resto
de la región latinoamericana. Según la profesora
Ayala, las creaciones lingüísticas chilenas expresan
nuestro carácter mezclando la ironía, la burla
e incluso la crueldad mediante juegos de palabras que a menudo
apuntan al defecto del otro.
Dentro
de estas creaciones lingüísticas aparecen los
Apodos, los que
según la RAE corresponden a: nombres que suelen darse
a una persona, tomados de sus defectos corporales o de alguna
otra circunstancia. En esta categoría se incluyen,
por ejemplo, los apodos deportivos alusivos principalmente
a una cualidad del atleta: “el sapo Livingstone” (por sus
saltos para atajar el balón) o “mano de piedra González”
(por la potencia de su derecha). Pero también hay otros
que pertenecen al ámbito del humor negro: “el chueco
Ponce” (por la deformación de sus piernas) o “el murci
Rojas” (por su similitud con aquel mamífero). Fuera
del contexto deportivo, la gama de apodos creados por el chileno
incluye seres del reino animal, vegetal, comparaciones, etc.
Algunos motes que aluden a defectos físicos asimilándolos
a animales: “cogote de almeja”, “patas de canario”, “ojos
de jurel”, “cabeza de chancho”, etc. Dentro del reino vegetal:
“cintura de huevo”, “melón con patas” (obeso), “aceituna
con ojos” (si la persona es de raza negra), etc. Otros apodos
son: “chupete de fierro” o “volantín de cholguán”
(aludiendo a alguien antipático, pesado); “pastillita
de menta” (chica, guatona y picante); “el pat’e cumbia” (que
tiene un defecto al caminar); “ensalada de dientes” (persona
con dientes torcidos).
Seudoantropónimos.
Son palabras que adoptan la forma de nombre, pero con significados
diversos. En Chile es común usarlos por similitud fonética:
“Poblete” (pobre), “Riquelme” (rico), “Federico” (feo), “Maluenda”
(malo), “llamar a Guajardo” (vomitar), “Lucrecia” (luca, mil
pesos), “de Michael” –pronunciado “de máikel”- (demás,
de todas maneras); y para responder a un comentario: “¿Y
Bosnia?”, ¿“y Boston?”, “¿Albornoz?” (¿Y
(a) vos no?). En esta misma categoría, pero con un
humor negro: el “Keko” (el que cojea), la “Cyndi” (sin dientes),
la “Cyndi Nicole” (sin dientes ni colmillos), la “Karen” (car’empleá).
También los nombres de enfermedades son transformados:
la “Rosita” (cirrosis), la “Clorinda” (arterioesclerosis)
o el “Johny” (juanete).
Seudogeónimos.
Palabras que adoptan la forma de un nombre de lugar que encubren
significados que no se han querido hacer evidentes: Ir a Pichilemu
(orinar), ir a Chicago (defecar), ir a Cachagua, ir a Aculeo
(tener relaciones sexuales), estar en Canadá (en la
cárcel), por Detroit (sexo anal). En el ámbito
del humor negro: viene de Putaendo (que ejerce la prostitución),
viene de Coihueco (hueco, homosexual).
Para terminar,
un campo muy prolífico que demuestra la creatividad
del humor chileno son las Comparaciones,
aunque hay que aclarar que la fórmula “más”
no es exclusiva de nuestro país. Dentro de esta clase
aparecen: más corto
que viraje de laucha, que manga de sostén, que muleta
de cocodrilo (persona tímida); más
arrugado que calzoncillo de taxista, que sobaco
de elefante, que plata pa’l pan; más
perdido que boleto en bolsillo de paco, que guagua
de teleserie; más apretado
que tapa de submarino, que mano de trapecista, que abrazo
de curados; más transpirado
que testigo falso, que caballo de bandido; más
urgido que monja con atraso; más
raro que gallina con dientes, que pescado con hombros;
más enredado que
cachipún de pulpo; más
fuerte que el orgullo, que el amor de madre (que
huele mal); más arreglado
que mesa de cumpleaños (un evento fraudulento); más
picante que lista de novios de Pre-Unic, que promotora
de cochayuyo, que sostén de cotelé. Y con un
humor más negro encontramos: más
rápido que entierro de pobre, más
fome que cumpleaños de sordomudos, más
seco que toalla de Bob Marley, más
atento que Mónica Lewinski.