolió no encontrar el Restaurant Colo Colo, y
a su lado, permanecía la casa de mi abuelo, pero
demolida por dentro. Pero tal vez el choque emocional
más fuerte fue el encuentro con los cimientos
del Refugio del Ojo, unos 400 metros más arriba
de la posada de Andrassy. Con mucha dedicación
y la colaboración de Salvador Gárate -que
trasladó los materiales repitiendo a cada instancia
de dificultad -es que La Lola no quiere que haga el
refugio- mi padre había comprado una estructura
prefabricada a los militares del tren, en la estación
de San Alfonso, y pensaba instalarla sobre esos cimientos.
Desde el comienzo los andinos bautizaron al proyecto
El Refugio del Ojo, aludiendo a esa poesía
de dudoso gusto que el padre recitaba en cada instancia
propicia, ya fuera campamento gigante, celebración
de fiestas patrias o simple tomatera de amigos. Pienso
que todos terminaron por aprenderse la famosa poesía
de memoria, pero la seguían pidiendo, y él,
gustoso, seguía repitiéndola.
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Gino
y su papá, en la época del rodado.
Gino dice: Mi sorpresa fue que esa copa está
aún en el Refugio Andino. Una oportunidad
en que saqué algunos puntos en esa carrera.
Naturalmente, el papá, emocionado, recitó
«El Ojo».
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El
golpe supremo nos lo dio La Lola cuando, al ir a buscar la
casucha, resultó que habían cambiado al comandante
del ferrocarrilero, y éste se negó a reconocer
la compra. En eso estábamos cuando, mientras pernoctábamos
en el Refugio del Andino, un rodado desprendido de la cornisa
de Punta Sattler, descendió por la quebrada arrollando
por su paso el villorrio de montaña que empezaba a
bosquejarse, destruyendo por lo menos tres flamantes refugios
y pasando directamente sobre lo que iba a ser el Refugio
del Ojo. Si no hubiese sido por La Lola habríamos
estado en él en vez del Refugio del Andino, donde
no nos dimos ni cuenta hasta el día siguiente de la
hecatombe. De hacerle caso a Salvador, La Lola nos salvó la
vida.
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