Por
Rose Deakin.
El
27 de octubre de 2006 murió Don Juan Andrade.
En ese momento también murió algo más.
Don Juan personificó no solamente el espíritu
de las montañas, sino también el espíritu
de una época, quizás un poco idealizada,
del pasado. No sé si la gente era mas noble,
mas honrada en el pasado. A lo mejor no, pero así
se cree.
Como
gringa, acompañando a Liliana Astorga a veces,
conocí un poco a Don Juan. Y también supe
de él por los arrieros locales. Cuando llegó
al campamento, en una cabalgata de la Gordita, se vio
de inmediato a los arrieros jóvenes asistirle
con respeto y casi deferencia. Se preocuparon de que
él estuviera cómodo, que tuviera su asiento,
su comida, su trago...
Capataz
del Toyo, quizás el fundo mas grande en estas partes,
Don Juan tenía mucha responsabilidad, y también
poder. Cumplió su rol con honor, y siempre se portó
como amigo de los pobres. Mostraba una cortesía
que hoy no suele verse. Recuerdo una vez en la cordillera
que él cruzó un río a
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caballo sólo
para saludarme. Yo estaba con dos amigo ingleses que se impresionaron
por su buena educación.
Don Juan,
como capataz, participaba a menudo en los rodeos de El Toyo.
Su porte erguido en la montura, a la cabeza de la tropa en la
media luna, su cara hermosa con bigote blanco, queda en la memoria
de muchos.
Su muerte,
aunque fue triste y dolorosa, ocurrió en la cordillera,
y me imagino que, dado el caso, él hubiese elegido morir
así, en las montañas, que formaban una parte tan
importante de su vida. En ellas trabajaba y vivía, en
ellas era feliz, y también en ellas se fatigaba, se mojaba
de lluvia, se asustaba... Siempre iba con cuchillos para defenderse
del Diablo. Me contaron que una vez en la cordillera, cuando
sintió la presencia del Diablo, hizo su cama en pleno
día, clavó sus cinco cuchillas alrededor de la
cama y durmió hasta el próximo día.
Don Juan,
después de tanto trabajo y una vida plena, que descanses
en paz. No vamos a olvidarte.
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