hay andinista
en nuestro país que no haya conocido una cumbre del
Cajón del Maipo. Ese patrimonio natural excepcional
lleva al Club Andino de Chile, en 1998, junto al joven Club
Andino Chiquillán de San José de Maipo, a declarar
a la comuna como La Capital del Montañismo de Chile,
distinción que es sellada en la inauguración
del Mes de la Montaña en 1998 en el Comité Olímpico
de Chile.
Volvamos
a 1933, cuando aparece un extraño aviso en el Diario
Ilustrado que reza: Se invita a deportista que se interesen
en formar un Club de Andinismo chileno, a juntarse el próximo
lunes a medio día en el hall del Diario Ilustrado.
Al primer llamado acuden solo tres andinistas, como en los
chistes: un alemán -Herman Satler, fundador del Club
Alemán Andino y autor del aviso-; un catalán
-Francisco Carrasco, que venía del Club Deportivo Nacional
de Algarrobo- y un chileno -Oscar Santelices-. Luego de un
segundo aviso aparecieron otra veintena de jóvenes
deportistas independientes o provenientes de diferentes clubes.
Primero se dedicaron sólo el excursionismo, y luego
el andinismo de media y alta montaña. Finalmente, entusiasmados
por las prácticas exóticas que se veían
en revistas europeas, aparece el esquí, sobre los antiguos
«palos de Hicori» de 2,40 metros y más,
con las interminables correas de la «fijación
francesa» que entrampaban peligrosamente el pie a una
puntera metálica. Remataban la indumentaria, los bastones
de coligüe y las estrafalarias ropas.
A pocos
años de su fundación, el Club Andino empieza
a multiplicarse en nuevas sedes a lo largo del país
y en el extranjero. Primero nace el Club Andino de Valparaíso
(1935), luego el de los Andes, Los Bronces, El Teniente, Curicó,
Talca, Chillán, Concepción, los Ángeles,
Cautín, Puerto Natales y Punta Arenas; en 1942 el Club
Andino de Chile sección México, y en 1947 el
Club Andino de Chile Antártica en la base Soberanía.
Esta explosión de clubes y sus cada día mayor
número de cultores motiva pronto la independencia de
todas y cada una de las filiales. Los andinistas del Club
Andino van acumulando nuevas cumbres y llegan rápidamente
a las «100 Ascensiones en primera» de los más
altos cerros, desde los 4.000 los 6.900 metros, y se barren
los Andes de norte a sur en Chile y América y se conquistan
importantes cumbres de Europa y los Himalayas. En el Cajón
del Maipo se decide asentar cabeza en los lomajes de Lagunillas
comprando terrenos y construyendo refugios, uno de alta montaña
en los faldeos del Cerro Piuquencillo y el otro en el Campamento
de Lagunillas, loteo realizado en esos años por el
escritor Eduardo Barrios, vecino de San José de Maipo.
Nace ahí, en los años 1934-35, el Centro de
Esquí y Deportes de Montaña de Lagunillas del
Club Andino de Chile, único centro de ski no comercial
de Chile, de modesta infraestructura pero donde los amantes
de la nieve hasta hoy se siguen iniciando en el deporte blanco
y la montaña a un bajo costo y a una escala más
humana que en otros lugares del país.
De Lagunillas
y del Club Andino nacen destacados deportistas, como Pablo
Opliguer, Miryam Torralvo y Tatiana Araneda, campeones nacionales
de ski. En el andinismo, personas como Roberto Busquet, Alejandro
Fergadiot, Humberto Barrera, Raquel Herrera, Bión y
Osiel González, Claudio Lucero y Nelson Muñoz,
entre otros, lucen con éxito los colores del Andino
dentro y fuera de nuestras fronteras. Es difícil nombrar
a todos los que destacaron. Así, con rapidez y entusiasmo,
va creciendo el prestigio de las canchas de ski de Lagunillas,
prendiendo cada vez más en jóvenes deportistas
chilenos. Dos o tres casas comerciales de Santiago comienzan
a importar esquís, especialmente para los deportistas
de Farellones y de Lagunillas. Una de ellas es la «Casa
Andina». Los jóvenes socios llenaban las pistas
de Lagunillas, aplanadas a pulso por los mismos esquiadores,
pisando «en paralelo» centímetro a centímetro
las laderas. A fines de 1934 se inauguró el primer
refugio -El Paraguas-, construido por los mismos socios del
Andino y el apoyo de algunos «arrieros constructores».
