En
1934 (o a más tardar el 35) el guatón
Palma -mi padre-, a quien hacía rato le había
picado el bichito de la montaña, organizó
la ascensión al Cerro Purgatorio, que, según
se decía, debía su nombre a las pruebas
que imponía a quienes arriesgaban la empresa.
Por otro lado, mi padre y yo una vez comprobamos que
el cerro nevado, visto desde el Oriente, con el reflejo
del sol, parece una brasa ardiente. Puede que también
sea por eso.
Al
ascenso del cerro lo acompañaban, entre otros,
el gringo Otto Meier -óptico de la calle San
Antonio- y su cumpa de muchas aventuras en el Cajón:
el gigante escritor Manuel Rojas, quien cuenta la aventura
en su libro “A pie por Chile”. Antes de descender, casi
en términos de humorada, dejaron en la cumbre,
sólo protegidas por un tarrito de plomo -en el
que en ese tiempo venían las películas-
y unas pocas piedritas, sendas fotos de sus vástagos,
el Pato Rojas y yo, junto a una nota pidiendo que esas
fotos no fueran bajadas hasta que los dos pergenios
fueran capaces de ir a buscarlas por sí mismos.
Por años, el desafío estuvo ahí,
saludándome cada vez que pasaba por El Canelo
y recordándome la cita con la cumbre.
En
1945, y más de alguien sostiene que con la ayuda
de los otros trece competidores, gané en Lagunillas
la carrera de la Lola. Fui casi oficialmente la
Lola por ese año. Me sentía capaz de cualquier
cosa. Por entonces pasábamos nuestras tradicionales
vacaciones cajoninas en el Paso de la Arena, en San
Juan de Pirque, desde donde dicen que la subida al Purgatorio
es más fácil. El tío Manuel -a
quien siempre llamé así, siguiendo la
malhadada costumbre chilena de hacer que los cabros
traten de tíos a los más remotos amigos
de sus padres- organizó una excursión
con el objeto de ir a buscar las fotos. El viaje no
estuvo exento de vicisitudes, y no sería raro
que también haya sido contado por Manuel Rojas.
Finalmente, trajimos de regreso las famosas fotografías,
y también el papelito en cuestión, que
había sido redactado por el escritor y que todavía
guardo celosamente. Algún chusco, allá
en la cumbre, había anotado al dorso: »No
se preocupen, yo velaré para que no se las lleven”.
Firmaba: «La Lola».
Poco
tiempo después del regreso, me fue detectada una
sombra en el pulmón, terrible enfermedad por esos
años. Allí se terminó mi carrera
de Lola, y no pude hacer el papel en la competencia del
año siguiente. A mi regreso a Lagunillas, el marucho
amigo Salvador, meneando su cabeza, me comentó: “Eso
pasa por andar bromeando con la Lola. ¡Con la Lola
no se juega!”
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El
autor y Pato Rojas, hijo de Manuel Rojas, en Lagunillas.
El autor nos comenta: Debemos haber cateteado mucho para
que nos la tomaran”. Y agrega: Al fondo se ve El Purgatorio,
dominio de La Lola, y se puede ver claramente el sendero
por donde se llegaba desde SanJosé.
La
nota manuscrita por Manuel Rojas dice: Estos tarros
fueron dejados aquí el 28.II.37 por los Srs.
O’Higgins Palma, Manuel Rojas, Mario Benedetti, Otto
A. Meier y Pedro Vanini. Rogamos no tocar estos tarros
hasta que los niños vengan a buscarlos. |
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