Por
Nina Moreno Dueñas, desde Hamburgo.
Esta
mañana el timbre me sacó violentamente de
un profundo sueño. Sonó tan insistente que
no pude ignorarlo. Corrí a buscar una bata, pensando:
una catástrofe, noticia urgente, marea alta, alguien
en peligro, en fin, en esos casos te pasas cualquier película.
Dos hombres vestidos correctamente, con terno y corbata,
me preguntan si mi apellido es italiano, porque buscan
una familia italiana, y, aunque les aclaro que no tengo
nada que ver con el asunto, tal vez me interesaría
lo que me ofrecen... A esas alturas ya me he dado cuenta
de qué se trata, y antes que continúen les
dejo en claro que no tengo ningún interés,
y los despido. Antes venían periódicamente,
una vez por semana, siempre de a dos, hombres o mujeres.
Ellas se ven normales, ellos desacostumbradamente formales,
pero como pasados de moda, como que no combina bien el
terno con la corbata. Igual te anuncian que el mundo está
en peligro y hay que hacer algo, no para salvarlo, sino
para que cuando esto ocurra no te vayas al infierno. Cuando
se van, me quedo con el estómago acalambrado y
a punto de desmayarme por la violenta despertada.
Anoche
estuve en la inauguración de una nueva agencia,
muy llena de publicistas y fotógrafos, todos
hablando a gritos, pues el DJ y la música tecno
estaban decididos a impedir cualquier forma de comunicación.
Había algunos vestidos de chinos, yo también,
ya que era el tema de la fiesta. Por lo menos la comida,
los mozos y la decoración lo eran. Yo esperaba
tomar algunos contactos por posibilidades de trabajo,
lo cual era completamente ilusorio bajo esas circunstancias.
Se hizo tarde y el alcohol, el cigarrillo y el estruendo
me dejaron agotada, y necesitaba mi descanso.
Todos
sabemos que el mundo está amenazado por la guerra,
las catástrofes naturales, la industria, las epidemias,
la cesantía, etc. Posiblemente el golpe final lo
provoque, precisamente, una guerra religiosa iniciada
por fanáticos de todos los bandos, y lo único
que nos quede por decidir es a qué cielo o infierno
nos vamos. Pero antes que eso ocurra, no
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quiero que
las visitas intempestivas me produzcan úlceras o desmayos.
No quiero que cada vez que suene el teléfono, algún
desconocido trate de venderme algún producto. Si necesito
algo, voy a salir a buscarlo. Según Sir Peter Ustinov,
la propaganda es el arte de demostrarle a la gente, que comparte
tu misma opinión. La publicidad me llega por todos los
medios, está bien, así me entero de todo lo nuevo
que podría interesarme. Pero mis cuatro paredes son mi
oasis y quiero que se respete. Me produce un tremendo rechazo
la falta de tino con que algunas organizaciones se otorgan el
derecho de tomarme por asalto y, desde luego, no pienso compartir
mi opinión con gente tan descarada. ¿Cómo
no se dan cuenta que no es ése el modo de lograr su objetivo?
Me preocupa pensar que de
nuevo viene una cruzada semanal, y que, como en el caso de Pedrito
y el Lobo, cuando sea realmente urgente que abra la puerta,
voy a ignorar el timbre y va a ser una alarma de que se nos
viene encima un tsunami. Además, esto no es inofensivo,
se presta para abusos y crímenes, pues muchos ancianos
abren la puerta pensando que una conversación con esas
personas, que se ven tan correctas, es una distracción,
y son en realidad criminales que vienen a robar sus ahorros.
Les propongo entonces a todos aquellos que quieran ofrecerme
o pedirme algo, que dejen en mi buzón una nota pidiéndome
que me comunique, y yo decido si un posible contacto me interesa.
Así, ellos se evitarían recorrer las calles sin
perspectivas positivas y acumulando todas las malas vibraciones
que provocan, puntos en contra para postular a cualquier cielo.
Tal vez es esperar demasiado de la sensibilidad de un sistema
tan desconsiderado, así que mejor no abramos nuestra
puerta
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