ella
invitaron la Intendenta, Eugenia Mancilla, el Alcalde de San
Gregorio, Carlos Mandriaza, y el Capitán de Navío
LT, Ricardo Bendel, Gobernador Marítimo de Punta Arenas.
En forma
excepcional, el Faro de Punta Delgada, testigo de las historias
marinas fundantes del territorio magallánico, se transformará
en un escenario que cautela el patrimonio histórico,
artístico y cultural de la región extremeña
de nuestro país. Y lo hará bajo la intensa mirada
de Oportot, quien lleva una vida caminando hacia las cuatro
direcciones del mundo con el objetivo de captar la diversidad
en las vidas humanas.
Luego
del tiempo viajero, la fotógrafa se recluyó
en su estudio cordillerano de El Colorado, en el Cajón
del Maipo, para dar vida al relato que exhibe a partir del
12 de mayo en el Faro de San Gregorio. Sus imágenes
des-cubren el paisaje y la cotidianidad de hombres y mujeres
pamperos, que viven más allá -y a pesar- del
hielo.
En sus
tradiciones persiste, congelada para la eternidad, la memoria
histórica de quienes habitaron esos territorios originalmente:
Tehuelches, o Aonikenk, el pueblo de Rosa Vargas, la Rosa
del viento. Vidas que aún mantienen un dejo de transhumancia
y que en una vasta soledad viven la solidaridad más
tejida y el frío más extremo, que se convierten
en mantos de lana de oveja y calidez de guitarra y mate. Para
construir esta historia, Mónica Oportot recorre los
rincones apartados de la comuna patrocinada por su alcalde,
y comparte durante meses las mañanas y las noches con
las familias de ovejeros.
Presa
de la misma inquietud con la que César Vallejo se adentra
en el mundo andino para decir «perdonen la tristeza»
-y pese a ella, resaltar el múltiple lenguaje de sus
territorios transformados por manos y voluntades humanas-,
Oportot rinde tributo con este trabajo a los pamperos habitantes
de Villa O’Higgins y retrata la esencia del esfuerzo diario
allí donde sólo hay viento y coirón,
logrando la máxima calidez. Un destino que orienta
al faro de San Gregorio, el mismo que atestiguó la
llegada de los barcos europeos que entraban conquistando el
Estrecho Magallánico.
Pero ni la
permanente lluvia ni la adversidad logran matar la magia con
que Mónica Oportot transmite la parte menos visible de
Chile, desplegando con imágenes de mil palabras un «perdonen
la tristeza porque aquí también está la
gloria», y da paso a la fuerza que le gana a la vida.
De ese modo su mirada conecta el cielo Patagónico con
el deambular de ovejeros y sus miles de ovejas, con el anciano
de manos experimentadas y seguras y con el joven que aprende
con bravura y fuerza, asegurando la continuidad de su oficio.