Era de madera sobre base de piedra, a 2.000 metros de altura,
con capacidad para 30 personas (apretaditos). El pequeño
Refugio de Lagunillas fue construido en terrenos cedidos por
el escritor Eduardo Barrios, premio Nacional de Literatura.
¡Qué maravilla fue tener una casa propia! Después
de la puesta de sol, los cantos y el acordeón junto
a la salamandra, la sopa caliente, el repaso de las correrías
y aventuras del día, el cansancio y la alegría…
En 1938, nuevamente a manos de socios «maestros voluntarios»,
dirigidos por el socio ingeniero Antonio Mercado, se completa
la ampliación del refugio que ahora, con tres pisos,
puede recibir a 80 pasajeros bajo su techo. Amplio comedor,
dormitorios de damas y varones, estar con salamandra, piano
y hasta un gran reloj cucú que, además de dar
la hora, predecía el tiempo con sus pequeñas
figuras tirolesas. Se detuvo bruscamente una noche después
de un zapatazo lanzado... nunca se supo por quién,
en medio de su enrabiado y desesperante insomnio.
Muchas
amistades, amores y aventuras fueron llenando las páginas
de la historia del Club Andino y las de los «Libros
de Refugio», que guardaban en poemas y dibujos la alegría
de esos jóvenes llenos de sueños. Entre ellos
está la historia del piano que alegraba las tardes
y noches. Montado en el más grande de los «machos»
del Cajón del Maipo, bien amarrado y estibado por los
arrieros, partió desde San José esta musical
carga. Cada tropezón del macho arrancaba una o más
notas del vientre de este extraño pasajero, lo que
de inmediato paralizaba al animal que, enfocando sus grandes
orejas para todos lados, no sabía qué imaginar.
Pasado cada acorde y tranquilizado nuevamente el pobre animal,
seguía confiado hasta el próximo trastabillón.
Después de muchos acordes y varias horas de viaje,
se instalaba sano y salvo el nuevo piano en el living del
refugio, donde vivió para siempre. El pobre macho,
con un trauma musical irreparable, quedó inmóvil
por un par de días en el corral, pensando seguramente
que esta sonora carga no estaba en su contrato.
En 1937,
conseguido el apoyo de la Dirección de Caminos, se
completaban los primeros 6 kilómetros de trayecto al
refugio. Trabajaron en él, aparte de los obreros contratados,
jóvenes recogidos del Mapocho, dirigidos por Don Polidoro
Yáñez, a los cuales siempre los Andinos les
llevaban golosinas, cigarros o alguna ropa de regalo. También
ese año se construyó el segundo sueño:
el Refugio para la Rama de Alta Montaña, camino a Piuquencillo,
destinado a los «exploradores montañistas»
del Andino. Frente a la cordillera de Los Quempos, se accedía
al refugio por Maitenes desde el Río Colorado. Fue
destruido por el terremoto de las Melosas en 1958, no antes
de acoger bajo su techo a andinista y excursionistas que tenían
en él ese soñado castillo entre las nubes y
el cielo o en medio del retumbar del temporal. Al llegar sólo
había que barrer las «semillas «de los
«cururos» que, estando solos, se sentían
dueños de casa.
Eran los
años en que para el 18 de Septiembre subían
240 a 260 mulas a Lagunillas llevando esquiadores y aperos.
