El
17 de Junio recién pasado -Día del Padre-,
Alfonso Astorga Barriga estuvo todo el día acompañado
de su hija Pilar, quien le habló de que todo estaba
bien y que podía, por fin, partir tranquilo. No
quedaba nada pendiente, todas las nueces se habían
vendido y ya era hora de descansar. Hacía días
Alfonso yacía en cama esperando el último
momento, y, quizás escuchando y compartiendo las
palabras de su hija, ese día, a las nueve y media
de la noche, decidió partir en ese viaje misterioso
llamado muerte.
Aquí, ahora, su hija Carolina y su sobrino Quiquín
escriben por y para él. En el próximo número,
Dedal de Oro publicará una semblanza de su vida
escrita por su sobrino Max Astorga.
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Desde
un rincón de este universo vimos a nuestro padre
marcharse esa noche hacia el mundo de lo infinito, de
lo intangible. Fue como verlo internarse en el gran
nocedal que él, con sus propias manos, plantara
35 años atrás. Cerré lo ojos y
lo vi partir con paso lento, con las manos entrelazadas
en su espalda y con su sombrero preferido sobre su cabeza.
A medida que caminaba hacia el potrero, se internaba
también en el mundo espiritual. Su perfil se
perdió y su cuerpo se expandió en una
sola luz, dividiéndose en un millón de
fragmentos luminosos que penetraron cada árbol,
cada nuez. Noventa y tres campanadas se escucharon esa
noche por todo el Cajón que abraza las Fajas
Blancas. Noventa y tres campanadas por los noventa y
tres años que cumpliría un mes después.
Incontables fueron las lágrimas y eternos los
abrazos entre los que lo amábamos.
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Así
se marchó el Señor de las Nueces, el último
de los mohicanos, como alguna vez me dijo. Con él, se va
una época y se cierra una historia. Hemos regresado a su
hogar con el desconsuelo que produce su ausencia, pero a veces
pareciera que nada ha cambiado, cuando creo verlo sentado frente
al fuego, leyendo sus libros, conversando de filosofía
o metafísica y buscando en el aire una historia para contar.
Tenía
una filosofía crítica en que la Fe permanecía
en una ausencia dolorosa por su propia necesidad de creencias,
y siempre buscó una buena excusa para que la vida tuviese
sentido. No hay fragmento de materia que circunda su mundo que
no lo traiga a la memoria, y el cielo pareciera ser mas azul,
porque sus ojos se han abierto en la inmensidad de lo divino.
Hasta pronto
padre amado. Sé tú quien nos reciba cuando repitamos
el trayecto que tu paso hacia el infinito ha dejado.
Tu
hija Carolina.
Los
años se llevaron al último patriarca de
los hermanos Astorga Barriga. Esta tarde, despedimos
a Alfonso, al menor, a Cochita como le decían
sus hermanos y primos cuando todos eran un grupo de
jóvenes.
Se
cerró la puerta de su vida y entró a la
casa del tiempo infinito. Siento que con Alfonso se fue
una hermosa época de vida. Era el último
del tiempo de los grandes señores, de los que cautivan
por su encanto, de los hermanos que dieron ejemplo de
caballerosidad y respeto, de los que sembraron el sentimiento
de unidad en la familia, de los que ante la adversidad
se juntaban como los dedos del puño para golpear
juntos las puertas de la esperanza. Usted y sus hermanos
eran los representantes del gesto fino y de ese romanticismo
que endulza el espíritu, de la frase poética
que se susurra al oído de una mujer, de la alegría
de las cosas pequeñas, de la
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ironía
que alivia la carga, del humor y picardía que llena de
sabor las relaciones y reuniones. Eran tiempos de conversaciones
tranquilas y placenteras que adornaban las tardes de dominó.
Mientras Usted estaba entre nosotros, todos, de alguna forma,
nos sentíamos hijos. Con su partida pasamos a primera fila.
Por eso, les decimos a nuestros padres y tíos que en estos
tiempos nosotros somos ustedes.
Al entrar
en ese mundo desconocido, permítame, tío Alfonso,
hacerle algunos encargos de parte mía, y estoy seguro
de todos nosotros: dígale a Máximo y Florinda,
a nuestros abuelos, que hicieron de sus ocho hijos un ramillete
de ocho flores, flores de muchos colores, que llevaremos por
siempre prendidos en el ojal de nuestros más queridos
recuerdos. Dígale, a cada uno de sus hermanos, que siempre
los tenemos presente en nuestra vida diaria, como lo tendremos
a Usted también; que cada uno de nosotros, en el silencio
de nuestro mundo interior, conversamos con ellos, recordamos
sus palabras, sus consejos, su alegría, que están
en nuestros sueños. Dígale a nuestros Padres que
sus hijos y nietos están orgullosos de compartir un mismo
espíritu, que la muerte no nos ha separado, que viven
en nosotros, que los queremos mucho.
Tío
querido, lleve de regalo a sus hermanos esta mochila cargada
de nuestros sentimientos y un abrazo para siempre de toda la
familia a Enrique, a Ramón, a Tomás, a Carlos,
a Eduardo, a sus dos hermanas, Graciela y Sara, y otro para
Usted, el último Astorga Barriga que despedimos esta
tarde. Usted que acaba de cruzar el umbral de la vida.
Su
sobrino Quiquín.
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