restaurante
de lujo o recibiendo las sobras afuera, junto a los perros;
sea yendo en 4x4 sobre un cero kilómetro o a pie sobre
los sufridos callos. Cada cual hace lo que puede, celebra como
puede. La fiesta está en todas partes: en la casa, en
la calle, en las plazas, arriba del cerro, debajo del puente...
Pero observe
usted Navidad. Recuerdo una noche. Yo debo haber tenido diez
años. Estaba abriendo mis regalos sentadito al lado
del Árbol de Pascua en el living de casa y miré
por la ventana. Allí estaban. Por un lado me fascinaban
y por otro me atemorizaban. Eran muchos, pero esa noche sólo
vi a tres: dos niños de pantalones cortos y una niña
en pollera. Estaban en la calle, de pie junto a un árbol,
haciendo nada. Uno de los chicos era algo mayor y los otros
dos de mi edad. La niña era bonita, la había
visto muchas veces de día: hasta la cintura el pelito
castaño lleno de piojos, irritada la naricita respingada
llena de mocos, delgaditos los piecitos desnudos llenos de
callos y piñén. Cuál de los tres se veía
más asqueroso, más sinvergüenza, más
peligroso, más marginal, más asocial, más
delincuente, más corrupto, más abandonado. Mucho
miedo. Yo conocía sus vidas, sabía lo que hacían,
y saber eso era uno de mis secretos. Los observaba desde una
ventana de casa actuando en la calle y viviendo en el sitio
eriazo del lado, en intimidad. Esa libertad que ellos tenían
me fascinaba y atemorizaba a la vez.
Hoy, unos
cincuenta años después, esos seres de la noche
siguen existiendo; esos seres de todas las noches, incluida
la de paz y amor. Existen en Chile y en todas partes del mundo.
Simplemente, parece que el mundo es así, lleno de seres
de la noche y lleno de seres del día que no quieren
hacerse cargo de la existencia de los seres de la noche, a
no ser para sentir emociones fuertes, por ejemplo viendo TV
cuando ésta hace reportajes sobre la vida de los seres
de la noche. Entonces los televidentes vibran mirando imágenes
y oyendo excesos periodísticos sobre escándalos
de droga o sexo en que los seres de la noche son los victimarios
o las víctimas. Vienen las declaraciones de indignación.
Muchos políticos ponen el grito en el cielo y hacen
promesas. Muchos curas se persignan y hablan de moral cristiana.
La gente corre a prender la TV para enterarse del último
detalle escabroso. Todos corren buscando culpables y cómplices,
buscando la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Autoengaño. O doble estándar. La sociedad entera
-que es la verdadera culpable- pone el grito en el cielo,
menos los que tienen ojos para ver, no sólo mirar.
Una Navidad
más, un Año Nuevo más. ¿Qué
cambia realmente en el mundo? Esos niños que una vez
salieron con las caras tapadas en TV, presentados como víctimas
del abuso, siguen, en general, abandonados en la calle. Todo
el mundo está de acuerdo en que son víctimas,
pero quizás no esté de acuerdo en quiénes
son los victimarios. ¿Víctimas de qué,
de quiénes? Los victimarios ocasionales suelen ser
a su vez víctimas que utilizan las condiciones que
les da el gran victimario: la sociedad, el sistema, la desigualdad
como estado permanente de cosas. ¿Cambiemos este estado
de cosas? ¿Cuándo, pues?
Feliz
Navidad y un 2007 lleno de alegría.