Las mulas de los Gárate, de los Andrade, de los Mardones
y de otros arrieros famosos, eran peleadas en la Cañada
Norte de San José por los deportistas, que habían
salido de Santiago muy de madrugada, en el Tren de Pirque
(Plaza Italia/Puente Alto) en combinación con el Trencito
Militar a El Volcán. Otros llegaban en camión
por el camino de tierra. Ya a las 9.30 de la mañana
iban partiendo en caravana las primeras mulas, remontando
por el camino al Cementerio y luego encaramándose al
Divisadero. Seguían por el Estero del Sauce y, unas
dos horas después, llegaban a las canchas de ski de
Lagunillas... siempre que no hubiera temporal o se «empacara»
alguna mula. Entonces los esquiadores se ponían su
equipo y...a esquiar se ha dicho. Rápidamente avanzaba
la tarde y muchos se reunían para bajar esquiando hasta
San José por la nevada Loma de la Vela. De ahí
a la estación, para regresar muertos de cansancio en
el trencito rumbo a Santiago. Hermoso, aunque ahora de sólo
contarlo nos cansamos. Es que los días de entonces
tenían 48 horas, o más...
El refugio se incendió en la madrugada del 19 de Septiembre
de 1951, después de la de celebración de Fiestas
Patrias, cuando ya todos dormían. No hubo desgracias
personales, pero sí mucha pena y lágrimas. Se
perdió la totalidad de equipos de ski y el 100% del
refugio y su equipamiento. Al día siguiente se debía
correr la 13ª Carrera de La Lola, programada como todos
los años para esa fecha. Esta Carrera «antisuperticiosa»
-creada por Humberto Espinosa Correa y no muy bien vista por
arrieros y lugareños, respetuosos de La Lola, «el
fantasma de la montaña»- era una especie de «pillarse»
en que participaban 13 corredores. Un encapuchado escapaba
del resto hasta alcanzar la meta. Para hacer mayor la antisupertición,
la carrera era dirigida por una madrina mujer. Se corría
sin bastones, y se juraba antes de lanzar la carrera frente
a un esquí quebrado. Querámoslo o no, La Lola
se hizo presente esa noche impidiendo que se corriera al día
siguiente la 13° carera. Semanas más tarde, escarbando
los restos aún humeantes, encontramos con mi padre
la imagen de la Lola, creada por él, reproducida su
silueta de mujer en una fundida masa de plata proveniente
de las copas y trofeos que adornaban el estar del refugio.
¿Fue el enojo de La Lola o su deseo de que siguiéramos
creciendo? Porque… no hay mal que por bien no venga, dicen.
Ya el año 1955 se había construido el nuevo
refugio, con igual capacidad pero junto a las canchas de ski,
de materiales incombustibles, más acogedor, más
amplio y con más amor por la montaña. Ya se
contaba con el andarivel de La Lola y el andarivel de silla
que años mas tarde con la llegada de la DIGEDER, se
cambiaría por dos de arrastre, el Panchito (novicios)
y el Pancho, nombres en memoria de Pancho Carrasco, uno de
los fundadores. Hoy, estas instalaciones, mejoradas y ampliadas,
dan acceso a 12 canchas de distinto nivel y exigencias, transformando
a Lagunillas en la «puerta de entrada» a las prácticas
del esquí, el snowboard y otros deportes de invierno.
Cafeterías, arriendos de equipos, escuela de esquí,
posta de primeros auxilios y patrullas, completan el equipamiento
de este pequeño gran centro de deportes invernales.
La historia
del Club Andino es mucho más extensa que estas apretadas
líneas y encierra acontecimientos y hazañas
en las montañas de Chile y del mundo. El Club, ligado
fuertemente al Cajón del Maipo y Lagunillas, seguirá
acercando la montaña a los deportistas, a jóvenes
y a niños, entregando experiencia a través del
trabajo desinteresado de sus dirigentes y socios, que crecen
cada día haciendo de los cerros, de la nieve, del cielo
azul, de los inviernos y las primaveras en las cumbres nevadas,
su forma y su filosofía de vida. En el Andino y en
su Refugio de Lagunillas, en sus socios y amigos, en nuestros
hijos y nietos, por siempre, vivirá el amor a la montaña.
Sí: el lema del Club Andino de Chile, creado en los
años 40 por el socio fundador y honorario don Humberto
Espinosa Correa (1908/2002), dice: Bajo nuestro techo vive
el Amor a la Montaña.