:: PALABREANDO.
   Gaznápiro malacatoso.
Por Vania Ríos Molina.

Hace algunos meses me enteré de la existencia de una campaña que buscaba rescatar palabras en peligro de extinción. La iniciativa -impulsada en el marco de la celebración del Día Internacional del Libro- nació de la colaboración entre dos escuelas de escritura: la Escuela de Escritores de Madrid y la Escola d’Escriptura del Ateneo Barcelonés, que entre el 30 de marzo y el 21 de abril de este año instaron a los hablantes de español a apadrinar palabras caídas en desuso, condenadas a desaparecer debido a la pobreza léxica de gran parte de la población, o que hayan cedido lugar a extranjerismos, eufemismos, etc. Considerando el escaso tiempo que duró la empresa, el resultado fue exitoso: 21.632 personas de 69 países apadrinaron más de diez mil palabras (7.120 en español y 3.896 en catalán) y dieron vida al sitio virtual Reserva de Palabras, una especie de conservatorio de voces olvidadas. Importantes figuras del mundo de la literatura, el cine, la música, la enseñanza, la política y el periodismo colaboraron adoptando algún vocablo y difundiendo la iniciativa.

La enorme lista de palabras recuperadas por estos paladines de la lengua incluye las siguientes expresiones -que seleccioné aplicando un criterio eufónico (poseen sonido agradable)-: gaznápiro (torpe, que se queda embobado con cualquier cosa), bochinche (tumulto, barullo, alboroto), damajuana (recipiente de vidrio o barro cocido, de cuello corto que sirve para guardar líquidos), cachivache (cosa rota o arrinconada por inútil), embeleco (embuste, engaño), compota (dulce de fruta cocida con agua y azúcar), trifulca (desorden y camorra entre varias personas), zangoloteo (movimiento continuo y un poco violento), vivaracho (muy vivo de genio; travieso y alegre).

Nuestro país, obviamente no estuvo ajeno a esta maratón lingüística y de la mano de los senadores Nelson Ávila y Juan Antonio Coloma, se lanzó la campaña “Adopte una palabra” con el ya mencionado fin. Ambos parlamentarios inauguraron públicamente la cruzada invitando a la presidenta Michelle Bachelet y a los líderes de opinión a adoptar una palabra, comprometiéndose a repetirla al menos tres veces al año y a integrarla en sus comunicados y discursos para que no se pierdan con el paso del tiempo. De inmediato, nuestra Jefa de Estado incorporó a su léxico el vocablo ñeque, que significa fuerza, energía, vigor… atributos que ella misma está necesitando por estos días.

Haciendo memoria, existen varias palabras que yo solía pronunciar en mi niñez o que muchas veces oí decir a mis padres y abuelos. Cómo olvidar el par de soquetes blancos con vuelitos –léase calcetines cortos con blondas- que con ocasión de alguna solemne celebración, debí calzarme junto a unos rutilantes zapatitos de charol. O cuando mi abuelo decía macanudo (bueno, magnífico, extraordinario) cuando algo le parecía bien. Otra palabra que escuché cientos de veces fue desguañangado… jamás pensé que existiera, es más, pensé que era un invento de mi abuela, pero mirando el diccionario al fin he descubierto su significado: descuidado en el vestir, desgalichado, desarreglado. Recuerdo también haber oído la palabra paletó (abrigo de paño grueso, largo y entallado), aunque me parece que se usaba más en el campo. Personalmente me gusta mucho el vocablo malacatoso, que caracteriza a una persona con mala catadura, es decir, alguien con mal gesto o semblante, lo que en buen chileno podría conocerse como un chato malagesta’o.

Son miles las voces que han ido quedando en el abandono, por eso hay que celebrar la creación del sitio “Reserva de Palabras”. Si quieres incorporar nuevas expresiones a tu vocabulario, deseas volver por un momento a la infancia o simplemente quieres recordar algunos dichos antiguos, te invito a revisar la página en Internet www.reservadepalabras.org. Y tú… ¿qué palabra adoptarás?