A
mi querido hijo Juan Santiago, que nació un Martes 13
de Agosto y que tiene un sólido Nido.
Por
Juan Carlos Edwards Vergara.
El
viento empujó con fuerza la lluvia y la nieve,
arrastrando ramas y desgajando los pinos. Una rama cayó
desde lo alto y se posó sobre el manzano, a tres
metros de altura, llevando entero un pequeño nido.
Lo recogí con cuidado y después de limpiarle
unas agujas de pino ensartadas entre los suaves plumoncitos
grises que tapizan su cóncavo refugio, lo puse
en el living sobre una gruesa vela azul con incrustaciones
de cuarzo, ya gastada por el uso y que ahora, montada
en un candelabro de hierro pintado de negro, lucía
orgullosa las ramitas entrelazadas como señorial
corona.
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Antes de dormirme, el nido ocupó mis pensamientos. Refugio
de amores alados, piquitos que se acarician entre vuelos fecundantes
de pequeños huevitos que crecen blandos para, al caer sobre
el trenzado de ramitas, endurecer su cáscara tatuada de
colores al aire primaveral.
Imagino
a los pájaros empollando con celo y paciencia. Las cabecitas
saliendo de la cáscara y tres pequeños piando
por comida. Padres responsables les llevan el sustento y el
abrigo. Luego se cubrirán de plumas e iniciarán
los primeros vuelos. Tal vez uno haya caído del nido,
aunque prefiero creer que todos fueron felices, como en los
cuentos de infancia. A propósito, ¿a dónde
van los pájaros cuando mueren? Es muy raro encontrar
uno muerto. Tal vez tengan un cementerio como los elefantes,
y lápidas de corteza de quillay, donde escriban un epitafio
tal como: “Aquí yace Carlos, Chincol Ilustre, Pater Familias
de hermosa descendencia, Buen Hijo, Esposo y Padre. La Bandada,
invierno de 2006”.
Hay nidos
humanos que destruyó el tiempo, como la hermosa Babilonia,
cuyas casas y templos de barro y ladrillo han desaparecido casi
por completo; o Persépolis, incendiada en una noche de
orgía por Alejandro Magno y sus borrachos guerreros,
a insinuación de una hermosa y malévola hetaira,
que buscaba vengar el saqueo de Atenas por parte de los persas.
También existen nidos preservados parcialmente por la
piedra, pese a los esfuerzos de algunos fanáticos por
destruirlos; como las ruinas de Egipto, de los Aztecas, de Camboya
y otras. El Vesubio nos guardó bajo sus cenizas una ciudad
completa, Pompeya, con sus casas, sus templos sin profanar,
sus joyas, sus muertos. Un moribundo escribió con su
último hálito de vida sobre un muro pompeyano:
“Sodoma y Gomorra”. ¿Sería cristiano? Tal vez,
porque nuestros antepasados paganos de Europa, creo que poco
conocían de estas dos ciudades, castigadas por un Dios
implacable, como el que castiga hoy a los pueblos del Medio
Oriente.
El nido
no tiene calles ni templos, ni odeón, ni circo, ni pirámides,
ni siquiera una ventana. El techo que cubrió a sus pajaritos
fue el cuerpo emplumado de sus padres. Sin embargo, al ver vacío
a quien fuera escenario de tantos anidizajes y despegues acrobáticos,
da la impresión de una ciudad desierta, recuerdo de una
vida que llenó su espacio y se fue para siempre.
Abajo suena
el río. Parece eterno para nosotros, que vivimos tan
poco, pero para los Dioses que lo son, tal vez sea efímero.
Claro que, tal vez, también somos eternos. Eso creo y
espero. ¿Y los pájaros? Buena pregunta.
Recuerdo
lo que escribió Miguel Serrano: “Los Dioses, que saben
que son Eternos, envidian a los Hombres; porque los Hombres,
que no saben que lo son, son capaces de dar la Vida por un Ideal”.
Hermoso y lleno de significados.
Al término
de esta Vida, creo que Nada nos llevamos, fuera de la Esperanza,
al igual que los dueños de este Nido, en su último
vuelo al Cielo de los Pájaros.
San
José de Maipo, 9 de Agosto de 2006.
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Aclaración
del Autor
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Sr. Juan Carlos Edwards:
Soy
Amanda Coderch, tengo 11 años y soy la ex dueña
de Osama (Jefe). En su artículo escribe que lo
abandonamos, pero no fue así. Lo que realmente
pasó, fue que tuvimos que volver a Santiago a
vivir a un departamento. Osama estaba acostumbrado a
correr por todas las parcelas, tomar agua del estero
y comer conejos y ratones que nuestro gato Lilo cazaba
para los dos. Estuvimos pensando mucho tiempo qué
sería lo mejor para él, y decidimos dejarlo
en el Almendro porque Santiago apenas lo podemos soportar
nosotros, que no somos tan libres como él. Durante
el primer tiempo le dejábamos comida al Alexis
para que se la diera, y después, cuando mi mamá
compró la casa de al lado del estero, intentamos
que se acostumbrara a quedarse ahí, pero ya Osama
era alimentado por el Dr. y ya respondía al nombre
de “Jefe”. Para mi fue muy triste leer el artículo
que usted escribió, porque pienso que si nos
hubiéramos traído a Osama a Santiago,
se hubiera muerto de pena y nostalgia al tener que dejar
atrás su libertad y su montaña querida.
Ahora, cuando subimos a El Almendro, lo puedo ver y
acariciar, y sé que esta feliz, y por eso soy
feliz yo también. Así que si quiere ser
un buen escritor y hablar de nuestro querido Cajón
del Maipo, aprenda a decir cosas que son ciertas, de
no ser así podría herir los sentimientos
de mucha gente, como me los hirió a mí.
Se
despide atte.,
Amanda
Coderch.
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Querida
Amanda:
Te
digo querida porque no puedo menos que querer a una
pequeña mujercita que tiene la entereza de defender
a un fiel animal, que las circunstancias lo separaron
de ella. Te voy a contar una historia triste. Osama
estaba flaco y medio enfermo cuando llegué a
tu antigua parcela. Compré sacos de alimento
para él y lo cuidé con cariño.
Dormía junto a mi pieza y le hice protecciones
para un invierno duro, con nieve y frío. Era
fuerte, resistente, fiel, duro como el hierro. Como
yo era recién llegado y no sabía de tú
existencia ni de nada de este lugar, el perro que había
alimentado y cuidado pasó a manos de otros vecinos.
Osama, ahora «El Jefe», me visitaba y quería,
y siempre tenía comida y cariño en mi
parcela. Así pasó más de un año,
pero hace un mes y medio desapareció. Espero
que Osama esté feliz con alguien que lo quiera.
Mi querida Amanda, cuando vuelva Osama, lo cuidaré
para ti. Me gustaría conocerte, para decirte
cuánto quise a Osama.
Un
gran abrazo,
Juan
Carlos Edwards.
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